martes, 5 de febrero de 2013

Aquí y ora lo cósmico





Damian caminaba con sus amigos por la avenida Tulum; súbitamente Mateo extendió sus brazos, detuvo su marcha y les preguntó:

--Si te dieran a escoger entre el blanco y el negro ¿con cuál te quedabas?

--Con el gris –respondió Jorge.

--Pero si fueras realista y vieras caer a un anciano a un hoyo ¿te reirías  o te preocuparías? –Insistió Juan.

--Lo ayudaría a salir del hoyo –contestó Jorge.

-- ¡Bueno ya! Si te definieras políticamente ¿serías de derecha o de izquierda? Jorge abrazó a Juan y le habló al oído:

--Del centro.

--¿Y tú, Damian? –inquirió Juan.

Damian miró a sus amigos y luego a su alrededor, se colocó sus lentes oscuros, sigilosamente abordó a dos preciosas turistas argentinas que llevaban sendas minifaldas, les habló en Inglés, se  hizo pasar por extranjero, cruzó la avenida abrazándolas cachondamente; los tres reían a carcajadas y se perdieron entre las sombras de los tamarindos…

Jorge miró a Mateo y le dijo:

--Ya ves, te lo dije: Damian es muy ex-céntrico

*·*·*·*·*·*·*

Si nos desplazáramos a la velocidad de la luz, en un segundo le daríamos diez vueltas a la Tierra; en 8 minutos llegaríamos al Sol y después, sin que nadie se diera cuenta, nos lanzaríamos hacia los confines de nuestro sistema planetario… como a las 12 horas de viaje, se acabaría la luz del Sol, lo cual no representaría ningún problema para nuestra expedición ya que iríamos a la velocidad suficiente como para ser nosotros mismos un poco de luz; pasados cuatro años, llegaríamos a la estrella Próxima Centauri. Ahora bien, si pretendiéramos visitar la estrella Rigel en la Constelación de Orión, tardaríamos 773 años. Claro está, si tuviéramos tiempo y ganas de seguir viajando a la extenuante velocidad de la luz y, en los más profundo de nuestro interés existiera la imperiosa necesidad de llegar hasta los confines de lo visible, tardaríamos 10 mil millones de años en arribar hasta las galaxias más lejanas.

Según los cálculos del maestro Carl Sagan, si el Dios de los Inconvenientes tuviera la maravillosa idea de soltarnos a la azar en el Cosmos, la probabilidad de encontrar un planeta sólido como el nuestro para sujetarnos fuerte a él, sería inferior a un aparte entre mil millones de billones de billones. Dicho de manera entendible: un uno seguido de 33 ceros. “Los mundos son algo precioso” dijo Carl.

El astrónomo Peter Bond dice que si se elaborara un modelo a escala de la Vía Láctea y nuestro Sol se representara con un grano de arena, la estrella más cercana estaría a 6 km de distancia. Todo el modelo ocuparía un tercio de la distancia entre la Tierra y la Luna.

En nuestro universo la luz recorre un gran vacío, el tiempo se colapsa y el movimiento trasciende al silencio. Las explosiones de estrellas forman otras estrellas, su componentes viajan distancias sin tiempo y, con él, forman curiosos seres quienes reflexionando sobre su origen encuentran el de las estrellas que alumbran sus noches meditativas en la grandiosa oscuridad que contiene fragmentos de luz en movimiento.

Andrómeda es la galaxia vecina más cercana a nuestro planeta, se localiza a 2 millones de años luz de nosotros, la luz que ahora nos llega, salió de aquellos lejanos lares cuando los seres humanos aún no existían y sus ancestros, iniciaban con fatiga la ardua tarea de dominar al fuego, luego vino el lenguaje y la transfiguración del mundo cuando hicimos un mundo dentro del mundo.


En el vacío, la luz se oculta detrás de la lejana distancia y desde ahí nos guiña sus violentas combustiones internas, por el vacío, la luz viaja en paquetes de energía, se origina en miles de millones de estrellas que nacen y explotan desde hace 13 750 millones de años.

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