Un actor desdobla su realidad, cuenta con la capacidad de
ser otro, asume con rigor los peligros que acechan observando y viendo desde fuera
de sí mismo. La “realidad” se torna un conjunto de subjetivas interpretaciones
cuando la Palabra detrás de proscenio dibuja lo que no es, siendo. El actor, porta consigo mismo a su
obra, su cuerpo sufre mutaciones y atentados. De su imaginario retoma las
vivencias que recrea en la construcción de un personaje y, después del silencio
de los aplausos, asume como propio lo distinto, cuelga a sus personajes junto a
su cama y observa a su otro yo durmiendo en un libreto. Querido Padre, hoy se
cumplen 3 años de tu partida de nuestro plano existencial, los escenarios
extrañan tu presencia, yo también.
Desde muy niño, con tus actos aprendí el sagrado valor del
trabajo, entendí que lo único que trasciende en nuestras vidas es la creación,
reconocí en la integridad al valor absoluto y que aplicarlo con rigor conlleva
el riesgo de ser marginado. Agradezco tus enseñanzas ya que ahora experimento
que es el único sendero que no provoca el deseo de mirar atrás cuando se ha
llegado a la meta.
Faltaban 4 horas para el inicio de la función y ya me
apresurabas para que estuviera listo e irnos al Teatro ¡Pero falta mucho
tiempo! –te decía y respondías-- ¡Vamos retrasados! Eras el primero en llegar y
de los últimos en irte, recuerdo la placidez que te provocaba llegar con
anticipación, más tarde, con el cúmulo de funciones, entendí que los actores
precisan de un tiempo de transfiguración previo a la tercera llamada, se van
desvistiendo de ellos mismos, hacen suyos al tiempo y al espacio que ocupan,
encuentran un centro emocional para de ahí partir hacia un texto que se
reinventa en la repetición. Irte a ver al Teatro era un compromiso que el
espectador adquiría para regresar a futuras funciones ya que contabas con la
capacidad de incorporar todos los días una nueva luz al parlamento o a la
intención del movimiento, absorbías la atención del espectador con tu silencio,
con tu mirada, con el aleteo de tus manos.
Celebrado y multipremiado, te daban fastidio los homenajes
¿Por qué fuiste nada más 10 minutos al homenaje que te hicieron? –te preguntaba
y contestabas--: el mejor homenaje que pueden hacerme es irme a ver al Teatro.
Te fuiste en activo, tu última obra Endgame (Final de Partida) de Samuel
Beckett la tradujiste y procuraste su puesta en escena; como chamán que eres,
sabías que se aproximaba tu partida, y como un guerrero proyectaste en esa
puesta en escena a la suma de tu experiencia actoral. Dejaste en esa
impecabilidad, la certeza de que para ser pleno, un actor prescinde de su
cuerpo y de lo que le aqueje.
Además de tu calidad escénica, nos legaste enseñanzas de
vida y de disciplina, fuiste generoso e igualmente severo delante a la
estupidez. Chamán de la Palabra: con tus actos transfiguraste las emociones y
las existencias de tus seres queridos, también las de los miles de espectadores
que reconocieron tu luminoso paso por el Teatro y el Cine. Si aún pudiera
platicar por teléfono contigo o comer una rica sopa de verduras con aguacate en
tu casa, podríamos seguir decontruyendo nuestros anhelos y nuestras vidas entregadas
a la creación, te diría nuevamente que me siento orgulloso de ser tu hijo,
entonces me responderías con una sonrisa e inmediatamente cambiarías de tema de
conversación porque tampoco te regodeabas, creabas. Tu partida me hizo tangible
la impermanencia y la grandiosidad del instante coincidente.
Querido maestro Obregón, si la vida es únicamente presente,
mis pensamientos se descubren eternos cuando te recuerdo. Tengo un trato con el
viento para saberte presente en momentos dubitativos o adversos, esculpo en los
vacíos de la selva el vuelo de las mariposas guerreras y en su trayectoria queda
el halo de tu presencia entre las luces que recrean realidades alternas. Tomo
agua del mar entre mis manos y el azul se vuelve translúcido, así mismo, con la
creación, la realidad puede asirse para descubrir su auténtico color, una vez
develado el secreto, es preciso actuar para transmitirlo, somos seres rituales,
mágicos, poderosos y los actores son los mensajeros de la otredad. Ahora que
habitas del otro lado del espejo, reconoces en tu cotidiano que la dualidad es
un fenómeno terrestre y que el tiempo se colapsa y se descubre incierto.
Compartes escenarios con otros grandes actores y actrices en puestas en escena
que refieren a la condición del universo.
Querido padre, Chamán de la Palabra, el Teatro y tus seres
queridos reconocemos en tu vida y presencia escénica a un ser que se atrevió a
cuestionar los acuerdos que limitaban al desarrollo actoral y al de nuestra
sociedad. Fuiste de los primeros actores en enfrentar al sagrado director para
hacerle ver que los actores son creadores y no marionetas, rompiste esquemas y
tabúes. Con tu formación autodidacta hiciste escuela en la actuación, te
negaron una beca para estudiar en Bellas Artes y décadas después te otorgaron
la Medalla de Oro de Bellas Artes cuando representabas majestuosamente al Rey
Lear. Un director dijo entonces que eras el Rey de los Actores, sonreíste y
luego te fuiste para tu casa, te inquietaba estudiar un libreto con un nuevo
personaje. Fuiste un ser que equilibró la lisonja con el rechazo, que asumió
riesgos porque se sabía íntegro, que lo único que le interesaba realmente era
el Teatro, lo demás eran compromisos existenciales que igualmente enfrentaste
desde la trinchera de la actuación. Gracias maestro Claudio Obregón, por tu
compañía en los momentos que precisé de ella, por tu enseñanza y sabia
distancia, por hacerme tangible la luz de la Creación, gracias querido padre,
sonriendo, te mando un abrazo.