domingo, 11 de abril de 2010

De Amar


Amar es un juego de espejos. Enamorarse es una entrega, un abandono, un dejarse seducir por absolutos. En el amor no filial, la razón habita en el olvido y en el presente, "el otro" es uno mismo pero distinto. 

Algunos amamos y nos creemos poseedores de un tesoro que escapa a las descripciones formales; la sensación amorosa se torna un alivio y una posibilidad de burlarse de la muerte al sentirnos más vivos que nunca.

Los amorosos transitamos en un plano simbólico. La realidad sufre infinidad de atentados y arribamos complacientes a la fusión de nuestro ser con "el otro". Jaime Sabines lo expresó así: "No es que muera de amor, muero de ti,/ de urgencia mía de mi piel de ti,/ de mi alma de ti y de mi boca/ y del insoportable que yo soy sin ti..."

El goce que envuelve a dos cuerpos exige reciprocidad para que perdure, y ahí radica la esencia del amor profundo. Xavier Villaurrutia escribió al respecto: "Amar es absorber tu joven savia/ y juntar nuestras bocas en un cauce/ hasta que de la brisa de tu aliento/se impregnen para siempre mis entrañas..."

En el instante que pronunciamos imperativamente "te amo", surge un compromiso, es una sentencia; quien lo dice, se complementa y quien lo escucha, se cimbra. 

A pesar de sus lamentables y previsibles consecuencias, en ocasiones, afrontamos al desamor con dificultad porque el universo social que constituimos nos obliga a pensar exclusivamente en términos de producción y caemos en la tentación de conmiserarnos.

Si nos descuidamos, puede ser que la incertidumbre   nos asalte cuando nos hacemos uno con "el otro";  entonces gastaremos el tiempo interpretando las expresiones de su goce y obsesivamente procuraremos consumirnos en el fuego de la confirmación sexual; un grito extasiado, una caricia, un parpadeo... serán nuestros máximos garantes... ¿Satisfechos?... No del todo, a veces nos carcome la duda de que "el otro" finge.

Superada o al menos comprendida la incertidumbre, se arriba a un estadio donde en un instante, como cuando se inhala un poco de aire junto a las olas, descubrimos que amar, es también compartir las riquezas y las carencias "del otro". Esta reflexión nos permite tocar el fuego y no quemarnos: solo así discernimos entre "el otro" y nuestros deseos. 

Amar con desafío es lograr diferenciarnos; de otra manera, dejamos de existir como individuos y nos transformamos en un espectro que afanosamente busca "al otro" para ser.

Amar con pasión desmedida proyecta en la superficie del cuerpo todos los riesgos que envuelven nuestra inconsistencia; y, en el deseo profundo, aparecen cubiertos de una veladura nuestros anhelos y nuestros alcances.

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