sábado, 19 de junio de 2010

Inés y su Dragón






"La tarea más seria, más auténtica del ser humano, es comprender. No digo comprenderse a sí mismo, eso no se puede, pero intentar comprender la historia y la sociedad en la que vivimos. Y sospecho que no nos preocupamos mucho por ello"
José Saramago

Inés recargó su cabeza en el marco de la ventana que iluminaba su cocina y mantuvo fija la mirada en los zurcidos invisibles de las cortinas de seda que le había regalado su abuela, el café estaba ya servido sobre la mesa. Inés gozaba su soledad, mantenía muy quietos a sus deseos profundos, intentaba no  poseer recuerdos y evitaba los espejos.
El timbre de su casa sonó tres veces, Inés caminó sigilosamente hacia la entrada para no despertar a su dragón y al llegar a la puerta preguntó: ¿Quién es…?

Buenos días –exclamo el Niño que venía acompañado del Señor Gordo-- ¡Muy buenos días! –respondió Inés al abrir la puerta e inquirió--: ¿Qué se les ofrece?

--El Niño tomó la palabra con sobrado convencimiento---: Distinguida señora, en esta bonita mañana venimos saludando a las personas para invitarlas a conocer “Los sonidos de los Dioses”, ya ve usted que los tiempos que vivimos son terribles y nuestros oídos se han alejado de La verdad que Conduce a los Sonidos Eternos.

¿Sonidos Eternos? ¡Qué interesante! Pasen ustedes –les dijo y el niño dio dos pasos hacia el interior de la casa pero fue ágilmente detenido por el Señor Gordo quien acotó--: Agradecemos la invitación, aunque verá usted, preferimos ofrecerle estas dos grabaciones de “Los Sonidos de los Dioses”, además, la cooperación es voluntaria.

Inés miró fijamente a los predicadores, tomó las grabaciones y le comentó al Señor Gordo: Muchas gracias, reciba usted tres pensamientos por ellas, pero de todas maneras pasen a mi casa, tengo algo que enseñarles; mi familia también procura escuchar a los Dioses.

Muy complacido el Señor Gordo tomó los tres pensamientos de Inés, los guardó en la carpeta de las donaciones y acariciándose el bigote le respondió: Bueno, pero sólo un ratito…

Al momento de ingresar a la casa de Inés, una atmósfera húmeda cubrió los cuerpos del Niño y del Señor Gordo. Los muebles estaban suspendidos a unos cuantos centímetros del suelo, en tanto que los cuadros y las lámparas daban vueltas a la velocidad con la que transcurre el tiempo, parecía que estaban estáticos ¡pero no! Sólo un ojo educado –-o inocente—podía percatarse que en realidad había un vertiginoso movimiento secreto. El Niño lo sabía, quiso comunicarle a su compañero de evangelización sonora pero el Señor Gordo le dio un pellizco.

Espérenme aquí en la sala –-les dijo Inés— mientras busco lo que les quiero mostrar. No vayan a hacer mucho ruido ya que podrían despertar al dragón que vive junto al refrigerador. Inés dio un salto hacia la pared y se metió dentro de un cuadro que tenía una cabaña dibujada junto a un bosque de coníferas, tocó suavemente la puerta de madera de la cabaña y gritó ¡soy yo! Luego desapareció cuando le abrieron la puerta.

El Señor Gordo se asustó, estuvo a punto de descubrir las desafiantes visiones efímeras pero se mantuvo casto y complaciente con su verdad que conduce a Los Sonidos de los Dioses, con dificultad se resistió al resplandor de las imágenes, se sentó en un sillón amarillo, cerró los ojos y se puso a escuchar a sus dioses.

El Niño se quedó quieto, observó su entorno y comprendió que además de los sonidos, las visiones también eran muy interesantes. Se supo poseedor de voluntad y determinó columpiarse en una tabla de madera que colgaba con dos viejas cuerdas de henequén, colocó sus manos extendidas alrededor de su barbilla y observó por un largo rato a una tortuga de cerámica azul que deambulaba entorno a una maceta y de vez en vez producía unos sonidos guturales muy raros. Entre el lamento y el silencio, la tortuga comunicó al Niño que le daba mucho gusto saludarlo y que esa tarde se presentaba la pasarela de “las cucharas de azúcar” con los modelos Primavera-Verano de famoso sapo diseñador Jeremías Hoffenmänser.

Más tarde apareció una flauta que acostumbraba ser muy sarcástica pero, cuando quería, hablaba melódicamente, de forma tan sutil y dulce que parecía que untaba miel en sus palabras. Estimadas visitas –gritó la flauta y el Señor Gordo despertó de su trance--- hace muchos soles que no teníamos el honor de recibir a seres extraviados.

