Figuras provenientes de Tlatilco, 1200 a. C
Las salas del
Museo de Bellas Artes de Montreal cuentan con una colección permanente de obras
selectas de las culturas primigenias del mundo: Jade Imperial de la Dinastía
Hang, de China, sarcófagos egipcios, orfebrería de Panamá, tallas de madera del
África Negra, cerámica Inca y Mochica, así como una selecta colección de piezas
y figuras de Poder provenientes de los olmecas, huastecos, mixtecas, teotihuacanos, totonacos
y mayas.
Rostro en piedra de influencia cultural teotihuacana 300-600 d C.
Las cédulas del museo señalan la región o cultura de
Mesoamérica a la que pertenecen las obras exhibidas, les otorgan una fecha
aproximada pero la mayoría de ellas fueron donaciones de particulares y, por
ende, lamentablemente carecen de contexto arqueológico, así como referencias
sobre su temporalidad, lo cierto es que son expuestas dignamente y con una
buena iluminación.
El Museo de Bellas Artes de Montreal dispuso una
enorme vitrina en la que se exhiben las figuras de personajes y chamanes manufacturados
en barro, jade y serpentina. El Chamán de Barro proveniente de Tlatilco, es una
de las expresiones plásticas más refinadas de la muestra. Su rostro evidencia
un pronunciado bigote y desde su barbilla se erige un pico de ave; su cuerpo
está completamente emplumado y, en lugar de pies, presenta dos crótalos de
serpientes. Es un chamán que adquiere los atributos físicos de su nagual, way
en maya o su “otro yo animal” quien, por sus características aladas y
terrestres, fusiona al cielo con la tierra, siendo él mismo la unidad
cosmogónica.
Chamán de Tlatilco, 1200 a. C.
El Chamán, sus atributos y su rol social dieron siglos
más tarde al nacimiento de la “ahaucracia” o el Gobierno de los Señores de la
Palabra. Ahuat o Awat, de donde deriva Ahau, es un vocablo antiguo maya que
refiere, al que grita, al que habla, al que determina, a quien con la palabra
se comunica con lo divino y de ahí emana su Poder.
En la exposición de arte mesoamericano del Museo de
Bellas Artes de Montreal son remarcables los vasos ceremoniales mayas en los
que aparecen personajes departiendo con animales (naguales o entidades divinas)
y, en uno de ellos, vemos a un individuo fumando con símbolos de oscuridad. La
colección de piezas de Jaina es formidable, los rostros de las mujeres fueron
delicadamente moldeados y cuentan con un talante que denota la fuerte
personalidad y la altiva dignidad de las damas mayas reproducidas en
cerámica.
En el centro de la sala mesoamericana se presentan otros
chamanes transfigurados en “hachas votivas” personajes que se convierten en
hachas o hachas con características humanas. Las hachas son un recuerdo de los
tiempos anteriores a la Gran Divisoria cuando con ellas se servían nuestros
ancestros para destazar a las presas que correteaban. En el momento en que
dejaron de perseguir a la proteína, las hachas sirvieron también para
deforestar, deshierbar y preparar el terreno para la siembra, más tarde, cuando
los mayas clásicos comentaban que una ciudad era conquistada, escribían que
había sido “hacheada”. El hacha nos acompaña desde el origen de nuestras
transfiguraciones sociales y, en el chamanismo, los objetos se convierten en
sujetos y/o viceversa.
Detrás de las hachas se encuentra dispuesta una
vitrina con una entidad de la lluvia zapoteca y, a su lado, ubicamos una
representación de la entidad del fuego provista de dos enormes orejeras que
recuerdan a los chalchihuites o piedras de jade que representan gotas de lluvia
y son comunes en las entidades y gobernantes mesoamericanos. La pieza proviene
del Altiplano, y es curioso que entre los pueblos mayas no existió una
representación de esta anciana entidad divina, lo que nos recuerda la
diversidad teológica mesoamericana, aunque mantenga trazos unitarios o comunes.
Entidad divina del fuego, Altiplano
El silencio de la sala se vio interrumpido por un
murmullo que desembocó en un corpus de adjetivos pronunciados por un grupo de
niños de entre 7 y 10 años quienes acompañados de dos maestras comentaban la
riqueza plástica de las piezas mesoamericanas. Apelando a su sentido crítico y
a la observación primigenia, una de las maestras sentó al grupo al frente de la
entidad divina del fuego que referimos y les pidió que observaran detenidamente
a la pieza para que le explicaran quién era. “Un viejo” dijo uno de los más
pequeños… cierto, afirmó la maestra y preguntó: qué tiene de particular: “dos
orejas grandes” respondió una niña y la maestra asintió comentando que era un
sabio, y apunto: es un abuelo sabio que con sus grandes orejas puede escuchar mejor
y propuso a sus alumnos sentarse en posición de loto para que meditando, le
hablaran al viejo sabio.
Inmiscuidos en la dinámica de comunicación con el
objeto-sujeto-sabio, algunos niños guardaron silencio, otros emitieron el
clásico “om” y hubo quienes precisaron de mayor cercanía por lo que
directamente hablaron al sabio diciéndole que estaban con él, ahí, sentados,
con él…
Aunque ciertamente la sabiduría y el fuego forman una
unidad mitogónica, lo trascendente de esta experiencia que testimonié fue que
los niños se mostraron libres y sus maestras los indujeron a expresarse en
orden, es remarcable que los niños no tienen limitaciones para la comprensión
de la otredad y que la maestra canadiense conducía a sus pequeños alumnos a una
comunicación con el objeto considerándolo como un sujeto, tal y como lo hacían
en tiempos antiguos nuestros mayores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario