No se puede añadir mucho a los merecidos elogios que suscita Claudio Obregón aunque ya no esté entre nosotros, pero me gustaría decir un par de palabras para quienes no lo conocieron como actor universitario, primero en la UNAM y después en la Universidad Veracruzana. Los que hemos seguido su trayectoria, sabemos de esos tiempos y lo vimos luego como un actor independiente, a unos que por edad no lo conocieron, a lo largo de una de las más fructíferas carreras que un creador escénico mexicano haya tenido, es posible que lo recuerden por su desempeño como el viejo Casanova de David Olguín o el estupendo Rey Lear shakespeariano. Claudio también nos dejó el recuerdo de una última actuación que, de alguna manera, resume lo que fue para nuestro teatro, el hombre culto que propuso a la Compañía su traducción de Endgame, el artista reflexivo que compartió con el director su lectura del personaje y el estupendo actor que incorporó a Hamm, un Hamm memorable, tan memorable como todos los trabajos que realizó en nuestros escenarios y que podríamos decir que se han vuelto legendarios. No es triste despedir a quien nos proporcionó tantos admirables momentos de disfrute escénico y que se me adelantó en el sueño eterno. Pero queda la esperanza de que su ejemplo perviva en las nuevas generaciones.
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