A la ocasión del 50 aniversario del Museo Nacional de
Antropología e Historia y en el marco del Centenario de Octavio Paz, revisemos
las consideraciones del Premio Nobel sobre nuestro pasado histórico y lo que
pensaba del Museo.
"...la imagen que nos ofrece el Museo de Antropología de
nuestro pasado precolombino es falsa… la exaltación y glorificación de México-Tenochtitlán transforma al Museo de Antropología en un templo…
los verdaderos herederos de los asesinos del mundo prehispánico no son los
españoles peninsulares sino nosotros, los mexicanos que hablamos castellano,
seamos criollos, mestizos o indios. Así, el Museo expresa un sentimiento de
culpa sólo que, por una operación de transferencia y descarga estudiada y
descrita muchas veces por el psicoanálisis, la culpabilidad se transfigura en
glorificación de la víctima"[1].
Miles de individuos coincidimos en que el Museo de Antropología es una obra maestra de la arquitectura contemporánea; su museografía resulta dinámica, precisa, secuencial, armónica, maravillosa; la distribución de sus salas nos recuerda las habitaciones mesoamericanas donde cada espacio era un microcosmos; su parasol es un homenaje al cálculo y la iluminación, excelente. El contenido es majestuoso, didáctico, poseedor de una estética que subsiste en nuestro cotidiano y las expresiones mesoamericanas en piedra, maderas, metales, papel amate y cerámica no falsean la imagen de nuestro pasado: son nuestro pasado. Al poeta le perturbó que predominara la sala mexica en el Museo de Antropología. Sin embargo, en su laberinto, la religiosidad de los mexicas es omnipresente y fundamentó su elucubraciones religiosas y piramidales en una subjetiva interpretación de ella. Paz lamentó que el Museo pareciera un templo y recurriendo al psicoanálisis, insistió en su posición franciscana que expresa un sentimiento de culpa sobre un supuesto asesinato.
Miles de individuos coincidimos en que el Museo de Antropología es una obra maestra de la arquitectura contemporánea; su museografía resulta dinámica, precisa, secuencial, armónica, maravillosa; la distribución de sus salas nos recuerda las habitaciones mesoamericanas donde cada espacio era un microcosmos; su parasol es un homenaje al cálculo y la iluminación, excelente. El contenido es majestuoso, didáctico, poseedor de una estética que subsiste en nuestro cotidiano y las expresiones mesoamericanas en piedra, maderas, metales, papel amate y cerámica no falsean la imagen de nuestro pasado: son nuestro pasado. Al poeta le perturbó que predominara la sala mexica en el Museo de Antropología. Sin embargo, en su laberinto, la religiosidad de los mexicas es omnipresente y fundamentó su elucubraciones religiosas y piramidales en una subjetiva interpretación de ella. Paz lamentó que el Museo pareciera un templo y recurriendo al psicoanálisis, insistió en su posición franciscana que expresa un sentimiento de culpa sobre un supuesto asesinato.
Octavio Paz escribió en "El Laberinto de (su) la
Soledad" que Cuauhtémoc significa el águila que cae, pero también puede
traducirse como el águila que desciende. Entre caer y descender se encuentra el
abismo que separa a los hombres de los dioses y a la razón cartesiana de
Mesoamérica. Octavio presentó a Cuauhtémoc como el hijo de la Gran Diosa Madre
y sugirió que, como fruto del desamparo: "aparece (en los mexicah (aztecas) sobrevivientes de la conquista) la
vuelta a los cultos femeninos (2)". En su laberinto, Octavio ignoró o
desconoció la existencia de las diosas mexicah Coyolxauhqui, Teicu,
Macuilxochiquetzalli, Chalchiucueitl, Tonantzin, Citlalicue, Xocóiotl,
Tlacoiehua y, sobre todo, a Cihuacóatl, la primera mujer que parió en el mundo
y que se aparecía con un niño a cuestas. De Coatlicue se expresó así:
"Nuestros críticos de arte se extasían ante la estatua de Coatlicue,
enorme bloque de teología petrificada. ¿La ha visto? Pedantería y heroísmo,
puritanismo sexual y ferocidad, cálculo y delirio (3)".
