viernes, 21 de enero de 2011

Los actores y los chamanes







A la memoria de mi padre.

Los personajes germinan en la mente de los dramaturgos, luego reposan en palabras dormidas sobre páginas blancas y son los actores quienes corporeizan y dan vida a los personajes en un ancestral rito que ubica la otredad en el plano consciente.

En el escenario, la realidad se transfigura y, así como con la conciencia los seres humanos creamos un destino que desafía a nuestro destino natural, en el Teatro, con las palabras se crean mundos que transfiguran nuestras conciencias.

El origen etimológico de la palabra Teatro deriva del griego theatron que a su vez proviene del verbo theasthai que significa “mirar o contemplar”, pero ¿Qué se mira y quién mira? Los actores miran un conjunto de palabras que configuran a seres suspendidos en el tiempo y hacen suyos los significantes que el dramaturgo percibió, se contemplan en “el otro” que los habita y que solo existe cuando ellos dejan de ser quienes eran antes de mirar, Por otra parte, como si se tornara tangible su reflejo sobre un tenue espejo coloidal, en el otro lado de proscenio, los espectadores miran el trabajo actoral para reconocerse en quienes transitan por otro tiempo y en circunstancias ya escritas aunque representadas cada vez de manera diferente.

Durante la representación escénica, actores y público, miran para luego ver, Las palabras son instrumentos que recrean mundos dentro de nuestro mundo, la realidad se sitúa entonces en la intención de las palabras y no en lo que ellas señalan.

En escena, los objetos se tornan sujetos, pueden estar sin ser vistos o verse como lo que no son, este principio mágico es imaginado por el dramaturgo pero precisa de los actores para que se materialice su intención, es por ello que deben ser considerados como creadores.

Los actores dan vida a seres que habitan sus cuerpos, trascienden su realidad y género, en ocasiones pueden confrontar a sus esencias, toman riesgosas emociones que minan sus identidades y con el pasar de los actos, el conjunto de personajes que han representado, configuran su existencia, quizá por ello los actores comprenden de manera profunda la condición humana y conocen el éxtasis de la locura.

Cuando la iluminación y las grabaciones sonoras se incorporaron al Teatro, hubo necesidad de que “alguien con criterio” contemplara esos nuevos mundos que se creaban con sombras fijas y ecos en el silencio, fue entonces cuando el director apareció en escena como un elemento catalizador entre la intención del dramaturgo y las capacidades de los actores.

Los directores contemplan el desarrollo escénico en su conjunto en tanto los actores recrean los instantes y, aunque conocen el desenlace, no pueden reaccionar anticipadamente al impulso o a la acción que prosigue, deben siempre responder como si fuera la primera ocasión que se gesta una emoción en su interior o que reciben el estímulo externo.

Los actores viven los instantes que se repiten como si fuera la primera vez que los conocen, es precisamente esa capacidad de sustraerse al instante lo que los torna seres mágicos.



Xmen Ak´bal Hol / Chamán del Portal de la Noche





En tiempos donde la palabra aún no se materializaba en piedra o en barro, nuestros mayores conjuraban espíritus y otras realidades, sirviéndose de la memoria, de la palabra cantada, del tambor y de la enajenación del cotidiano, los chamanes se olvidaban de sí mismos y después de un prolongado estupor ceremonial, abrían un recoveco entre el parsimonioso sonido del tambor y el poder de la palabra sagrada e iniciaban un viaje estático que los conducía a los confines de lo sondable, ahí, representaban al colectivo delante a entidades inorgánicas que condicionaban la permanencia humana y su desarrollo.

La palabra chamán es de origen siberiano y su significado puede traducirse como “el que ve o el que sabe” y su función social es la de un sanador, Durante su proceso iniciático, el chamán moría, era desmembrado y vuelto a armar, se desprendía de su historia personal para ser el representante del colectivo en el ámbito energético, en tal desafío, el chamán precisaba de “los otros” quienes afirmaban su proceso y se ocupaban de su cuerpo matérico en tanto su cuerpo energético emprendía el viaje a los confines del cielo y del inframundo.

El chamán y el colectivo formaban acuerdos que trascendían la realidad visible y lo etéreo se consideraba real, Los chamanes fueron los primeros actores y las flaquezas humanas y el universo, sus escenarios.

En este sentido, los actores pueden convertirse en chamanes en tanto sus personajes cautiven al público y logren que cada uno de sus precisos movimientos y certeras palabras, conduzcan a las consciencias de quienes los miran hacia la vívida contemplación de otras realidades que en sus orígenes el dramaturgo miró, pero los actores hicieron verdad escénica, los actores-chamanes curan los malestares del alma.



M’a Nan M’a Na’il

M’ak Makanil Eninen

Ah Lak’ In Tial

No hay orfandad

Quizá aquel otro Yo

El otro que soy


El chamán prescinde del reconocimiento porque su existencia se hace presente en diferentes planos existenciales, sin embargo, se debe a su grupo aún y cuando las acciones de “los otros” sean contraproducentes para el orden natural porque ha sido elegido por los espíritus para fungir como su intermediario con los seres humanos.

Hoy en día, occidente piensa en el chamanismo en términos existencialistas y pululan voluntarios y farsantes que forman grupos de seguidores con una estructura de clientilismo y una mercadotecnia de multinivel, sin embargo, el Conocimiento no anda buscando voluntarios y prescinde de las riquezas materiales que crean los humanos, el chamanismo es un designio del más acá y no es para todos, precisamente, su esencia energética no busca la veneración al maestro ni tampoco procura manadas atónitas suspendidas en migajas de verdad, se ubica en el ámbito de lo que no se ve pero existe, exactamente igual a la realidad escénica.

Los actores, como los chamanes, se olvidan de ser quienes son para ser “otros” delante al público, sufren transformaciones corporales, mueren justo antes de pisar el escenario para renacer en seres mágicos y construyen una realidad alterna con sus palabras y sus silencios.

Un instante después de la tercera llamada, el oscuro vacío une a los espectadores y a los actores en un ritual de reconocimiento alterno y silencioso, se formaliza un pacto, surge una sentencia y el rigor de la duda debe ser conjurado por los actores para conducir a los espectadores hacia la contemplación que mira para ver.

Durante la representación escénica, los actores logran seducir al absurdo, convocan rememorando o sentenciando, las circunstancias se bordan con presencias invisibles y como en una red evolutiva, la selección natural se hace presente en la voluntad de quien crea imaginando los eventos, me refiero al dramaturgo, pero finalmente, son los espectadores quienes con sus reacciones confirman o descartan la otra realidad que nos develan los actores, así entonces, el público y los creadores escénicos comulgan suspendiendo la realidad cartesiana y juntos tornan visible a la otredad.

Al caer el telón, los actores precisan de los aplausos y no necesariamente para alimentar a su ego, sino que los silencios existentes en el batir de las palmas de los espectadores, provocan que los actores regresen a sus cuerpos, el aplauso dignifica el trabajo actoral pero sustancialmente propicia que los personajes se desprendan de los cuerpos de los actores para alojarse en el vacío escénico en espera de volver a ser conjurados, más tarde, tras bambalinas y camino a los camerinos, paulatinamente los actores recuerdan quienes eran antes de que los personajes tomaran posesión de sus cuerpos.

Los actores viven otras vidas en vida, son seres poderosos porque transfiguran sus instantes y logran que percibamos otras realidades sin perder contacto con nuestra realidad, más aún, es probable que una actuación logre distanciarnos de nuestra propia respiración, acontece cuando una actriz o un actor ha llegado al umbral que separa lo necesario de lo sustancial, sucede, hay quienes lo han contemplado, dichosos, porque sus conciencias han percibido el Secreto Mayor, aquel que ubica nuestra existencia en el plano energético y coloca las verdades de la vida justo detrás de nuestros pensamientos.

Claudio Obregón Clairin







jueves, 20 de enero de 2011

Entrevista a Claudio Obregón / Dionicio Morales



El teatro se deriva de la vida pero la sintetiza. En el mejor de los casos, resuelve un arte de la vida escénica. El teatro es también un rito y un mito colectivo donde acudimos a despejar dudas, a hacernos preguntas, a cuestionar nuestra existencia, a pensar en el pasado, presente y futuro; a desentrañar nuestra más íntima realidad, quedando –espectadores y actores– cautivos de un fenómeno que nos conmociona, nos alimenta y nos hace seguir por la vida más fortalecidos, más seguros.
Claudio Obregón



Claudio Obregón nació en San Luis Potosí, San Luis Potosí, en 1935. Realizó estudios en la Facultad de Leyes de la UNAM, los cuales abandonó. Autodidacta en su carrera de actor –¡increíble!–, ha trabajado bajo las órdenes de los más prestigiosos directores: Fernando Wagner, Xavier Rojas, Manuel Montoro, Rafal López Miarnau, José Solé, Juan José Gurrola, Julio Castillo, Ignacio Retes, José Luis Ibáñez, interpretando personajes de todas las épocas y de distintas nacionalidades. Artista de teatro, cine y televisión, ha sido acreedor a los premios El Heraldo de México; al Ariel por la mejor coactuación masculina en Actas de Marusia; mejor actor de teatro en ¡cinco ocasiones! por Asociaciones de Críticos. Protagonista principal de la película Reed, México insurgente, de Paul Leduc, considerado un clásico del cine nacional. Orgullo de la escena mexicana, actor fuera de serie –aquí no importa el lugar común–, nos habla de su brillante carrera, una de las más sólidas de nuestro país.

“No, no existe ningún antecedente en mi familia de que alguien haya sido actor. En mí se fue dando un poco a brotes, es decir ya viendo en retrospectiva todo mi proceso de formación, he encontrado manifestaciones que son gérmenes de la actuación cuando tenía seis o siete años. En una de las esporádicas visitas que mi padre hacía a mi madre, me regaló el libro Corazón, diario de un niño, de Edmundo de Amicis, que leí inmediatamente. Fui con la maestra de segundo año y le manifesté mi entusiasmo por el libro. Ella me invitó a hacerle una lectura a los compañeros de clases. Debo advertir que desde muy temprana edad había desarrollado la habilidad de leer con buena puntuación. Así lo hice. Al leerle a mis compañeros algunos capítulos de este libro, me di cuenta que lo que sentía por el libro lograba transmitirlo a los demás.

”En otras escuelas y en varias ciudades –mi infancia fue un poco como la de los gitanos– demostré que aparte de tener facilidad para la redacción –sí, redacción–, también tenía aptitudes para decir poesía o textos poéticos, y participaba en los festivales de la escuela el Día de las Madres, el fin de cursos, el Día del Maestro. En el seminario salesiano, en donde estudié cuatro años y medio, hacía las lecturas diarias durante el refectorio en voz alta a mis compañeros y a los sacerdotes. Ahí empecé haciendo representaciones de obras con carácter religioso.

”Mi verdadera vocación la descubrí hasta los veintitrés años, cuando intenté estudiar la carrera de Leyes en la UNAM, y me di cuenta que no se me daba por ahí. Un amigo del seminario, vecino de la colonia, me invitó a formar parte de un grupo de iniciación artística en el que la proposición era montar dos obras en un acto de Eugene O’Neill, Rumbo a Cardiff y En la zona. Ahí entré en contacto con los textos, con la creación dramática y, tal como te lo cuento, fue una revelación. No encuentro otra palabra. Para mí estas obras no ofrecían misterio alguno. Se me revelaban como una estructura perfecta a la manera de una pieza sinfónica donde emociones, voces, matices, pausas, giros, desplazamientos, formaban un todo armónico y en el que mi participación, con el simple hecho de actuar, era como una corriente secreta, vibración continua entre mi persona y la representación.

”¿Mis estudios de actuación? Nunca realicé alguno. Al lado de ciertos directores –Wagner, Ibáñez, Gurrola, Solé, Retes– pude darme cuenta de lo que significa el proceso del trabajo teatral. En la práctica con ellos aprendí pero no fueron estrictamente mis maestros. Lecturas: Stanislavski, Brecht, Mayerhof, me sirvieron como una guía en mi trabajo. Pero de hecho soy autodidacta.

”Las confirmaciones de mi vocación se fueron dando casi inmediatamente a mis inicios. En 1959 recibí una mención de honor en el Festival Dramático Regional de Bellas Artes; en 1965, mención de honor en el primer Concurso de Cine Experimental; en 1966, premio El Heraldo de México al mejor actor por La colección de Harold Pinter; en 1967, premio de la Asociación Mexicana de Críticos de Teatro al mejor actor por Los Argonautas (ahora Cortés y la Malinche) de Sergio Magaña; en 1969, premio al mejor actor por La danza macabra de Strindberg; en 1975, Ariel por la mejor coactuación masculina en Actas de Marusia; en 1978, premio al mejor actor por Los emigrados de Slawonir Mrozek; en 1985 premio al mejor actor de las tres Asociaciones de Críticos de Teatro por Contradanza de Francisco Ors; en 1989, premio al mejor actor por La noche de las tribadas de Per Olov Enquist.

”Estos premios, aparte de otras menciones y ternas, han significado una ratificación permanente de mi capacidad, de mi vocación. Si de algo estoy seguro es que lo que sentí como revelación era absolutamente cierto y se ha confirmado a lo largo de los años. Un premio también conlleva prestigio, fama, consolidación y desempleo.



El teatro de la vida



”Las diferencias que encuentro al trabajar en cine y en teatro son muy claras y se fundan básicamente en términos técnicos. Al saber que estás actuando para una cámara, depende del encuadre que tengas, de tu long shot, de tu close up; tu proyección es más mesurada, tu emoción más contenida, tu gestualidad más controlada. No existe la retroalimentación instantánea de un público cautivo. Tienes solamente la aprobación de un director y de un camarógrafo, la incógnita de los aspectos técnicos, de la edición, del doblaje, de la musicalización y de la continuidad estructural que le puedas intuir y hasta palpar pero el único que puede darle el toque final es el realizador. En teatro es una vibración recíproca actor-espectador momentáneamente, efímera y ritual. El fenómeno vivo cobra intensidad y aceptación inmediata. La reacción es del público, te apoya y te hace seguir adelante con mayor entusiasmo hasta el aplauso final que es tu alimento diario.

”Empecé en el teatro y me he sentido siempre muy bien. A los otros lenguajes, la televisión, el cine, he tenido que ir ajustándome y aprendiendo poco a poco la relación con las técnicas y las dificultades que esto plantea. A estas alturas creo saber más de la televisión y el cine, y ya tengo un cierto dominio pero en teatro el espacio escénico me es natural, lo siento tan mío y me doy cuenta que lo abarco totalmente con mi presencia, con mi trabajo. Además los secretos en teatro son, más que nada, retos por descubrir nuevas facetas y más sutiles de personajes cada vez más complicados.

