sábado, 9 de marzo de 2013

Los Aliados del Enemigo






… pero ¿por qué? –preguntó Kiawüech— “así conviene a la familia” respondió su abuela y sigilosa desapareció detrás del ancho muro que dividía las habitaciones de los nobles con la terraza ubicada frente al río.

Bizarros comerciantes provenientes del otro lado de las Grandes Montañas extendieron sus mercancías a la orilla de un sendero popular, traían consigo exuberantes collares de cuentas marinas y piedras azules, miel de las abejas del fiordo, algunos frutos secos y ocultaban un saco que contenía extracto de “Ietilul”.

Los transeúntes se detenían atraídos por la originalidad de los productos y cuando fue ya una multitud, los guardias del reino se presentaron sonando sus temibles trompetas; la gente inmediatamente bajó la cabeza, se agruparon de dos en dos en cuatro hileras sobre la banqueta. Un pequeño oficial bigotón se introdujo entre las gente que mantenía una posición firme y la mirada fija en el suelo… --¿quién de ustedes será el contacto? – preguntaba el oficial con sorna y luego sonreía, después de un rato ordenó que le mostraran las palmas de las manos, así podría identificar quien tenía rastros de haber manipulado el Ietilul. Identificó a tres individuos, los presentó delante a la multitud y les inquirió sobre su relación con el enemigo, les hizo verter sus pertenencias al suelo y aparecieron cinco frascos de Ietilul, tres habían sido comprados por un hombre barbudo y los otros dos por una pareja de jóvenes.

La gente rodeó al oficial y a los traidores, los guardias contenían a quienes mostraban enojo e insultaban al barbudo y a los adolescentes, la rabia colectiva estaba a punto de desbordarse cuando una trompeta sonó intempestivamente y todos guardaron silencio. El oficial ordenó que estuvieran quietos, con su brazo izquierdo realizó una curiosa señal y un comando rodeó a los bizarros comerciantes, tomaron sus pertenencias, los agruparon y junto al barbón y a los adolescentes fueron encaminados al “Templo de los Conflictos”.

Los adolescentes imploraban clemencia, argumentaban que todo era una terrible confusión, solicitaban hablar con el rey, lloraban, nombraban a sus amigos y gritaban que no los abandonaran, en tanto, el hombre barbudo mantenía la mirada clavada en el suelo, parecía que él sí era un aliado del enemigo y los niños le aventaban papeles encendidos para desaprobar su traición y recordarle que pronto sería consumido por las flamas.

La multitud llegó al Templo de los Conflictos, ingresaron los bizarros comerciantes y los tres Aliados del Enemigo, la gente continuó gritando mientras el sol se ocultaba. Cuando Júpiter estuvo encima del Templo de los Conflictos, comenzó a reptar el humo de una hoguera que surgía de uno de sus patios interiores y la gente que había estado gritando enardecida, ahora saltaba y cantaba de júbilo, se abrazaban y los niños corrían para informar que los Aliados del Enemigo habían recibido ejemplar castigo. 

Un robusto sacerdote salió para hablar con la gente, fue breve: “Tenemos noticias de que los Aliados del Enemigo no actuaron solos, hay alguien en la familia real que sostiene a un grupo de rebeldes y es posible que existan nuevos intentos de introducir Ietilul en el reino pero estamos tomando previsiones y muy pronto será castigado el traidor. Ahora pueden retirarse a sus casas, estén tranquilos, los Aliados del Enemigo han sido quemados en la hoguera” La gente gritaba de gusto, volvía a abrazarse y regresaron a sus casas con una grata sensación de pertenencia y justicia. 

Días después del altercado, en una esquina junto a la ventana de la torre del Palacio Real, el tío de Kiawüech redactaba una carta para un diplomático de un reino vecino que había solicitado una entrevista con el Rey. Súbitamente le arrebataron la pluma y el papel, una voz militar le dijo que se le consideraba un traidor y fue aprendido por dos guardias, la situación se presentaba contradictoria y difícil ya que uno de los guardias era su protegido desde que era un niño; el tío de Kiawüech, se mostró contrariado pero aceptó ser conducido al salón real en la que ya lo esperaban la mayoría de los nobles de la corte y la familia real.

