Endgame, de Samuel Beckett
La Compañía Nacional de Teatro del INBA concluye el Domingo 1 de Agosto una temporada de la obra Endgame de Samuel Beckett, dirigida por Abraham Oceransky, en una versión al castellano de Claudio Obregón quien también actúa en la puesta en escena acompañado de Diego Jáuregui, Gabriela Núñez, Octavio Michel y Luis Lescher.
Estrenada hace 53 años, pareciera que Endgame ha sido escrita en nuestro tiempo. La trama se desarrolla en un ambiente apocalíptico en el que dos personajes Hamm –interpretado por Claudio Obregón-- y Clov --Diego Jáuregui-- se encuentran situados en un tiempo sin luz, habitando un espacio derruido y abandonado, al igual que ellos mismos.
Hamm es ciego e inválido, no se puede parar y Clov ve por un telescopio las ruinas de nuestra civilización pero no logra sentarse… “cada hombre con su especialidad” comenta Hamm y entre risas y burlas, Beckett pone en evidencia nuestra búsqueda contemporánea por la especialización, estadio desde donde los especialistas terminan generalizando.
En un ambiente decadente y desesperanzador, Hamm y Clov comparten el hastío y procuran llevar de mejor manera un presente sin futuro, al parecer son los únicos sobrevivientes del caos, su cotidiano se vuelve ritual y lo que en otros tiempos pareciera intrascendente, en ese estado de carencias y degradación, ahora resulta sustancial; de pronto los sorprende el hastío y Hamm desde su silla de ruedas pregunta a Clov “¿no estás harto?” –y Clov automáticamente responde-: “ Si… ¿de qué…? ”
Hamm y Clov están engarzados en una relación co-dependiente de la que ninguno de los dos se atreve a salir y cada exigencia, súplica o reclamo, constituyen el único y real sentido de sus vidas… ¿Por qué no me matas? Pregunta Hamm y Clov responde con practicidad: “Desconozco la combinación que abre la despensa…” Ambos personajes transitan al límite de su existencia y si uno desapareciera, para el otro significaría también que la muerte le habría llegado; acostumbrados están a que el dolor y el absurdo determinen la calidad de su cotidiano y no entienden de otra manera su existencia.
El absurdo entonces da sentido a sus vidas, cualquier lugar resulta vital e igualmente importante, por ello Hamm le exige constantemente a Clov que lo coloqué en el centro y pregunta “¿estoy en el centro? “ --desesperado por la exigencia de una precisión, Clov se dispone medir y condescendiente Hamm le sugiere que lo haga calculando “más o menos” el verdadero centro…
En esa marco de relativa precisión, en sus vidas todo se torna urgente y al mismo tiempo intrascendente., Clov llega corriendo de la cocina y afirma que ha encontrado una rata “¿la mataste?” Pregunta Hamm y Clov responde: “casi… se quedó moribunda…” Entonces déjala ahí… comenta Hamm y platican de otra cosa. Más tarde, Clov recuerda que tiene una rata casi muerta en la cocina y sale corriendo diciendo… “ si no mato a esa rata… entonces morirá”
La dirección y el concepto escenográfico de Abraham Oceransky se fundamentaron en “cuadros escénicos” donde la composición plástica se impuso sobre la sustancia del libreto ofreciendo como resultado interesantes y propositivas atmósferas visuales: sin embargo,, es con las actuaciones que esta obra adquiere el profundo sentido dramático que precisan los textos de Samuel Beckett
Diego Jáuregui nos presenta un fino trabajo escénico y construye a un Clov que transita entre la otredad, las necesidades primarias y el desamparo como predilección; su mirada se ubica en un limbo atemporal y aunque Oceransky dio un sentido circense a Clov, Diego reconoce en su personaje la valía de los silencios; por otra parte, el cuidadoso estudio de la entonación y el profundo sentido de sus palabras, permiten descubrir que detrás del silencio, la abnegación y la obediencia, hay un universo cautivo por donde plácidamente transitan sus emociones, Jáuregui las reconoce, las hace suyas y logra trasmitirlas al espectador con quien de pronto establece una amorosa complicidad y empatía sustentadas en su supuesta debilidad vestida de compasión.
Claudio Obregón, como los chamanes de tiempos sin memoria, transfigura la realidad y desde su primer parlamento nos conduce a un espacio y a un tiempo donde lo que es… no es lo que se ve sino lo que se dice que es.