Algunos investigadores consideramos que la diosa Coatlicue es justamente la expresión plástica de la Gran Diosa Madre. Ella es el principio cósmico que genera todo lo que contiene el universo. La imagen de la madre de Huitzilopochtli detiene por un instante al tiempo; en ella confluyen no "el puritanismo sexual, el cálculo y el delirio", sino las expresiones tangibles de la mitogonía objetivada que permitía a los sacerdotes mexicah reconocerse y ser temidos.
Al igual que los franciscanos del siglo XVI, Octavio se equivocó rotundamente al pensar que los dioses mexicah eran pecadores, especialmente Quetzalcóatl. "La mentira política —escribió Paz— se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente. El daño moral ha sido incalculable y alcanza a zonas muy profundas de nuestro ser (4)". Ciertamente, y este argumento también es valido para su interpretación franciscana de los dioses mexicah. Opinó que la danza mexica "es sinónimo de penitencia": es obvio que los mexicah contaban con una cosmogonía diametralmente opuesta a la occidental, por lo que, en sus danzas no hay pecado que expiar. La danza mexica es "comunión"; los danzantes se transforman en un vínculo que une al cielo con la tierra. Son la imagen plástica de la otredad en el plano consciente... Octavio Paz escribió una mentada de madre a los mexicanos en prosa poética y los mexicanos hemos callado más de lo que debemos cuestionar los erróneos y violentos laberintos de Paz quien utilizó la deformación histórica como recurso dialéctico.
Algunos investigadores consideramos que la diosa Coatlicue es justamente la expresión plástica de la Gran Diosa Madre. Ella es el principio cósmico que genera todo lo que contiene el universo. La imagen de la madre de Huitzilopochtli detiene por un instante al tiempo; en ella confluyen no "el puritanismo sexual, el cálculo y el delirio", sino las expresiones tangibles de la mitogonía objetivada que permitía a los sacerdotes mexicah reconocerse y ser temidos.
Al igual que los franciscanos del siglo XVI, Octavio se equivocó rotundamente al pensar que los dioses mexicah eran pecadores, especialmente Quetzalcóatl. "La mentira política —escribió Paz— se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente. El daño moral ha sido incalculable y alcanza a zonas muy profundas de nuestro ser (4)". Ciertamente, y este argumento también es valido para su interpretación franciscana de los dioses mexicah. Opinó que la danza mexica "es sinónimo de penitencia": es obvio que los mexicah contaban con una cosmogonía diametralmente opuesta a la occidental, por lo que, en sus danzas no hay pecado que expiar. La danza mexica es "comunión"; los danzantes se transforman en un vínculo que une al cielo con la tierra. Son la imagen plástica de la otredad en el plano consciente... Octavio Paz escribió una mentada de madre a los mexicanos en prosa poética y los mexicanos hemos callado más de lo que debemos cuestionar los erróneos y violentos laberintos de Paz quien utilizó la deformación histórica como recurso dialéctico.
“Cierto, la crítica no es el sueño pero ella nos enseña a soñar
y a distinguir entre los espectros de las pesadillas y las verdaderas
visiones… la crítica nos dice que debemos aprender a disolver
los ídolos: aprender a disolverlos dentro de nosotros mismos.
Tenemos que aprender a ser aire, sueño en libertad”. Octavio Paz.
Considero que no "tenemos que aprender a ser aire, sueño en libertad" —como obliga Paz—: tornarse tangible a través de nuestras acciones y dirigir nuestros pensamientos, son nobles facultades de quienes con voluntad, conciencia y disciplina, logran reconocer sus orígenes y así domestican su importancia personal y a sus fantasmas, por ello, es oportuno analizar nuestro pasado estudiando los documentos históricos para que con la crítica podamos "disolver a los ídolos existencialistas que habitan fuera de nosotros". Como historiador, Octavio Paz fue un gran poeta.
(1). El Laberinto de la Soledad, FCE. 5.ª reimp., Méx.1988 p. 316 y 317.
(2) idem p. 92
(3) idem p. 303
(4) idem p. 134
(5) idem p.