martes, 13 de noviembre de 2012

Salve Claudio Obregón





Así intitularon una crónica teatral que refería una de tus miríficas actuaciones, querido Padre, retomando la cesárea salutación, te abrazo hoy que se cumplen dos años de tu partida de este plano existencial. “Ser actor es fustigarse” escribiste en un ensayo y tiempo después entendí con tu trayectoria en los escenarios la profundidad de esa aseveración; un actor de tu talle es un chamán de los escenarios y, como tal, debe morir en vida en varias ocasiones para habitar diversas realidades. Saliste airoso de accidentes físicos, burlaste a la muerte en los quirófanos, fracturaste esquemas y sumisiones porque tu amor por el teatro trascendía cualquier desafío y a él te entregaste con disciplina, talento y sabiduría. 




Desde hace algunas décadas ocupas un lugar de honor en el teatro mexicano. Partiste cuando tu cuerpo decidió retirarse antes que tu alma, te fuiste en activo, dignamente, acompañé tu danza de chamán y delante al dolor supremo me ofreciste una cálida sonrisa, jamás mostraste miedo o angustia, sabías que era tiempo de volar hacia el Norte y me dijiste que el momento se aproximaba, bromeaste con ironía hasta el último instante, ordenaste tus pensamientos y delicadamente emigraste entre mis brazos.


Al concluir una de tus primeras actuaciones, Salvador Novo se acercó a ti y te confió que admiraba tu talento, unos años antes Bellas Artes te había negado una beca para estudiar actuación, tuviste que forjarte de manera autodidacta, décadas después, representando al Rey Lear, recibiste la medalla de Bellas Artes. Eres hasta hoy en día el actor más premiado por la Academia de Críticos de Teatro, se volvió costumbre en mi infancia ver reconocido tu trabajo actoral y a ti, únicamente te preocupaba que te ofrecieran papeles más complejos, desafiantes personajes que habitaran tu cuerpo para deconstruirlos noche a noche.


Por la sala de tu casa y entre mis juguetes, caminaron seres de luz como Juan de la Cabada, Beatriz Sheridan, Valentín Campa, Carlos Ancira, José Gálvez…  fuiste un hombre entregado a las causas populares y humanistas, militaste en la clandestinidad cuando ser de izquierda significaba un compromiso de vida y no un arribista sin principios como sucede hoy. Ayudaste de múltiples maneras a los pueblos centroamericanos en su lucha contra las dictaduras y juntos celebramos los triunfos democráticos de las naciones oprimidas. Sufriste el veto de Televisa y años después te premió por un personaje que interpretaste en la televisora que le hace competencia. Fuiste un ser que caminando dibujaba una estela de claridad y congruencia, amado por quienes aprecian la luz y odiado por aquellos que viven en la simulación.


Llevar tu nombre y apellido es un legado maravilloso, un compromiso con la Historia y un tenerte siempre a mi lado. Ahora platico con el viento para escuchar tu voz, me sigues ofreciendo enseñanzas en el recuerdo de tus convicciones, de tu generosidad, de tu rigor. Sigo un sendero similar al que transitaste y mi trabajo me abre las puertas de la plenitud. En la incertidumbre me guía la trascendencia de tu legado, comulgo con lo etéreo, descubro otros mundos dentro del mundo y los comparto inmediatamente, reconozco mi misión templando mi talante con el fulgor de tu luz impregnada para siempre en los escenarios.



Ahora comparto los teatros contigo, llevo micrófono y proyecto en imágenes los secretos revelados del Mundo Maya, sé que nunca me vas a felicitar y lo agradezco, me indicaste que nunca detuviera a mi ser en la complacencia. Los Caminos con Corazón no saben de halagos, están configurados de desafíos. Ahora entiendo por qué no te gustaban los homenajes: “el mejor homenaje es irme a ver al teatro” --me decías-- y amontonabas los premios aguardando mejores personajes. Mi hermano Gerardo me dijo que en ensoñaciones te observa actuando con los grandes actores de la otredad, pleno, como un chamán que trasciende a su cuerpo y al tiempo. Teatro en griego se traduce con el acto de “ver”, yo te veo sonriente y satisfecho de que ya no sufre mi corazón por tu partida… he vuelto propia a la impermanencia y disfruto la vida como cuando siendo niño jugábamos entre frondosos árboles a la entrada de Radio Universidad.



Querido Padre, el teatro mexicano es tu hogar, el recuerdo colectivo mantiene vigente tus monumentales actuaciones, tu presencia discurre en proscenio cautivando a las sombras y al silencio que mora en los parlamentos de tus hermanos actores, comparto con ellos la plenitud de saberte presente más allá del tiempo, comulgo con tu ausencia para verter en mi cotidiano la sustancia del aquí y ahora, te escribo sonriendo y aplaudo de pie la actuación de tu vida. 








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