Una corriente fría me condujo hasta un valle rodeado de
sombras azules. Tomé asiento entre dos enigmas olvidados por los abuelos y
junto a unas rocas coloidales descubrí la presencia de Jürki, me saludó y
empezamos a compartir el magnetismo de nuestros filamentos, luego nos
acomodábamos en la sensación de indiferencia y recordábamos que olvidábamos.
Jürki comía una extrañas bolas peludas de las cuales surgía un vapor dorado que
perfumaba el ambiente.
¿Qué comes? –le pregunté- Jürki tomó una bola con sus samas
y colocó su intención en el centro de ella, se partió en dos y de su interior
surgió una música con sabor a bosque, de pronto emergieron 3 ríos que rodeaban
un castillo sin almenas y ubicamos a una energía femenina que dormitaba
solidificada entre flores marchitas.
Y lo sorprendente -dijó Jürki- es que lo que vemos son el
reflejo de las fantasías creadas por seres que habitan un tiempo suspendido en
la excepción. Algunos de ellos mantienen contacto con nosotros, son esos
fluidos ovoides que en ocasiones nos visitan cuando el vacío se aburre.
Ah… entonces son ellos –respondí— son
energías con un montón de obsesiones, se entregan pasionalmente.
El tiempo fue cuesta arriba y Jürki decidió tomar una siesta,
el desasosiego bruñía mis pensamientos y la displicencia merodeaba mis
emociones. El reposo energético que me envolvía era por demás asfixiante, un
estupor amarillo impedía los movimientos de mis filamentos, me sentía
acorralado por la inercia del hastío.
Una bola peluda apareció entre las masas coloidales de
nuestros guardianes, recorrió con sigilo los jardines de hielo y los vacíos del
mar quebradizo, subió las 14 plantas de Cristal, se desdobló en un huevo
violeta y se postró frente a mi.
Hola –me saludó y continuó-, se nota que estás molesto y eso
es realmente absurdo estando en la cima de las Plantas de Cristal. La
conciencia ovoide manifestaba seguridad en sus deseos y en sus intenciones, no
parecía provenir del tiempo de excepción que comentaba Jürki, es más, casi leía
mis codificaciones.
Perturbado por su gratuita irreverencia, la tomé con mis
samas de los filamentos que emanaban de su cintura, los enredé hasta que
formaron un solo campo energético y logré que ningún trazo de su energía
quedara fuera de mi control. Iba a engullir el suculento envoltorio energético
pero escuché su voz que pedía clemencia, decía que había cruzado muchos
espacios donde los gases danzaban y los grupos de conciencia circulaban en ríos
de indolencia. Quedé conmovido por la sensación de contar con alguien que me
acompañara mientras mis amistades despertaban de su siesta, dudé pero acallé
sus lamentos de un bocado.
Aún Jürki está dormido y sigo inmerso en éste delicado
estupor amarillo. La Placidez del Silencio me preguntó si no hubiera preferido
conservar prisionera a esa energía ovoide en lugar de haberme anexado su
experiencia. Mira Placi –le contesté—he aprendido a ocupar mi entorno, atender
a esas conciencias significaría crear un acuerdo en el que invariablemente te
ves comprometido a justificar su asombro y luego se vuelve muy meloso compartir
filamentos con ellas. Vienen a aprender y esa irreverente criatura llegó muy
altanera, te digo, son de lo peor.
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