”El teatro se deriva de la vida pero la sintetiza. En el mejor de los casos, resuelve un arte de la vida escénica. El teatro es también un rito y un mito colectivo donde acudimos a despejar dudas, a hacernos preguntas, a cuestionar nuestra existencia, a pensar en el pasado, presente y futuro; a desentrañar nuestra más íntima realidad, quedando –espectadores y actores– cautivos de un fenómeno que nos conmociona, nos alimenta y nos hace seguir por la vida más fortalecidos, más seguros. En el fondo, la pregunta que tú me haces ya nos la hemos hecho toda la gente que vivimos dentro del arte: ¿El arte imita a la vida y de ella se alimenta?, o ¿la vida imita al arte y se alimenta de él para construir su futuro y su historia?

 
”Mis deseos de interpretar personajes de la literatura dramática universal siempre han quedado truncos: Hamlet, Lorenzaccio, el Caballero de Olmedo. Pasó el tiempo y ya no pude vivirlos escénicamente. Es cierto, he tenido otros en mis manos que al conocerlos y vivirlos se han vuelto parte de mis sueños y, además, he aprendido a conocer la vida y a estructurar la mía gracias también al conocimiento de la naturaleza humana, de los personajes que he representado. Claro que quedan otros. El Rey Lear, Macbeth, Coroliano, Marco Antonio (de Julio César), Shylock, Arpón y muchos más, y todos aquellos que la casualidad, como siempre ha sucedido, me depare. Existe un encuentro afortunado, siempre simbióticamente amoroso, entre personajes inesperados que acabo amando profundamente como, por citar un ejemplo, August Strindberg en La noche de las tribadas, un personaje a quien venía siguiéndole los pasos por medio de sus obras y de su biografía, mediante su descarnada y sufriente humanidad.

”¿Cómo desprendernos de nuestra personalidad para darle vida a otros personajes ajenos a nosotros? Más bien creo que no es un desprendimiento sino una incorporación de tus propias vivencias, algunas claramente asimiladas y otras enterradas en el inconsciente que, junto a la imaginación, la observación, la minuciosa estructuración de un personaje, te llevan a hacer creer que te transformaste. Esa transformación existe en términos creativos, no así en términos psíquicos. Para ser más explícitos, yo acudo a mis vivencias, emociones, recuerdos, y formo con ellos una mezcla heterogénea de estados alterados que trastocan momentáneamente mi personalidad pero gracias al conocimiento profundo de mi persona me involucro únicamente lo necesario para el momento que me toca vivir escénicamente y tengo la capacidad de regresar incólume de la experiencia.

Entrevista publicada en la revista Performance diciembre 2010 aquí el Link:
 http://issuu.com/performance/docs/pfm_129

lunes, 17 de enero de 2011

En memoria de Claudio Obregón / Margarita Isabel

Claudio Obregón en Contradanza


No podía creer que se había ido, estaba tan presente en la vida y en la escena, con tanta fuerza, con tal intensidad, que parecía podía estallar en cualquier momento, eso tal vez era lo que mantenía al espectador al borde del asiento cuando Claudio Obregón salía a escena. Emociones tan intensas le imprimía a sus personajes, que se disparaban hasta atravesar el pecho del público, por eso mantuvo lleno el Polyfórum cuando interpretó a la Reina Isabel, la gente volvía una y otra vez a vivir intensa, locamente, lo que su cotidiana vida no le permitía.

Y lo mismo en cada teatro, en cada temporada donde su nombre, sinónimo de arte, atraía siempre al público.

En la obra de teatro Contradanza, yo no sabía por dónde abordar mi personaje y él me guió, ensayo tras ensayo, el maestro era, además, el mejor compañero. Desde camerinos me asomaba para disfrutarlo, para ver cómo trabajaba sus escenas, pero sobre todo para aprender, observar a Claudio era tomar clases de actuación.

La primera vez que estuve en una obra de teatro fue con Claudio, él tendría 22 años, hacia un indígena, y había tal verdad en su trabajo que a pesar de lo güerejo, todos se lo creímos.

Desde entonces era ya un primer actor. Por eso, luego de 45 años de interpretar tantos personajes tan difíciles con suma facilidad, no fue ninguna sorpresa verlo hacer magistralmente al Rey Lear, él que tenía ya tiempo de ser todo un rey de la escena.

Estoy segura que el compañero Claudio decidió hacer Final de partida porque sentía que estaba próximo el fin y era hora de partir. Sus problemas respiratorios se agudizaban viniendo a la capital, habría vivido más y mejor si se hubiera quedado a nivel del mar, pero decidió venir al DF porque vivir sin actuar era demasiado aburrido, y qué iba a hacer con todas esas emociones, textos, ideas que se le atoraban en el cuerpo y que tenía que hacer estallar en el teatro.

Como en el teatro griego había que cumplir con su destino, el nació en el teatro, el tenía que morir por el teatro.

Siempre lo quise más de lo que él imaginó.

En memoria de Claudio Obregón / Margarita Villaseñor




Hace unos días, el sábado 13 de noviembre, murió Claudio Obregón, actor magnífico. Murió de prisa. Un breve velorio y una inmediata cremación. Murió tranquilo con esa soberbia tranquilidad que lo inundaba al levantarse el telón tras la tercera llamada. Se hubiera pensado, que al saberse la noticia infausta, el gremio actoral encendiera antorchas y desfilara por las calles con ramilletes de violetas en las manos, como lo hicieron los poetas parisinos cuando la muerte de Valéry. Tal vez él mismo así planeó su marcha, y discretamente subió hacia el escenario desconocido, hacia un aplauso sin fin. Al bajar el telón ya para siempre, dejó en los teatros de México, un vacío abismal, un silencio terrible y doloroso. Claudio Obregón recibió en vida preseas y galas merecidas. Varios Arieles y varios premios de la crítica al mejor actor y a la mejor adaptación por Comala y otros murmullos. Hace unos años se le otorgó en Bellas Artes la Medalla de Oro por la excelencia de su trayectoria. El director de la Compañía Nacional de Teatro, Luis de Tavira, quiso llevar sus cenizas a la sede de dicha compañía. Sus hijos, Claudio y Gerardo, estuvieron de acuerdo. No en vano es el templo del teatro. Claudio perteneció a esa institución desde sus antiguos inicios hasta su más reciente reintegración, esta vez como miembro emérito. Precisamente, el último trabajo actoral de Claudio fue dentro de la programación del grupo, protagonizando magistralmente la obra de Samuel Beckett Final de partida (Endgame), que él mismo tradujo y adaptó. Como artista que era preparaba minuciosamente su desempeño, exigiéndose a sí mismo la perfección, exigía también la perfección del texto y una atinada dirección. Hombre de notable inteligencia y de amplios conocimientos, Obregón penetraba hasta lo más hondo, el más íntimo significado de cada obra, de cada escena y aún de cada palabra, deshilando intenciones y expresiones a las que daba cuerpo con el dominio y la proyección de la voz que él, -Claudio- manejaba a su antojo. Gozaba de igual modo de una memoria notoria en cuya talega iba echando textos y representaciones. Nació actor. No asistió a escuelas o institutos de actuación. Creó su propio método. Se hizo a sí mismo día con día. Con devoción. Aprendió de cada personaje que representaba, apropiándose de todas las emociones, conflictos y vericuetos que el autor hubiera puesto en sus almas ficticias para así conocerse mejor y develar la naturaleza humana. Su vida en el teatro fue ubérrima y de méritos incuestionables. Fue un actor completo. Hizo cine, televisión, radio y discos. Escribir una lista de sus filmaciones y grabaciones, llevaría varias páginas, baste decir que apareció en más de una docena de telenovelas, entre las más recientes El candidato y Nada personal y entre las primeras El amor tiene cara de mujer, Ha llegado una intrusa, Barata de primavera y Nosotras las mujeres. Su participación en películas también fue pródiga y generosa desde Tajimara, Narda o el Verano, Reed, México Insurgente, Actas de Marusia, El callejón de los milagros, Terror y encaje negro, De Noche vienes, Esmeralda, Doble muerte, Confesiones de un asesino en serie y muchas más cuyos títulos ahora escapan en parvadas de mi mente. Pero su más poderosa inclinación y su pasión sin límite fue el teatro. Su presencia en los escenarios es un hito y un paradigma. Durante su trayectoria, trabajó con los más notables directores como Juan José Arreola -Poesía en Voz Alta- Xavier Rojas,- recordemos Contradanza, Manuel Montoro, Rafael López Miarnau, Ludwik Margules, Juan José Gurrola, José Luis Ibáñez, Nancy Cárdenas, Ignacio Retes, Benjamín Cann, Rafael Velasco, José Caballero, Julio Castillo, Luis de Tavira y otros más. Interpretó de manera memorable personajes de autores de variadas épocas y nacionalidades como Lope de Vega, Shakespeare, Harold Pinter, Beckett, Ionesco, Strindberg, Arthur Miller, Valle Inclán, Sergio Magaña, Juan García Ponce, Salvador Elizondo, Juan Rulfo..Hizo también teatro en atril: Erguida sobre el valle, -en el Museo de San Carlos; conmemoración del terremoto del 85 con poemas de José Emilio Pacheco-, La muerte de García Lorca -con poesía del mismo poeta-, Visión de Anáhuac, de Alfonso Reyes, por citar algunos ejemplos. Grabó asimismo varios discos o programas prestando su voz a Alberto Gironella, José Luis Cuevas, o narrando la vida de Frida, de Diego, de Vicente Rojo. Frecuentemente se presentó en lecturas de poesía -muchas veces me hizo el honor de leer mis poemas-, para actividades especiales, como congresos, festivales, homenajes a escritores o presentaciones de libros, algunas ocasiones al lado de Beatriz Sheridan, Margarita Sanz, María Rojo, Ana Ofelia Murguía, Eduardo López Rojas o Rafael Velasco. Fue Claudio uno de los pocos actores que sabía leer poesía, porque tenía corazón para entenderla y sabiduría para desentrañarla.

