miércoles, 29 de julio de 2009

Del Yo, "el otro" y la existencia





Ya me di al poder que a mi destino rige,
Y yo me aferro ya a nada, para así no tener nada
que defender.
No tengo pensamientos, para así poder ver,
No temo ya a nada, para así poder acordarme
de mi.

Nagual Juan Matus.


Reflejos del Yo

Los mayas de la Península de Yucatán no ven “al otro” como un espejo, para ellos, “el otro”, es el otro. Estacionan sus bicicletas al pie de la banqueta sin que a ninguno de ellos se le ocurra robársela. Sorprendente que organizaciones religiosas con creencias y costumbres del mismo origen pero con interpretaciones equidistantes (presbiterianos, católicos, testigos de Jehová, seguidores de la Iglesia del Dios de la Profecía y mormones) puedan convivir en un pueblo de 100 habitantes. Al contrario de los mayas chiapanecos, los mayas peninsulares son tolerantes con las diferencias y con “el otro”. 

En Piedra de Sol, Octavio Paz, dicta la sentencia: /para que pueda ser he de ser otro, /salir de mí, buscarme entre los otros, /los otros que no son si yo no existo, /los que me dan plena existencia, /… recreación metafórica que embelese pero también aturde: salir de mí y buscarme en los otros conlleva dependencia y esclavitud emocional; considero que a pesar de mi ego, “los otros” ya existían y existirán después de mi último pensamiento. Subjetivo y limitado creer que "los otros" son una experiencia generada en el interior de mis ser y es cuestionable que “los otros” me den plena existencia: el anacoreta prescinde voluntariamente de los demás para realizarse. 

Shakespeare preguntó: ¿ser o no ser, esa es la cuestión? Pero si ya soy, no puedo –al mismo tiempo-- dejar de ser, entonces la pregunta sería ¿cómo soy? En un marco histórico y en Meditaciones del Quijote, Ortega y Gasset responde: “Yo soy yo y mi circunstancias” sin embargo, las circunstancias no son una situación vital, son circunstanciales y nuestra voluntad nos permite evolucionar ignorándolas o trascendiéndolas.

