martes, 14 de enero de 2014

Olmecas / “La Diosa del Maíz”




Miguel Covarrubias, Michael D. Coe, Román Piña Chan, Peter D. Joralemon y Karl Taube, realizaron minuciosos trabajos de interpretación iconográfica olmeca y cada uno a su manera y tiempo, presentaron progresiones de dioses pero sus propuestas no fueron convincentes y en el caso de Joralemon, redujo su lista de 10 a 6 dioses cuando estudios subsecuentes demostraron que se entrelazan los atributos iconográficos de los que considera “dioses olmecas”.

Los pueblos olmecas prosperaron en Mesoamérica por espacio de 800 años y en ése lapso de tiempo, evidentemente existieron transfiguraciones en sus ceremonias y en sus rituales. Covarrubias, Coe y Piña Chan se concentraron en la imagen del jaguar como “dios” tutelar olmeca, hoy constatamos que el fenómeno olmeca se distingue por su diversidad más que por su homogeneidad temática, religiosa o ritual.

Cada nuevo descubrimiento transfigura nuestra comprensión del universo simbólico de los pueblos olmecas, como las ofrendas masivas de hachas, pelotas y tallas de madera de El Manatí, Veracruz o los petrograbados de la Gruta de Xibalbá-Cueva Pak Ch’en, Quintana Roo.

Recuperando la propuesta del etnólogo Robert Redfield (1952) David C. Grove sugirió que los olmecas contaron con dos tradiciones “La Gran Religión” que se refiere a las prácticas de los dignatarios y “La Pequeña Religión” que ubica las tradiciones de los campesinos. La primera tradición es la más estudiada y nos remite a interpretaciones de los monumentos como las cabezas colosales, la arquitectura, los altares-trono y las estelas; la segunda tradición, menos estudiada, se refiere a los rituales domésticos relacionados a la agricultura, a las milpas y a la veneración de los antepasados; su expresión plástica se ubica en la cerámica ritual. Las hachas de jade han sido consideradas de uso exclusivo de la elite gobernante pero las ofrendas masivas de hachas de jade en El Manatí, indican lo contrario.  

En el Museo de Antropología de Xalapa, se exhibe un cinturón-hacha de jadeíta en el que aparece una representación del “dios olmeca del maíz” que Karl Taube identificó como una “figura femenina vestida como dios olmeca”. Sin embargo, no todos los investigadores consideramos que los olmecas tuvieron “dioses” y no porque tenga una falda, forzosamente es una mujer.

Constatamos que porta un suntuoso y complejo sombrero-tocado con una banda que recuerda a la imagen del llamado “dios Bufón” maya, vemos el símbolo denominado Cruz de San Andrés y en la cresta encontramos las famosas “cejas flamígeras” que no son tales sino como Philip Druker identificó desde 1952: se trata del ojo del águila arpía. El rostro adusto nos aleja de la interpretación femenina de Taube, lleva una pesada orejera de jade y su cuello es muy corto.

En su dorso encontramos un par de “alas” (icono del vuelo estático chamánico) que se complementan con una capa de plumas que desciende hasta sus pies. Su cintura porta de nueva cuenta la Cruz de San Andrés que se relaciona con los cuatro rumbos del universo mesoamericano y confirma la necesidad de los pueblos olmecas por reconocer y hacer propia a la geografía sagrada. Dos objetos rectangulares acompañan a la Cruz de San Andrés y de ellos, descienden dos cordeles o espigas invertidas, probablemente sea éste el motivo iconográfico que condujo a Taube a sugerir que se trata del “dios del maíz”.




Debajo de su cintura ubicamos una falda y pudiera portar brazaletes con piedras preciosas o sonajas tanto en sus tobillos como en sus muñecas. He dejado para el final a las manos y a los pies porque precisamente son los que dan movimiento y sentido chamánico al ritmo ritual de la pieza. La mano derecha apunta hacia la productividad de la tierra (al igual que el chamán de las pinturas de Oxtotitlán o los personajes en procesión de los murales teotihuacanos), su mano izquierda empuña lo que pudiera ser un punzón ritual de jade que se utilizaba para las sangrías que comunicaban a los mesoamericanos con las entidades celestes. El individuo es la representación terrestre y su atuendo y rictus nos revela su gestión en el universo estratificado mesoamericano.

Su pie izquierdo se encuentra en movimiento en tanto que el derecho está rígido. Si dividimos al dibujo por la mitad, observamos que el lado derecho del individuo está quieto y el izquierdo en movimiento. El chamán es un vaso comunicante con el cielo (la mano izquierda) y con el inframundo (el pie izquierdo).

Pero ¿por qué porta una falda? Peter E. Furst propuso desde 1967 que los gobernantes olmecas fueron chamanes y como carecemos de contextos arqueológicos para las excelsas piezas de colecciones privadas que muestran transfiguraciones y rituales chamánicos, Furst ha recurrido a las sociedades chamánicas de la Amazonía para fundamentar sus propuestas.  Propongo apuntar también hacia al norte y dirigir nuestra atención hacia los inuit (antiguamente llamados esquimales), quienes comparten mitos fundadores con los mesoamericanos. Hasta el siglo pasado, los inuit se organizaban en sociedades chamánicas.

Michèle Therrien narra en su obra Les Inuit que “la organización chamánica-social inuit se fundamentaba en un sistema binario estructurado alrededor de un ciclo anual en el que las actividades comunitarias se diferenciaban y condicionaba por las prolongadas noches del invierno boreal y por el contrastante verano de permanente luz solar. Durante el invierno, se compartían los bienes y la cacería, se escenificaban los rituales secretos y, en la casa ceremonial (qaggiq), el chamán (angakkuq) auxiliado del tambor, el canto y los juegos, presidía la ceremonia “del intercambio de parejas” que se realizaba en honor del espíritu del mar; siendo hombre, el angakkuq se vestía y tatuaba como mujer”. En ese acto de travestismo unificaba en su ser a los ciclos anuales y representaba a la sociedad en su conjunto.

Sugiero que la pieza olmeca que hoy estudiamos, se remite a la milenaria tradición chamánica que transgredía al género y por ello el chamán lleva falda. En su indumentaria encontramos una iconografía relacionada con el vuelo chamánico inspirado en el águila arpía; conlleva trazos de la geografía sagrada y de las sangrías rituales; unifica al universo estratificado y devela como esencias complementarias a la rigidez y al movimiento. Si observamos con cuidado su pecho, carece de senos, acaso una pequeña insinuación junto a su brazo derecho que ubico en el ámbito del travestismo ritual.

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