Claudio Obregón Posadas nació en San Luis Potosí el 11 de julio de 1935. Pasó ahí parte de su niñez. Estudió un tiempo teología en el seminario. Ya en la Ciudad de México inició su camino en Radio Universidad como funcionario, como locutor y como actor. Se casó con Elizabeth Clairin y procreó con ella dos hijos. Galán y galante tuvo varios encuentros y desencuentros con el amor. Fortunas y misfortunas. Hombre de recio temple e inquebrantable voluntad fue íntegro, honesto, incorruptible. Principios y convicciones firmes que jamás traicionó. Congruente con sus ideas y sus propósitos se desenvolvió con admirable disciplina. Siempre fue de izquierda, perteneció al Partido Comunista y por ese partido se postuló como diputado en 1979. Fue miembro fundador del PRD. Interesado en las causas populares, desarrolló un agudo sentido crítico hacia el sistema, sin transigir nunca. Fue un tenaz luchador social. En los setentas se separó de la ANDA para fundar el Sindicato de Actores Independientes (SAI). Presidió la Academia del teatro. Dos amores arrolladores iluminaron su vida: La actuación y la familia. Sus hijos Claudio y Gerardo. Su nieta Siam y sus hermanas Rosa y Margarita. Trabajó sin tregua, sin descanso, bebiendo a plenitud esas dos mieles.

Lo conocí hace cuarenta años y compartimos casi ininterrumpidamente actividades y aficiones teatrales y poéticas. Fue un amigo entrañable. Viajes, juegos, reuniones, vacaciones, lecturas y lugares predilectos. Compartíamos también el gusto por la buena mesa y el cariño por los animales. Recuerdo el nombre de algunos de sus perros: el “Canico”, “Emiliano” y “Panchito”. A mí, como a todos los amigos que lo amaron, sólo nos queda, dentro de la bruma de la tristeza y de la ausencia, el desolado consuelo de los recuerdos que surgen en torbellinos, en ecos de pasos, de palabras, de nombres, todo oscuro como el camino de gato, como el lunetario de un teatro al oírse la tercera llamada.

Homenaje a Claudio Obregón / Sus Hijos




Claudio Obregón Clairin

Hun Peh Zac Pepem

Ak´bal Xic´bal, Tu Hahal

In Hah Kal Ok



Mariposa Luz

Íntimo Vuelo Negro

Surge mi verdad





Soy hijo de un hombre de conocimiento, de un actor-chamán que con la palabra transfigura la realidad y recrea otredades, un hombre de principios y moral inquebrantable, que me educó con el ejemplo más que con el argumento y con sentido crítico esculpió mi camino con corazón. Ahora se encuentra en otro plano existencial y me acompaña y guía a través de sus nuevas palabras: los símbolos, las sombras danzantes y el viento. En otros soles, con su palabra dibujó en mi mente el sentido de la vida y la fugacidad del instante, y es que la palabra es un surco donde se siembran intenciones, deseos y voluntades hechas conciencia, La palabra zurce y labra, acomoda e incomoda, destruye o armoniza, la palabra viaja con los sonidos y puede provocar graves silencios, los actores-chamanes se sirven de la palabra para con ella hacernos ver que en este universo lo que ves, no es todo lo que es. Las raíces etimológicas del Teatro nos refieren al acto de “ver” y hoy veo a mi padre gozoso de estar nuevamente en el escenario, espacio sagrado al que dedicó su existencia, vacío compuesto de escenografía y talento, luces que acechan los parlamentos y sincronizan un instante repetido cientos de veces pero que es siempre diferente, único e irrepetible. La trayectoria del Primer Actor Claudio Obregón ha sido rememorada esta noche por sus hermanos actores, críticos de Teatro y amigos íntimos, A sus hijos nos corresponde el privilegio de cerrar con nuestras palabras este luminoso homenaje y agradecemos a los integrantes de la Compañía Nacional de Teatro que hayan aceptado nuestra propuesta de vestirnos en la amplia gama que tienen los azules, Ya´ax en Maya quiere decir tanto verde como azul, y por ello, nuestros chamanes mayores no diferenciaron entre el cielo y la selva o entre el mar y el manglar, de la misma manera, nuestro padre, permaneciendo en el Teatro, se hace presente proviniendo desde la otredad y se vuelve leyenda en el plano consciente.





Ta Hom Ets´Tilis

Xik´ K´ak´ Ok´ol Et´s Ol Kan

Wayak´ Hun Peh Hum Ik



Delante al precipicio del sagrado sosiego

Alas humeantes en el intento del eco celeste

Ensueño de un susurro en el viento.









Gerardo Obregón Clairín

Mi hermano ya ha agradecido a todos ustedes, yo también quiero agradecerles. Me parece que en esta incomparable ceremonia, han sido bellísimas las palabras de cada uno de ustedes. Yo quisiera nada más finalizar diciendo unas pocas que escribí esta tarde y, bueno, a propósito de todo lo que se ha hablado sobre mi padre, quiero decir también que, además de ser un excelente actor, para mí y para muchos otros, es el mejor actor de México. Quiero decir algo a propósito del actor, son pocas palabras pero creo que encierran mucho mi forma de ver al actor.





“Forma y tiempo”





Luz del infinito escénico,

Palabra en movimiento,

Eres él, eres yo, eres todos.





Gracias.




