El triunfo es una
vital sensación que reafirma nuestra existencia ya que la vida surge de una
lucha microscópica por ganar una carrera. El triunfo colectivo consolida a la familia,
al barrio, a la ciudad, al país entero. El barón Pierre Fredy de Couvertain, sugirió como axioma tercermundista que
lo importante no es ganar sino competir; en términos prácticos, la frase de
Pierre es una excelente excusa para galantemente apapachar a los perdedores
porque lo único que tiene sentido es el triunfo, si no se va con la mentalidad
de ganar ¿qué sentido tiene competir?
Aún la guerra precisa
de códigos. En las competencias las reglas son necesarias para que la realidad
sea la misma para quienes compiten y, los árbitros –en principio--, son
referentes imparciales que fungen como “la autoridad” que determina qué es y
qué no fue. En tiempos helénicos los atletas competían desnudos, las Olimpiadas
surgieron a raíz del entrenamiento militar pero cuando se realizaban, se
suspendían las guerras. Los atenienses consideraban más importante defender el
honor olímpico que ofrecer resistencia a un ejército enemigo. La honorabilidad
de los griegos se mezclaba con la barbarie de atravesar con un cuchillo al
vientre extranjero; guerras y deportes tienen la única finalidad de eliminar al
adversario… la frase de Couvertain es el consuelo de los mediocres, el triunfo
es lo único que se busca al competir.
Ahora mismo se realiza
una competencia mundial que acapara directa o indirectamente la atención
emocional de prácticamente todos los humanos. México es un asiduo participante
de los campeonatos mundiales de fútbol gracias a que compite en una zona de
calificación llamada CONCACAF que a lo largo de su existencia ha evidenciado
mediocres niveles competitivos. Para el Mundial de Brasil, la Selección pasó de
panzazo, en último lugar y de repesca. Los intereses propios de los directivos
mexicanos de fútbol y de los patrocinadores, decidieron llamar al Piojo Herrera
para que sacara las papas del fuego y a contratiempo armara un equipo
competitivo.
El Piojo Herrera, fue
un defensa bravucón, tosco, era un lateral recio que tiraba buenos centros;
como seleccionado fue expulsado en un partido nodal contra Honduras en el
Azteca y Miguel Megía Barón lo descartó de la lista final del Mundial de USA.
El Fútbol le dio la revancha y ahora como entrenador ha sabido ganarse la
confianza, amistad y respeto de sus jugadores, le tapó la boca a quienes argumentaron
que no había hecho una buena selección de jugadores, sus cambios tácticos han
sido precisos y son todo un espectáculo sus transformaciones faciales en cada
gol mexicano. La selección que dirige es la que mejores partidos ha presentado
en una competencia mundial, así de sencillo pero los triunfos en la etapa de
grupos del Mundial de Brasil se consumaron al clásico estilo mexicano: a
contrapelo, a contracorriente y con límite de tiempo. Falta algo más: contra
los árbitros, quienes en 3 partidos han anulado dos goles y dejado de marcar
dos penaltis a los mexicanos.
Esta actitud de los
árbitros en contradictoria, ya que México es el país que más aficionados llevó
a Brasil (un poco más de 50 mil), su consumo cervecero es un negocio nada
despreciable, abarrotan los estadios, gastan impulsivamente y a crédito, las
televisoras mexicanas son las que más invierten a nivel mundial en sus
producciones, en fin, somos un gran negocio para la FIFA, entonces los errores
arbitrales (que tiene pinta de ser teledirigidos) capitalistamente hablando:
deberían de ser a favor de México y no en su contra.
La FIFA es un
organismo poderoso, corrupto y mafioso, goza de exenciones fiscales en el
Mundo, es el dueño del circo, sus decisiones son inapelables y hace caso omiso
a las leyes nacionales para implantar sus criterios y procurar galácticas
ganancias económicas. Pero con los mexicanos dobló las manos. Amagó con
castigar a la Federación Mexicana con una multa y hasta el chisme periodístico
hablaba de pérdida de puntos a consecuencia del tradicional grito de la porra
mexicana cuando despeja el portero.
El asunto es complejo, ya que es un fenómeno cultural y semánticamente
no es discriminatorio, es un insulto, como cualquier otro de los millones de insultos
que se expresan en todos los estadios del mundo, la diferencia es que los
mexicanos finalmente nos organizamos… aunque sea para insultar. La FIFA reculó
en sus intenciones y la porra mexicana extendió el saludo al portero contrario,
al saque de esquina… el saludo “Eeeeeeh Puuuuuuto” ya está siendo practicado y
replicado por japoneses según se observa en Youtube.
Dejamos nuestra
impronta cultural mexicana en Brasil: la FIFA nos quiso limitar pero le salió
el tiro por la culata, finalmente, no pueden castigar a sus consumidores más
desmadrosos. Algunos comentaristas se desgarran las vestiduras por el mal
ejemplo que se les trasmite a los niños… patrañas… se ve que esos comentaristas
nunca fueron niños normales, basta observar un recreo escolar para descubrir el
lenguaje competitivo que es inherente a nuestra condición animal.
La vida es
una batalla, los insultos son inherentes al género humano y absurdo resulta
intentar someter al lenguaje colectivo que expresa las sensaciones animales. Los
directivos de la FIFA intentaron moralizar pero recordaron que no son un digno
ejemplo de integridad y seguramente alguien les asesoró para explicarles que a
las expresiones culturales no se les coloca grilletes. Que se siga
ofreciendo el saludo de barrio al portero adversario, es un gran triunfo
cultural de México sobre la FIFA, es muy probable que otras selecciones latinoamericanas
hagan suyo nuestro distintivo, ese sería otro bello gol que respetuosamente le
meteríamos los mexicanos a la FIFA.