Pero no estamos perdidos --dijo el Señor Gordo-- ¡No me interrumpa! --Exclamó la flauta y continuó— en esta casa todos tienen el sagrado derecho a perderse, además, usted no se va a encontrar con nadie, vaya ¡ni siquiera consigo mismo! Lo único que le corresponde en este mundo… es pasar de largo.

¡Qué tonterías está usted diciendo! –Contestó furioso  el Señor Gordo--  Para su información, yo soy el Superintendente Regional del la Iglesia de los Sonidos Divinos y no tolero que un instrumento se atreva a expresarse de tal manera sobre mi persona. Sepa usted, pedazo de madera con orificios que por respeto a la señora que nos invitó a pasar a su casa no le contesto como se merece, es más ¡vámonos! –le ordenó al Niño—

Intente moverse —retó la flauta—

El Señor Gordo no pudo despegarse del sillón e inmediatamente se desesperó, después perdió la cordura, amenazó a cada uno de los objetos y muebles de la casa de Inés, los insultó y maldijo pero no todos le hicieron caso, las lámparas y los cuadros continuaron girando como si nada pasara; sin embargo, hubo quienes sintieron ganas de involucrarse en la dinámica violenta del superintendente regional y sin piedad y por turnos, jugaron con él; el martillo, por ejemplo, llegó presuroso y se mostró amenazador, amagó violentos golpes justo delante de las narices del Señor Gordo quien con el rostro tembloroso transpiraba intensamente, por su parte, las llaves de agua desparramaron el vital líquido en torno a sus orejas, provocándole una incontrolable necesidad de hacer pipí. Luego el televisor martirizó su conciencia con la idea de que tenía que atinarle al precio de la vida exactamente igual a como lo habían dicho cien mexicanos. Entre juego, premio y broma, el Señor Gordo perdió su conciencia. Unos segundos más tarde, la publicidad lo convenció de que la vida era una mercancía.

El Niño observaba con asombro cómo se desvanecía la autoridad del Señor Gordo, esperó pacientemente hasta que por fin llegó la tarde y se deleitó con la sensualidad y la belleza de las cucharas de azúcar; los diseños del sapo Hofffenmänser eran interesantes pero nada del otro mundo. Al finalizar la pasarela, el Niño fue a los camerinos para felicitar a una cuchara que lo había cautivado y la invitó a tomar un helado. La cuchara de azúcar lo descorazonó cuando abiertamente le dijo: “Eres ya muy sólido para que podamos entendernos”.

El Niño realizó dos respiraciones profundas, tuvo un claro entendimiento de la fugacidad y la evolución de la existencia, le regaló una sonrisa a la cuchara, se sintió un poco contrariado y quiso salir a la calle, programó despedirse de la casa y de sus habitantes, suspiró y, entonces se le antojó saltar al cuadro de la cabaña para encontrarse con Inés. El niño vacilaba entre el deseo y la realidad, todo era uno y él era parte de un todo. El Señor Gordo atendía hipnotizado las noticias de las guerras; de pronto, se escuchó la voz de Inés quien se despedía de los habitantes de la casa dibujada en el cuadro junto al bosque de coníferas, llevaba entre sus manos una caja color café y, al tocar el suelo, se disculpó por tardarse un poquito y luego exclamó con alegría ¡Aquí están! Ni más ni menos: Los Sonidos de los Silencios Pausados, edición limitada ¡Tómalos! Te los regalo… El Niño los tomó entre sus manitas y le dio las gracias a Inés ¿Sabes? –Continuó el Niño— voy a llevárselos a mi tía Xóchitl, creo que le van a gustar. Guardaron silencio, pasaron de largo cinco pensamientos sin que ninguno de los dos quedara suspendido en alguno de ellos, el Niño abrió con sus ojos una nueva atmósfera y luego se dirigió a Inés: Antes de Irme ¿te puedo preguntar algo? ¡Por supuesto! –Respondió Inés y el Niño continuó-- ¿Quiénes viven en la cabaña de madera que fuiste a visitar? –Inés sabía cuál era la intención real del niño y le contestó--: Ahí no vive nadie que te pueda interesar… pero en el bosque, hay muchas sorpresas para ti.

El Niño levantó ligeramente la barbilla, depositó en el suelo los Sonidos de los Silencios Pausados, sonrío maliciosamente al infinito, sintió que el cuadro estaba a su medida, volteó a ver a Inés, ella asintió con la cabeza, el Niño entonces dio un tremendo salto y se metió dentro del cuadro… corrió feliz entre los árboles y se perdió soñando despierto por el bosque de coníferas…


Coc.







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