Homenaje a Claudio Obregón / Luis Rábago




Hoy iniciamos, todos nosotros, en compañía de Claudio, una nueva vida. Hoy damos la bienvenida al nuevo hogar que tendrá Claudio Obregón. Todo tiene su ciclo, hoy culmina uno e inicia otro, en el que su presencia permanecerá aquí de otra manera. Todos los que ahora somos parte de la Compañía y también sus dos hijos Claudio y Gerardo, queremos que su vida nueva la viva aquí. Qué mejor para nosotros, los que ahora formamos parte de la Compañía Nacional de Teatro, que el gran Claudio nos acompañe, presencie nuestro trabajo y sea parte integral de nuestros montajes. Estamos seguros que él también hubiera deseado lo mismo. Hace poco se le pidió a Claudio que enviara un currículum para la promoción del montaje de Endgame la última obra que representó en su vida y precisamente aquí, en este teatro. Él prefirió redactar su propia semblanza, la cual tituló “Semblanza de Claudio Obregón por él mismo” y dice así:

“En este año del 2010, Claudio Obregón recordará que inició hace 51 años sus menesteres artísticos. Al principio sólo con certezas e impulsos a ciegas, o casi. Con pasión desmedida siempre, hasta el día de hoy. Han desfilado por su mente y calado en su alma los más diversos y contradictorios personajes: Hernán Cortés, Augusto Strindberg, Isabel I de Inglaterra, Herodes el de Wilde, Bartolomeo Vanzetti, el Rey Lear, Niehls Bohr, Giacomo Casanova, Maximiliano de Habsburgo y tantos otros que sólo los más antiguos de la legión los recuerdan. ¿Qué fue de todos ellos? ¿Qué sucedió con Claudio? Pues obvio, ellos se fueron a habitar el panteón teatral de los sucesos efímeros y Claudio, desvencijado y valeroso todavía, intenta conquistar nuevas palmas de las generaciones postmodernas. Claudio sabe, como todo buen soldado, que en la trinchera de las imaginerías, los personajes, la tramoya, el público y las luces pueden dispararle a muerte o dejarlo malherido. Pero entonces él, Claudio y su amor al teatro dirán la última palabra.”

Homenaje a Claudio Obregón / Luis de Tavira

Claudio Obregón en Contradanza escenificando a la Reina Isabel

El gesto más poderoso de la escena es el mutis. Al salir el personaje, lo demás es silencio vibrando en la crueldad de la ausencia que puebla el escenario. Celebramos hoy, el admirable mutis de Claudio Obregón, actor grande y cabal que supo elevar nuestro teatro a la altura de arte. Y al celebrarlo nos reunimos aquí, sobre las tablas de este escenario, que es el hogar de la Compañía Nacional de Teatro y es el espacio donde Claudio Obregón dio los últimos pasos sobre la escena; pasos con los que culminó una trayectoria de más de cincuenta años de creación resplandeciente; pasos siempre sorprendentes que fueron construyendo la poderosa presencia de un actor de incomparable consistencia, que alcanzó a constituirse en unidad de medida de la actuación como arte.

Y si bien resulta cruelmente cierto que sólo alcanzamos a saber cabalmente quién es alguien cuando podemos medir el tamaño de su ausencia, también es gozosamente cierto que aquel de quien hablamos nos habla, que irrumpe en nuestro azoro y vuelve a hacerse presente de otro modo, ahí mismo, en el silencio que rozan nuestras palabras y que ahí nos espera para seguir juntos el camino. Dos palabras parecen contener en la armonía de su significado este caudal de ideas y sentimientos mixtos que se agolpan en el andén de los desgarramientos: agradecer y recordar.

Tal vez sea importante demorarse un instante para experimentar el modo en que la gratitud a la obra de un actor, artista efímero, despliega su luz sobre la vida, sobre el teatro y sobre el pensamiento. El arte de la actuación, esa poderosa hermenéutica de la existencia, del que Claudio Obregón llegó a ser maestro, nos dice que nuestra vida es arrojada a la corriente del tiempo y que ahí intentamos comprender algo incomprensible: que sólo existimos en el momento de la escena, donde experimentamos al mundo y a nosotros mismos.

La actuación como arte de la presencia testimonia que lo único inmanente de la vida es su inminencia; es decir, que lo único que en ella permanece es lo que en ella misma se anuncia: que somos para la muerte. Al terminar cada función de teatro, tras el oscuro en el que el mundo se desvanece, vuelven los actores al escenario para comparecer, frente al espacio vacío, para ahí juntos, entre los aplausos del público, dar las gracias. Agradecer algo a alguien, más allá de las fórmulas de la reciprocidad social, es una experiencia culminante: es reconocer; es algo que no depende tanto del decir como del saber y del ser.

Reconocer hoy a Claudio Obregón en la entrañable gratitud que su evocación provoca, será llegar a saber quién ha sido y así aproximarnos a ser lo que él sabía. Frente a la ausencia definitiva de aquél a quien necesitamos expresar semejante reconocimiento, experimentamos la radical paradoja de una emergente gratitud que al volverse indecible nos conmina a reunirnos para celebrar un recuerdo que hace brotar en nosotros el deseo de participar en su propia gratitud.

Reconocemos entonces el eco de intensa experiencias humanas que van más allá del recuento de datos, porque nos convocan a aproximarnos a la comprensión de una inminente trascendencia, de un legado apropiable y duradero, de un sentido irrenunciable de la vida frente al arribo de una existencia al horizonte de las acciones perdurables, porque en efecto, la vida de la escena continúa. Y entonces, esta gratitud que la memoria del arte de Claudio Obregón provoca es ya una intensa experiencia de su trascendencia, porque en ella, el que se ha ido, permanece. Para Claudio Obregón, cada función, cada escena, fue un acto audaz y despiadado donde arriesgó la vida sin reservas, sin mezquindad prudente, sin divismos complacientes, hasta elevar la actuación a la condición de un arte supremo de la sobrevivencia. Se sobrevive para llegar a ser lo que no se es.

Por virtud de la creación del personaje en él mismo, alcanza el actor su realización como artista. La actuación como acto de una sobrevivencia que se juega al borde de la nada, alcanza en ocasiones la realización del personaje como obra de arte. A su vez la obra de arte convierte en artista a la persona que ha sabido sobrevivir, y es precisamente por eso que podemos decir que la actuación es el arte por excelencia de la vida. Así reconocemos hoy al admirable actor y al entrañable camarada, el día en que su muerte provoca en nosotros pensamientos indispensables sobre la vida y sobre la condición de un arte que aspira a ser parte indispensable en la construcción del mundo que anhelamos.

El testimonio de su vida es resplandeciente y nos confirma en el afán que nos consume: he aquí a un actor a la altura del arte, un ser humano pleno y cabal, que supo vivir sus convicciones con tenacidad, que realizó cuanto pudo y pudo en la medida de una genialidad deslumbrante. Un artista profundo e inteligente, leal a sus ideas, que se atrevió a vivirlas con una congruencia incuestionable. El actor estudia la escena para olvidarla, olvida para comprender y comprende para vivir el presente de lo aún no vivido. Así triunfa el teatro sobre la caducidad del tiempo. Trabajar con Claudio Obregón fue siempre un desafío; su compromiso con el teatro exigió siempre el rigor del arte. Hacer teatro con él fue siempre una invitación al espectáculo de la superación del artista. Vivió convencido de la necesidad del teatro en la sobrevivencia del proyecto humano. Nunca olvidaré un privilegiado ensayo de la obra Ser es ser visto, sobre este mismo escenario.

