Rubén Carrasco transitó por los senderos del hiperrealismo, selló un pacto con la forma y conoció su esencia. Durante algún tiempo, detuvo su oficio en la realidad racional e interiorizó en los helénicos criterios de la forma. Un día, percibió que junto a la forma, existe un ligero remanso y, después de ahí, habita la abstracción de la forma. Desde entonces, Rubén observa otras realidades y por su pintura fluyen emociones que aún no han sido nombradas.
La obra de Carrasco nos sitúa en un filtro de interpretación visual donde la voluntad y el espíritu, apaciblemente se acomodan y aquietan su constante diálogo; inmediatamente después, aparecen los elementos visuales de la otra forma, nos seducen con su enigmática narrativa y nos aproximan a las sensaciones que algunos experimentan en sueños o en meditaciones profundas… impresiones donde la razón se descubre incompleta y es el cuerpo quien recuerda.
El trazo de Carrasco inserta la luz en la zona que equilibra y, según su intensidad, puede convertirse en un acento, recorrer la obra deshilvanándose o ser un punto de fuga. En la pintura de Rubén, la luz saluda a la otredad desde el plano consciente, comulga con la asimetría orgánica y cobija la descomposición de recurrentes esferas en movimiento.
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