En una ocasión, un ángel inorgánico le comunicó al Dios de los Inconvenientes que existía un planeta azul habitado por seres que eran humanos. Rápidamente, el Dios de los Inconvenientes tomó una pequeña maleta que tenía reservada para los viajes relámpago y salió volando hacia el planeta azul.
Cuando llegó, el hielo cubría prácticamente toda la parte Norte del planeta y vio a unos humanos que vivían en las zonas tropicales; los observó por algún tiempo y finalmente decidió que merecían sortear un desequilibrio ligero, así nada más, como para que sus vidas adquirieran sentido.
Entonces les dio el Fuego. Primero se los envió con un rayo que quemó un árbol, los humanos se asustaron y dejaron que se consumiera el tronco. Al notar que eran de lento aprendizaje, les envió un meteorito que quemó los bosques tropicales. Las brasas se mantuvieron vivas por muchos soles y de repente a uno de esos humanos se le ocurrió tocarlas, al sentir que le quemaban las palmas de las manos, las arrojó a un montón de hierva seca que se incendió de inmediato. Aquel humano entendió que el fuego tiene como esencia incorporar a su condición aquello que toca; la luz y el calor fueron creciendo y creciendo hasta que llovió y nuevamente se extinguió el fuego.
El Sol dio algunas vueltas y el humano se enojó, perdió el poco control que tenía sobre sí mismo y golpeó una piedra sobre otra, salieron chispas y se inició un nuevo fuego. El Dios de los Inconvenientes soltó una gran carcajada y se fue a su casa, iba feliz por dejar a los humanos con las llamas entre las manos.
Desde entonces, el fuego y el humo nos han acompañado a la hora de sembrar, explotar, cocinar, transportar, amar, leer, calentar y destruir. El fuego es una condición de la materia que no acostumbra compartir, se alimenta de todo y es amigo del viento, pero muere con lo que nos da vida, el agua.
El fuego es tan intenso que quienes se queman sienten frío. En la flama hay azules que recuerdan el espacio donde el horizonte une al mar con el cielo. Dicen que amarillo es su rostro y que en el centro habita el blanco porque el fuego tiene la fuerza de la claridad.
Nuestros ancestros mesoamericanos entendían que el fuego se debía apagar y crear de nuevo cuando los ciclos concluían. Platicaban con los Dioses en presencia del fuego. Otros hombres, y en épocas de oscuridad, quemaron en la luz del fuego a miles de mujeres acusadas de ser brujas y hechiceras.
¡Qué limitados aquellos seres que no veían que las mujeres están configuradas de infinitos misterios!
Desde su origen, los hombres portaban corriendo el fuego que nacía del Olimpo hasta los pebeteros olímpicos. En 1968, por vez primera y en México, una mujer encendió el fuego olímpico.
Pareciera que el fuego es un elemento indomable, pero en pequeñas cantidades se puede colocar seco en los cerillos o gaseoso en los encendedores y así, de manera ritual, hacerlo propio al encender un cigarro o un incienso. El fuego no tiene una forma definida porque se adhiere a lo que consume, está siempre sonriendo y no lo hace por malévolo, sino porque ejerce el pleno derecho de saludar a sus conquistas.