Ensayábamos una escena en la que Claudio se representaba a sí mismo en el papel de actor viejo y consagrado que se debate en la creación de la escena con un actor joven que se extravía en los laberintos de la actuación y que para defenderse cuestiona la experiencia del actor viejo. Entonces el personaje que encarnaba Claudio rememoraba los días atroces de la guerra y lo que significaba hacer teatro bajo las bombas y decía: “Todo podía interrumpirse, menos el teatro. Si la función seguía, la vida era segura. Lo único que podía saberse con seguridad durante aquellos días terribles, era que a las ocho y cuarto en punto, sobre el escenario se abría la puerta y aparecía Marianne con su vestido azul...” Nunca olvidaré cómo en aquel ensayo, Claudio se detuvo al llegar a este punto y cómo fue que todo su ser se transfiguró de pronto para crear la imagen de aquel instante incandescente en el que el teatro recomienza para inventar la vida sobre el mundo.

Nunca olvidaré cómo cambió la temperatura del aire y cómo nuestro cuerpo tembló ante el fulgor de una revelación que hacía visible la esencia visible del teatro. Y tras un instante que pudo ser eterno, concluyó con una sonrisa: “Bueno, así era y era natural que así fuera”. Claudio Obregón encarnó el paradigma de un actor lúcido, culto, profundo, de amplio registro y gran aliento, capaz de hallar la chispa de vida que brota y resplandece con todos sus matices en el corazón de la escena.

En 2008, fue propuesto por El Milagro para integrar el primer grupo de actores de número vitalicios del elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro. En el texto de la postulación, David Olguín escribió: “En estos tiempos sin parámetros, sin escalafones, sin horizonte para los grandes actores que han dedicado su vida al teatro entendido como arte, a desentrañar el mensaje profundo de los grandes autores de todos los tiempos y la visión del mundo de nuestros mejores directores, el ingreso del Maestro Claudio Obregón a la Compañía Nacional de Teatro daría una muestra más de la tarea de renovación ética y artística que este proyecto se ha propuesto.” Así, la Compañía Nacional de Teatro pudo acceder al privilegio de contar con la presencia de Claudio Obregón como uno de sus primeros actores vitalicios y recibe hoy el legado de su obra y de su testimonio como un referente en el que ha fundado las aspiraciones que son la razón de ser de su existencia.

Fuera de sí, buscándose en los toros, vivo sin vivir en sí, el actor Claudio Obregón aumentó el mundo con las personalidades ficticias que encarnó, los que lo fueron haciendo ser lo que fue, hasta que ese ser múltiple, instantáneo y diverso se convirtió en la forma natural de su espíritu. Así llegó a ser el punto de reunión de una pequeña humanidad sólo suya y de la que todos los demás secretamente, quisiéramos llegar a formar parte. Tal vez hacemos teatro para descubrir la presencia que se esconde entre las apariencias de ausencia que han descorazonado al mundo.

¡Gracias, Claudio Obregón!

Homenaje a Claudio Obregón / José Caballero en voz de Everardo Arzate

Claudio Obregón acompañado de Julieta Egurrola recibe la medalla Bellas Artes durante la escenificación de la obra El rey Lear Julio de 2005

Yo también quiero darte las gracias Claudio, por haber tenido la oportunidad de compartir contigo El rey Lear, contigo y al lado de Ana Ofelia. Eso lo llevo siempre, está aquí conmigo, en la memoria de mi corazón. Voy a leer unas palabras del Maestro Caballero, un mensaje que me dio a mí personalmente para leerlo a ustedes y a Claudio.

“Gracias por aceptar este mensaje, pequeño y apresurado. Espero no sufras por la cursilería, de todos modos, decía el Maestro Mendoza que lo cursi es lo que a otros les parece ridículo, pero a nosotros nos conmueve, yo estoy en verdad conmovido. Al final va un verso de Quevedo, no creo que batalles con la sinalefa, pero sí quiero hacerte un énfasis en que la palabra medulas que hoy se dice médulas, en tiempos de Quevedo se pronunciaba como palabra grave “medulas”, no sea que vaya a regañarme algún maestro de la Compañía”.

Para Claudio Obregón de José Caballero.

¿Cómo puedo llamarte por tu nombre Claudio? ¿Hamm?, ¿Lear?, ¿Casanova? ¿Herodes? ¿Isabel? ¿Tom? ¿Víctor Celoyo? ¿Niels Bohr? Fuiste rey, seductor, reina, tirano, elegante, periodista, enamorado, físico, burócrata, náufrago, Hernán Cortés. Fuiste para nosotros tantos rostros, escuchamos en tu voz tantas palabras y hubiéramos querido escuchar tantas más. Nadie que haya presenciado tu arte vivo podrá olvidar jamás tu voz sonora, profunda e inclemente. No voy a repetir el lugar que entre nosotros alcanzaste, el significado de tu insustituible presencia, el ejemplo de tu técnica y de tu pasión, sólo quiero decirte que tu ausencia deja un hueco enorme en el corazón del teatro, en los corazones de todos los que amamos el teatro y te amamos en el teatro. Me quedé con las ganas, Claudio, amigo, de volver a ensayar juntos, aunque fuera una escena, una estrofa, una línea, una palabra de verdad. Celebro haberte conocido, haber sido tu amigo, tu humilde director. No puedo estar presente en este homenaje, porque debo dar clase a jóvenes que sueñan con ser actores y sé que tú me entiendes, les hablaré de ti y de tus prodigios. Trataré de transmitirles tu pasión, de la que fui testigo, tu entereza ante la profesión, tu afán de lucha y me atrevo a pedir a todos los que escuchan mis palabras fervientes, que recordemos juntos catorce versos de Quevedo que bien pudieran haber sido escritos para ti y los imaginemos en tu voz:



“Amor constante más allá de la muerte”:



Cerrar podría mis ojos la postrera

sombra que me levare el blanco día,

y podrá desatar esta alma mía

hora a su afán ansioso lisonjera;



mas no, de esotra parte, en la ribera,

dejará la memoria, en donde ardí:

nadar sabe mi llama el agua fría,

y perder el respeto a la ley severa.



Alma a quien todo un dios prisión ha sido,

venas que humos a tanto fuego han dado,

medulas que han gloriosamente ardido:



su cuerpo dejará no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado.



Larga vida a Claudio Obregón.

Homenaje a Claudio Obregón / Gabriela Betancourt

Hector Bonilla, Claudio Obregón y Rafael Sánchez Navarro en Arte 1996-1997

Al final el escenario se quedó vacío. Todo lo que se pueda decir en esta ocasión sobre la figura y las aportaciones de Claudio Obregón al arte escénico de nuestro país en nada ayuda a reparar su ausencia. Tampoco sirve de mucho en estos momentos los lugares comunes en que caemos al repetir una y otra vez las cualidades y la trayectoria de Claudio, como uno de los más grandes actores con que contaba México.

Este mismo que él consideraba como país lastimado de miserias y mentiras. Quizás por eso es tan difícil enlazar cuando menos algunas ideas que le puedan hacer justicia a su figura, tan obligada y, en muchos casos, tan polémica y llena de contrastes. Sin embargo, de todo lo que personalmente pudiera destacar sobre Claudio Obregón, existe un aspecto que considero relevante y sobre todo necesario señalar frente a sus cenizas. La proyección en vida personal de su sueño inquebrantable en el teatro, con un lenguaje cargado de verdad y voluntad. Verdad para entender y voluntad para trascender. Estas dos características fueron el espacio de diálogo con que Claudio Obregón me privilegió en los dos años que se asumió como mi tutor durante mi paso por la Compañía Nacional de Teatro.

