domingo, 14 de mayo de 2017

Sala Mesoamericana, Museo de Bellas Artes de Montreal



Figuras provenientes de Tlatilco, 1200 a. C


Las salas del Museo de Bellas Artes de Montreal cuentan con una colección permanente de obras selectas de las culturas primigenias del mundo: Jade Imperial de la Dinastía Hang, de China, sarcófagos egipcios, orfebrería de Panamá, tallas de madera del África Negra, cerámica Inca y Mochica, así como una selecta colección de piezas y figuras de Poder provenientes de los olmecas, huastecos, mixtecas, teotihuacanos, totonacos y mayas.



 Rostro en piedra de influencia cultural teotihuacana 300-600 d C.


Las cédulas del museo señalan la región o cultura de Mesoamérica a la que pertenecen las obras exhibidas, les otorgan una fecha aproximada pero la mayoría de ellas fueron donaciones de particulares y, por ende, lamentablemente carecen de contexto arqueológico, así como referencias sobre su temporalidad, lo cierto es que son expuestas dignamente y con una buena iluminación.


El Museo de Bellas Artes de Montreal dispuso una enorme vitrina en la que se exhiben las figuras de personajes y chamanes manufacturados en barro, jade y serpentina. El Chamán de Barro proveniente de Tlatilco, es una de las expresiones plásticas más refinadas de la muestra. Su rostro evidencia un pronunciado bigote y desde su barbilla se erige un pico de ave; su cuerpo está completamente emplumado y, en lugar de pies, presenta dos crótalos de serpientes. Es un chamán que adquiere los atributos físicos de su nagual, way en maya o su “otro yo animal” quien, por sus características aladas y terrestres, fusiona al cielo con la tierra, siendo él mismo la unidad cosmogónica.


 Chamán de Tlatilco, 1200 a. C.

El Chamán, sus atributos y su rol social dieron siglos más tarde al nacimiento de la “ahaucracia” o el Gobierno de los Señores de la Palabra. Ahuat o Awat, de donde deriva Ahau, es un vocablo antiguo maya que refiere, al que grita, al que habla, al que determina, a quien con la palabra se comunica con lo divino y de ahí emana su Poder.



En la exposición de arte mesoamericano del Museo de Bellas Artes de Montreal son remarcables los vasos ceremoniales mayas en los que aparecen personajes departiendo con animales (naguales o entidades divinas) y, en uno de ellos, vemos a un individuo fumando con símbolos de oscuridad. La colección de piezas de Jaina es formidable, los rostros de las mujeres fueron delicadamente moldeados y cuentan con un talante que denota la fuerte personalidad y la altiva dignidad de las damas mayas reproducidas en cerámica.  






En el centro de la sala mesoamericana se presentan otros chamanes transfigurados en “hachas votivas” personajes que se convierten en hachas o hachas con características humanas. Las hachas son un recuerdo de los tiempos anteriores a la Gran Divisoria cuando con ellas se servían nuestros ancestros para destazar a las presas que correteaban. En el momento en que dejaron de perseguir a la proteína, las hachas sirvieron también para deforestar, deshierbar y preparar el terreno para la siembra, más tarde, cuando los mayas clásicos comentaban que una ciudad era conquistada, escribían que había sido “hacheada”. El hacha nos acompaña desde el origen de nuestras transfiguraciones sociales y, en el chamanismo, los objetos se convierten en sujetos y/o viceversa.

Detrás de las hachas se encuentra dispuesta una vitrina con una entidad de la lluvia zapoteca y, a su lado, ubicamos una representación de la entidad del fuego provista de dos enormes orejeras que recuerdan a los chalchihuites o piedras de jade que representan gotas de lluvia y son comunes en las entidades y gobernantes mesoamericanos. La pieza proviene del Altiplano, y es curioso que entre los pueblos mayas no existió una representación de esta anciana entidad divina, lo que nos recuerda la diversidad teológica mesoamericana, aunque mantenga trazos unitarios o comunes.



Entidad divina del fuego, Altiplano

El silencio de la sala se vio interrumpido por un murmullo que desembocó en un corpus de adjetivos pronunciados por un grupo de niños de entre 7 y 10 años quienes acompañados de dos maestras comentaban la riqueza plástica de las piezas mesoamericanas. Apelando a su sentido crítico y a la observación primigenia, una de las maestras sentó al grupo al frente de la entidad divina del fuego que referimos y les pidió que observaran detenidamente a la pieza para que le explicaran quién era. “Un viejo” dijo uno de los más pequeños… cierto, afirmó la maestra y preguntó: qué tiene de particular: “dos orejas grandes” respondió una niña y la maestra asintió comentando que era un sabio, y apunto: es un abuelo sabio que con sus grandes orejas puede escuchar mejor y propuso a sus alumnos sentarse en posición de loto para que meditando, le hablaran al viejo sabio.



Inmiscuidos en la dinámica de comunicación con el objeto-sujeto-sabio, algunos niños guardaron silencio, otros emitieron el clásico “om” y hubo quienes precisaron de mayor cercanía por lo que directamente hablaron al sabio diciéndole que estaban con él, ahí, sentados, con él… 



Aunque ciertamente la sabiduría y el fuego forman una unidad mitogónica, lo trascendente de esta experiencia que testimonié fue que los niños se mostraron libres y sus maestras los indujeron a expresarse en orden, es remarcable que los niños no tienen limitaciones para la comprensión de la otredad y que la maestra canadiense conducía a sus pequeños alumnos a una comunicación con el objeto considerándolo como un sujeto, tal y como lo hacían en tiempos antiguos nuestros mayores.

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