Fue despojado de su atavío de piedras turquesas y  le arrebataron el medallón con el plumaje divino; de una patada en el talón le advirtieron que debía arrodillarse, situación que en su vida había padecido y en medio de la estupefacción, tuvo que recibir dos patadas más para aceptar que debía ponerse de rodillas. Fue declarado culpable de relacionarse con el enemigo y permitir el acceso a los bizarros comerciantes así como crear una red de cómplices en el interior del reino por lo que se le condenaba a la pena capital.

Durante los procesos de traición al reino estaba permitido apelar la condena en una ocasión y debía ser realmente contundente su exposición sino, ni siquiera se permitía concluirla. El tío de Kiawüech mostró serenidad en la palabra y en un breve discurso enumeró sus actividades, compromisos y amistades, declaró que en ningún momento había actuando en contra de los intereses del reino y recordó que en los últimos viajes fortaleció el comercio y mejoró las relaciones con otras regiones que veían de manera diferente la realidad pero que ahora aceptaban mantener contacto comercial con el reino, en suma, que su trabajo se había distinguido por ser leal al reino y que amaba a su familia.

Los nobles escucharon, también el Rey. Hubo un gran silencio, se pararon y se fueron.

La noticia causó estupor en el reino y en los otros reinos, “uno de los hombres fuertes del Rey había sido ejecutado por traición al reino”.

La noche era fresca y después de comer dos trozos de papaya, Kiawüech obedeció la orden de su abuela y se dirigió al Templo de los Conflictos donde ya lo esperaban tres guardias quienes lo acompañaron a una de las habitaciones de los nobles, un guardia golpeó la puerta de un baño y gritó “ya es hora”, segundos después, salieron del baño los bizarros comerciantes, el barbudo --quien ya se había cortado la barba-- y los dos adolescentes; el grupo abandonó con sigilo el Templo de los Conflictos y en la oscuridad caminaron por la orilla del río prohibido hasta que llegaron a la frontera del reino.

Kiawüech dio trescientas monedas para que las dividieran, les deseó buen regreso a sus reinos de origen; una jovencita que venía con los comerciantes se acercó a Kiawüech y le ofreció un frasco con extracto de Ietilul “pruébalo –le dijo—no es tan malo como dicen, simplemente percibes otras realidades que siempre han estado donde ahora no las ves y cuando ingresas a ellas, te despojas de la simulación, además, no es adictivo ni hace daño a la salud, nosotros lo utilizamos de vez en cuando, toma poquito, si te pasas, te da sueño y hambre tonta”

Sorprendido por el regalo y la profundidad de la revelación con la que se despidió la jovencita, Kiawüech dudó, observó que detrás de él se encontraban los guardias, la tentación fue demasiado fuerte y decidió probar un poco del extracto de Ietilul, segundos después, los sonidos se concentraron en un ambiente estereofónico y los colores se multiplicaron en millones de matices; por el vacío circulaban conciencias inorgánicas que saludaban a Kiawüech. Una de ellas detuvo su camino, descendió y le preguntó ¿por qué te habías tardado tanto en venir? La conciencia inorgánica siguió su camino y a lo lejos le decía en voz baja “tengo que contarte algo, al rato nos vemos, voy a un mandado…”

Kiawüech volteó en dirección al reino que habitaba, vio a los guardias que como en un cuadro hiperrealista custodiaban al rigor, a la simulación, a la traición y a la mentira, pensó en la vida que su tío dedicó al reino y nuevamente volteó a ver a los comerciantes quienes relajados se alejaban detrás de la frontera... viró para reconocer al reino al que pertenecía, alzo la mirada al cielo y en ese instante se percató que detrás del azul habita la inconmensurable oscuridad.

Comprendió que su vida y la de todos en el reino se desarrollaba en un fragmento muy reducido de la realidad y que por ello no se les permitía viajar al extranjero, descendió sus ojos al nivel del horizonte, soltó al suelo el frasco con Ietilul  y salió corriendo hacia la jovencita que caminaba con los bizarros comerciantes junto al barbón sin barba y a los dos adolescentes. 

Kiawüech les gritaba… “espérenme… hey… espérenme…”

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