Desde el comienzo de nuestra amistad, Claudio se mostró como un ser irreverente, disciplinado y, sobre todo, coherente, crítico, sin concesiones, de todo aquello que pudiera desvirtuar la dignidad del teatro y de la vida. Observador agudo de su momento y estudioso sin límites. Rebelde ante los abusos del poder. Iconoclasta propositivo y ciudadano solidario. En ese sentido, Claudio era en escena el reflejo de lo que era en la vida misma: un hombre lleno de autoexigencias que le daba el derecho de exigir a los demás lo que esperaba de ellos.

Quizás por ello llegó tan lejos, como muchos otros de sus también brillantes compañeros de generación en la escena. Quizá por ello también fue el terror de muchos directores que sustentaban y que algunos todavía sustentan su quehacer en el sometimiento del actor. Para Claudio, la creación actoral fue un proceso compartido, una responsabilidad entre actor y director. Un ejercicio de libertad, cuando más, asistida, y no un condicionamiento de las posibilidades creativas de quien se monta en el escenario. No obstante permanecer a generaciones actorales muy distantes en el tiempo, el generoso diálogo con que me obsequió Claudio en estos que fueron sus últimos años de vida, me dejan una huella demasiado profunda y difícil de describir.

Claudio, en todos los sentidos, fue un tutor magistral. No sólo por lo mucho que aprendí a su lado y que tuvo como fuente las aportaciones de toda una generación y de una etapa de la historia del teatro nacional. Sino también por su fraternal compañía y solidaridad. Estableció una postura desde el actor, con respecto al antiguo oficio que decidió asumir como forma de vida y existencia. El pensamiento actoral de Claudio tejía expresiones propias de la más refinada teoría. Yo viví a Claudio como un pensador inmerso en su oficio, no solamente como un hacedor o el gran creador que fue en la escena. Sino como un ser humano que, a punta de arara en las fértiles tierras del teatro, lograba transmitir lo prodigioso de nuestro quehacer.

En pocas palabras, conocí a Claudio Obregón cuando había llegado a la condición de “viejo sabio”, de hombre experimentado y luchador de mil batallas. Tras una vida llena de gozos y desgracias, de satisfacciones y amarguras que le habían convertido en un hombre intenso y polémico, pero que al final siempre se reía. Su compromiso social, algo nos gustaba mucho compartir, me daba la enorme esperanza de seguir al pie del cañón en muchas causas, incluso algunas que parecieran perdidas. Claudio, como sabrán, llevó su compromiso al grado de participar en la política activa, algo de lo que después también se reiría. Siempre enterado y con justa indignación molesto por el fracaso nacional, por la indolencia y el conformismo de todo un país. Son muchas las imágenes que me llegan de Claudio, más allá del luto que ahora guardamos por su partida, lo cierto es que su herencia trasciende cualquier homenaje y su huella es imborrable.

Recuerdo a Claudio en su personaje de Karl en Los visitantes de Botho Strauss en este mismo teatro, cuando era un fantasma que habitaba permanentemente el escenario, sin saber que, en breve, se convertiría en ese mismo fantasma, cito “Este es el teatro, mil artes decisivos sobre el escenario, mil desenlaces de mil situaciones límites y, al final, pareciera que nada ha sucedido aquí, precisamente aquí, sobre este escenario. Uno se resolvía a llamar por teléfono, amó y se equivocó, otro corrió y se quedó esperando. Uno se apocó y otro engrandeció. Uno perdió el corazón y otro se engrandeció. A otro le rompieron cráneo y sigue hablando con la lengua destrozada. Uno sucumbió a los celos, a la piedad o a la rebeldía. Otro fue el seductor o el soberano imbécil. Y al final, al final el escenario se quedó vacío, vacío como a principio”. Quiero agradecer a la Compañía Nacional de Teatro de haber propiciado este encuentro entre actores de diversas generaciones. Ha sido gracias a la CNT que he tenido el enorme privilegio de haber compartido con Claudio Obregón el escenario, pero sobre todo la vida en toda su complejidad y profundidad.

Agradezco también de todo corazón a sus hijos, Claudio y Gerardo, por haberme invitado a despedirme de Claudio. Hubiera preferido hacerlo de otra manera y estoy segura que también él, al igual que con muchos otros de sus amigos. Para terminar no me queda más que sincerarme ante ustedes, tal como lo hacíamos juntos Claudio y yo y decir que, en un principio y en aras de la verdad, tan sólo se me había ocurrido citarles un pasaje de Brecht por congruencia con los que Claudio pensaba. Cito: “No necesito lápidas, pero si nosotros necesitáis ponerme una, desearía que en ella se leyera: hizo propuestas, nosotros las aceptamos”. Una inscripción así nos honraría a todos”, fin de cita. Gracias Claudio.


Homenaje a Claudio Obregón / Teresa Vicencio

Claudio Obregón en Salomé

En la larga tradición de nuestro teatro destacan figuras imprescindibles para comprender el arte escénico mexicano, personas cuya dedicada trayectoria y su constante aportación a la cultura han sido aparejadas buscando siempre ampliar los horizontes del arte, del conocimiento y de la naturaleza humana. De esta estirpe ha sido el Maestro Claudio Obregón. Claudio Obregón hizo de las tablas más que un placer apasionante nos enseñó que el teatro es una forma de vida en la que caben todas las búsquedas. Una herramienta mediante la cual es posible acercarse al ser humano y, a fuerza de desentrañar las motivaciones de un personaje y sus sentimientos, desnudar también el alma del espectador. Para el Instituto Nacional de Bellas Artes, es esencial reconocer y difundir la labor de uno de nuestros más destacados histriones. Aunado a este baluarte de la actuación mexicana que se mantuvo en permanente descubrimiento, que fue testigo y componente irreemplazable de una época donde se construyó parte importante de nuestra cultura teatral a la que él contribuyó a formar con el ejemplo de su disciplina, de su compromiso, con el estudio y la dignidad de sus interpretaciones.

En el INBA tenemos el honor de haber contado con el Maestro Obregón como actor de número de la Compañía y haber también gozado, en distintas puestas en escena montadas en el Instituto, de todas sus interpretaciones. Esta casa suya, el Instituto Nacional de Bellas Artes, lo distinguió, distinguió su talento y profesionalismo en 2005 con la Medalla de Bellas Artes con motivo de medio siglo de trayectoria teatral. Hoy reunidos en esta sede, continuamos reconociendo a Claudio Obregón, al hombre de firmes convicciones, apasionado de su trabajo, que es ejemplo para las nuevas generaciones de cineastas, actores, locutores, que buscan trascender y realizar cada tarea con la gran intensidad como lo hizo.

Su absoluta entrega, no sólo en la escena, sino en la creación artística en su sentido más amplio, seguro nos deja a todos los que estamos aquí, y más a los colegas, una huella, una huella profunda y fecunda en la vida teatral, su nombre, este trabajo que ocupa, sin duda, un lugar privilegiado en la historia de las artes escénicas. Les invito a que mantengamos vivo el diálogo iniciado por Claudio Obregón, que continuemos, en honor suyo, haciendo del arte de la actuación un proceso de creación permanente. Hasta siempre, Maestro Obregón, descanse en paz.