Pienso, luego extingo

Los pensamientos de los europeos del siglo XVII se renovaron buscando a los clásicos. La reforma protestante fulminó de un solo golpe la unidad europea; los seres humanos se supieron insignificantes delante al cosmos; a la Tierra se le concedió un lugar de comparsa en el concierto planetario y se descubrieron nuevos territorios. Demasiados cambios para  tan pocas respuestas. En el centro de las confusiones, apareció René Descartes quien infructuosamente buscó respuestas en los libros y decidió explorarse a sí mismo para encontrar un método que pudiera dar sentido a la existencia.
Descartes buscaba absolutos y tuvo la “brillante” idea de otorgarle a la filosofía el grado de exactitud que tienen las matemáticas, fundamentando así, la fe de la razón. Según él, toda actividad de la conciencia (reflexiones, ideas, engaños etc.) supone la existencia de un “Yo” que piensa, que duda, que engaña… se puede dudar de todo menos de que pensamos; por tanto, existimos. Ahora bien, para pensar, se necesitan ideas y se preguntó: ¿de dónde salen las ideas? Según él, las ideas son innatas. 
René recopiló los conceptos de San Anselmo y con silogismos determinó que la idea más perfecta, es la existencia de Dios, por tanto, Dios existe porque sería un absurdo que la idea más perfecta que se puede pensar, no existiera. Dios garantiza que nuestra razón no se equivoca y a través de ella podemos volver tangible la verdad. Temerariamente René  aseguró que “todos” los seres humanos tenemos la misma razón (¿Quiso decir que en su siglo XVII: un maya rebelde, un aborigen australiano, un guerrero gay de la tribu Kinakau del antiguo Congo, el confidente de su protectora --la reina Cristina de Suecia-- y un adolescente inuit: tenían la misma codificación y por lo tanto, compartían la misma razón?) Descartes publicó en 1637 un método que resultó más bien un recurso para sustentar el monoteísmo católico, con el que los niños tarahumaras, los del Kurdistán, o los de las favelas brasileñas, pueden lograr la comprensión de la verdad y ser enormemente felices. Descartes pensó que existe un solo camino hacia la verdad. 
Cazadores de Poder
La filosofía mesoamericana llamada Toltecayotl, Toltequidad o Tensegridad establece que los seres humanos somos energía, redondos y sin límites. Nuestra existencia es un desafío y la muerte es un cazador que nos acosa en cada respiración por lo que no hay tiempo para lamentos ni dudas, solamente se toman decisiones, sin importar cuales sean ya que nada es más importante que lo demás. En nuestro universo caníbal, la Toltequidad propone asumir la actitud de un guerrero de luz que caza poder enfocando el vínculo que lo une con su muerte para vivir en plenitud. Los cartesianos ven al mundo rígido y retórico, por eso su existencia les resulta aburrida o incompleta, consecuentemente desean, desean y desean sin fin; para un guerrero de luz, el mundo es extraño, pavoroso, misterioso e insondable; evita las rutinas y procura realizar las acciones que le causan desequilibrio como si de ellas dependiera su existencia; se sabe ya muerto, no tiene nada que perder. Un guerrero de luz está consciente de que no puede cambiar y sin embargo concentra su energía en cambiar, por eso nunca se decepciona cuando fracasa. En la Toltequidad la acción es la sustancia de la vida, sin adjetivos o lucro, los actos tienen poder, el poder de reencontrarnos con la luz en vida y alcanzar la libertad.
En el mundo de razón uno quiere y desea ser querido por los demás. Los guerreros de luz quieren lo que se les antoja o a quien se les antoja, sin más, porque sí, como Los Amorosos de Jaime Sabines. Las cosas que hace la gente no son más importantes que el mundo (que también es energía), consecuentemente el guerrero de luz lucha para eliminar su importancia personal y así no sentirse ofendido por lo que hace “el otro” quien siempre muestra una cara distinta. Delante “al otro” o frente a la Unidad energética, cada instante es una nota de una partitura y ella sola no significa nada ni lo es todo, simplemente es una nota, un instante que transcurre o regresa, da igual, los que cuenta es la acción de su resonancia en el conjunto de la sinfonía.
Contradiciendo al psicoanálisis, la Toltequidad propone que no importa como fuimos criados, lo que determina nuestras acciones es nuestro poder personal y aquel que tuvo o tiene una familia recalcitrante, debe agradecer su desafío y evitar lamentarse de su destino. Un ser humano es la suma de su poder personal y no la síntesis de su historia personal. Los guerreros de luz no cuentan con remordimientos ni les da pena ajena las acciones de sus congéneres, evitan adjetivar porque los adjetivos llevan un gusano en sus entrañas: la importancia personal. Ser un guerrero de luz es un arte: el arte de equilibrar el terror de ser una mujer o un hombre con la maravilla de ser una mujer o un hombre.



Espejos

En El corazón Aventurero Ernst Jünger comenta que “debemos distinguir entre aquello que simplemente sabemos y aquello de lo estamos convencidos”. Para la Toltequidad, las comprensiones son de dos tipos: aquellas que con arengas nos dan ánimos, emociones y nada más. Las otras van unidas a la acción.

Hace tiempo, mi amigo Emilio Ballesteros, me envió desde la entrañable Granada, España, un mirífico ensayo sobre el Tarot; su búsqueda es también la mía y por un sendero luminoso, paralelo a la Toltequidad, escribe: “La realidad se hace un dios fingido. Pero establece ritos que atrapan: trabajo, nombre, sexo, dinero…, y los llama vida, que marca rumbos, que ata, que dice…, conciencia suma que le disculpa su desvarío. Sombra que estalla, luz que se pierde, agua que arde en el contraluz...”, Emilio entiende que el poder es sustancial, pero ¿qué clase de poder?:

“El Mago va buscando el poder que en el Lago guarda La Dama: puro, libre, inmaculado, inmenso… El poder que se crece cuando se da y regala su Amor por el Camino y con ello alimenta su sosiego y su fuerza y por eso no acaba, no decae, no se atrapa en marañas de envidias y de trampas que el ego tiende por los rincones. El poder de ser libres. El poder de entregarse. El poder de perderse y por ello encontrarse. Y ser Todo en la Nada y ser Nada en el Todo. Y abrazar en la noche la Unidad de las cosas”.

Las palabras tienen el poder de crear en ti, la certeza de que tus acciones son directrices en tu camino con corazón, independientemente de que “el otro” las haya escrito o recuperado de un todo energético.


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