Homenaje a Claudio Obregón / Juan Melía

Claudio Obregón en Saco y Vanzetti
El homenaje a uno de los más grandes actores del teatro mexicano, nos recoge y nos encierra a todos, pero considero que es importante recordar algo fundamental, Claudio Obregón se nos fue en activo, una lección más de su magistral carrera, trabajar hasta el fin y de manera constante. Trabajar y menciono sus palabras al recoger la Medalla de Oro de Bellas Artes en 2005: “Es una profesión riesgosa y que implica mucho sacrificio, paciencia y constancia. A pesar de que a veces uno no tenga trabajo, siempre hay que seguir buscando y aguantar mucho”. Todavía resuenan en este escenario sus palabras de su última obra Endgame en absoluta complicidad de la Compañía Nacional, de la que orgullosamente formaba parte, que tradujo y empujó hasta el fin. Fue una de las figuras de la actuación en México, que se dio a conocer en los años 60, junto con actores hoy consagrados como Gómez Cruz y Luján, Claudio junto a ellos tomó el rumbo al tiempo del teatro, del cine y de la televisión, pero de esa generación, él fue quien siempre siguió en el teatro, en proyectos que siempre implicaron crecimiento y riesgos desde la actoralidad.

Conforme iba creciendo su nombre, encabezaba los proyectos y los cargaba de prestigio y energía, siempre trabajando con jóvenes encabezó proyectos de altísimo riesgo. Tomó la decisión de que el teatro era su espacio de vida, sin dejarse nunca de preguntar sobre la actoralidad y sobre el arte. Fue un gran maestro no desde la academia, sino desde las tablas, como maestro del siglo XIX, cuidando y aconsejando siempre a los jóvenes. Siempre defendió al arte ligado a la sociedad, no como una esfera de lo sublime, siempre desde la sociedad.

Con el permiso del Maestro Germán Castillo, citaré algunas de sus palabras al entregarle en 2005 la Medalla de Oro de Bellas Artes: “Claudio es uno de los primeros actores complejos, cultos, propositivos del cuadro mexicano, no porque los otros carecieran calidad, sino porque estaban formados más en una tradición de obediencia acrítica al director, del respeto sacrosanto al texto y al dramaturgo. Él, junto con otros actores y actrices, son pioneros, los primeros que se plantean ser creadores, en un plano de igual con el director y el dramaturgo, hecho que debe ser reconocido por las generaciones posteriores”, cierro la cita de Germán. Este pasado sábado, cuando estábamos a unas horas de clausurar la XXXI Muestra Nacional de Teatro, recibimos la noticia del fallecimiento. No quiero dejar pasar la oportunidad de aplaudir el profesionalismo mostrado por todos los integrantes de la Compañía Nacional de Teatro quienes, a la misma hora, iban a desarrollar dos presentaciones en estreno: El trueno dorado en el Teatro Julio Castillo y El jardín de los cerezos en el Teatro Degollado en Guadalajara. Ambas funciones fueron dedicadas a la memoria de su compañero.

El temple y el compromiso marcados por Claudio, quedan muy alto, sigamos juntos trabajando, siempre trabajando, ese será siempre la mejor manera de honrar su recuerdo.


Homenaje a Claudio Obregón / Maria Rojo

Claudio Obregón y María Rojo en De noche vienes Esmeralda 1997

Muchas gracias. Hace unas semanas Claudio se despidió de mí en la oficina de Previsión Social de la ANDA. Estaba muy agobiada firmando diversos papeles, y Claudio tomó asiento frente a mí; con la discreción y prudencia que lo caracterizaban, aguardó a que concluyera con mi tarea antes de atenderlo. Al terminar nos despedimos; se levantó y me dijo “Bueno, pero ¿no me vas a dar un abrazo, María?” “Por supuesto, Claudio”, le contesté; nos abrazamos, y al separarnos noté en esa increíble mirada sensible e inteligente que todos quienes aquí estamos le conocimos, que aparentemente se estaba despidiendo para siempre. Tristemente, tendría que transcurrir muy poco tiempo para que los hechos me dieran la razón. Dice García Márquez en su último libro, “Yo no vengo a decir un discurso”, que los artistas no son intelectuales sino sentimentales. En cuanto lo leí pensé: sí, los artistas, pero no los actores, y menos los actores excepcionales como Claudio, quien sin duda reunía ambas cualidades. Su asesoría para sacar adelante las reformas y adiciones a la Ley de Cinematografía (por cierto totalmente rebasadas a estas alturas) así como el simposio “Los que no somos Hollywood” fue invaluable, y me hizo conocer más de cerca a ese personaje excepcionalmente culto e informado, quien no sólo era uno de los mejores actores de México, sino que también era un hombre de principios, de ética e ideales. Tenía, ante todo, un compromiso excepcional con la justicia. Sus convicciones políticas eran firmes y coherentes a tal punto, que dejó de colaborar conmigo en el momento en que descubrió que un carro blindado último modelo se estacionaba frente a nuestra oficina: era un nefasto y desprestigiado político, ex procurador de la República, que pretendía hablar conmigo.

¡Ay Claudio, si tan sólo todos hubiéramos podido ser como tú!

Nada puedo añadir a lo que aquí se ha dicho a cerca del actor disciplinado, perfeccionista hasta la neurosis, sensible, disciplinado, talentoso y de una creatividad inagotable que era Claudio. Hace unos cuantos años nos llamaron para leer tres o cuatro cuartillas de un texto – para mí totalmente intrascendente – en la Feria del Libro del Palacio de Minería. Claudio se comunicó conmigo para ver cuándo ensayábamos: nos reunimos en mi casa, y al terminar la lectura le dije que nos veríamos, entonces, en el Palacio de Minería, el día y a la hora previstos para la lectura. ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando me contestó que deberíamos reunirnos tres o cuatro veces más para ensayar! Tuve que responderle que yo no tenía tiempo para más lecturas, con lo cual se acabaron los ensayos. El resultado fue que el día de la lectura no dejé de equivocarme constantemente, ante la mirada inquisitiva de mi compañero.

¡Ay Claudio, si tan sólo todos hubiéramos podido ser como tú!

Cada vez que parte un amigo, uno se siente que se va quedando un poco más solo y que, como dice César Vallejo, uno se va quedando sin nadie en la experiencia; y esa soledad creciente sólo se mitiga un poco gracias a la memoria, pues bien se dice que los muertos viven mientras haya quien los recuerde. Expreso mi más sentido pésame a todos nosotros, porque tu ausencia, Claudio, es el alto precio que debemos pagar por la dicha de haber podido compartir momentos de tu vida; esta tarde, regresas a la Compañía Nacional de Teatro, a tu casa, a la casa de todos nosotros y sabemos que desde este lugar privilegiado, seguirás guiándonos en nuestro trabajo e inspirando nuestros proyectos.

¡Larga vida al Compañero Claudio Obregón!


Homenaje a Claudio Obregón / Olga Harmony



No se puede añadir mucho a los merecidos elogios que suscita Claudio Obregón aunque ya no esté entre nosotros, pero me gustaría decir un par de palabras para quienes no lo conocieron como actor universitario, primero en la UNAM y después en la Universidad Veracruzana. Los que hemos seguido su trayectoria, sabemos de esos tiempos y lo vimos luego como un actor independiente, a unos que por edad no lo conocieron, a lo largo de una de las más fructíferas carreras que un creador escénico mexicano haya tenido, es posible que lo recuerden por su desempeño como el viejo Casanova de David Olguín o el estupendo Rey Lear shakespeariano. Claudio también nos dejó el recuerdo de una última actuación que, de alguna manera, resume lo que fue para nuestro teatro, el hombre culto que propuso a la Compañía su traducción de Endgame, el artista reflexivo que compartió con el director su lectura del personaje y el estupendo actor que incorporó a Hamm, un Hamm memorable, tan memorable como todos los trabajos que realizó en nuestros escenarios y que podríamos decir que se han vuelto legendarios. No es triste despedir a quien nos proporcionó tantos admirables momentos de disfrute escénico y que se me adelantó en el sueño eterno. Pero queda la esperanza de que su ejemplo perviva en las nuevas generaciones.