El maestro Obregón cuenta con un “mágico tiempo interno” que reconocemos en cada una de sus actuaciones; su voz, sus matices y los movimientos de sus manos forman un todo que construye atmósferas y circunstancias donde el tiempo formal se colapsa y la verdad escénica se puede tocar con nuestros pensamientos; en esta ocasión, prescindiendo de la vista y postrado en una silla de ruedas, Claudio ha creado a un personaje sustraído de una realidad paralela, de ese limbo donde habitan “los otros” que algo tienen de “nosotros”.
Hamm es ciego y dejó morir a su vecina cuando le negó aceite, entonces la Sra. Peggy murió de oscuridad… lleva un silbato como símbolo de autoridad, inicio y finalización, como una llamada de atención o quizá una advertencia… el silbato es mucho más que el silbato mismo, como las palabras en Endgame que dejan de ser lo que parece que son y se crea un curioso discurso donde lo que se dice formalmente pareciera absurdo pero ese sin sentido o desvalorización de la lógica formal, en realidad nos habla de las verdades profundas de los seres humanos .
En el original están dentro de tambos de basura y en esta puesta en escena, los padres de Hamm aparecen pegados a las paredes, vegetando, sucios y malolientes, reclamando su papilla, indefensos delante al absurdo como pequeños niños maleducados.
--¡Cabrón!— Hamm a su padre-- ¿Por qué me engendraste? Y responde: “No sabía que ibas a nacer tú…” Ahora es el padre quien escucha los sermones para acceder al alimento y quien recibe las órdenes, enfrente de él e igualmente sujeta a la pared, la madre de Hamm escucha la historia del padre que no se cansa de repetir y ambos recuerdan el momento de un fatal accidente, ellos también están condicionados a su pasado y son presentados como escoria y degradación, condicionados a alimentarse de galletas.
Los actores Octavio Michel y Luis Lesher se alternan en la representación del padre de Hamm, Octavio demuestra plasticidad e intención en el poder del texto, así como cuando la atención dramática recae en sus parlamentos. Luis Lesher, por su parte, en un tono e intensión más intensa, en su monólogo por momentos se dispara del trabajo grupal.
La madre es interpretada por Gabriela Núñez quien nos mira con vacuidad justo antes de hablar para con ese gesto indicarnos su procedencia y aspiraciones, su personaje es quien menos habla pero Gabriela comprendió que sus miradas producen frases e intenciones; goza de una educada voz que le permite llegar a operísticos agudos cuando narra cantando junto a su esposo la misma historia de un sastre que no logra terminar de zurcir unos pantalones.
Endgame o Final de Partida, no concluye, inicia como termina para volver a iniciar, ningún personaje puede escapar de esta trama, aunque lo deseen, aunque lo intenten…
Samuel Beckett en esta mirífica obra de Teatro, refleja la condición humana, sus logros derruidos, sus limitaciones, su constante búsqueda por el perfeccionamiento que aniquila, por la permanente producción hasta que todo desaparezca, por la eterna duda y el miedo a la soledad… quizá por ello nunca escapan de sí mismos los personajes de Endgame y, al nosotros reflejarnos en esos pasajes de abnegada obediencia a las creencias que ya no sirven en un mundo con tendencia a la conflagración, descubrimos que al final de Final de Partida, sucede que después de un largo recorrido, nos encontramos de nuevo en el inicio.
A la ocasión de este evento teatral, el maestro Claudio Obregón escribió esta breve semblanza de su trabajo como creador:
En este año del 2010 Claudio Obregón recordará que hace 51 años inició sus primeros trabajos artísticos, al principio solamente con casi- certezas o impulsos a ciegas; pero eso sí, con pasión desmedida siempre, año tras año hasta el día de hoy. Han desfilado por su mente y calado en su alma los más diversos y contradictorios personajes: Hernán Cortés, Augusto Strindberg, Isabel Primera de Inglaterra, Herodes (el de Wilde), Bartolomeo Vanzetti, El Rey Lear, Niels Bhor, Giacomo Casanova, Maximiliano de Habsburgo y tantos otros que sólo los más antiguos de la región recuerdan. ¿Qué fue de todos ellos? ¿Qué sucedió con Claudio? Los personajes se fueron a habitar el panteón teatral de los sucesos efímeros y Claudio, desvencijado y valeroso todavía intenta conquistar nuevas palmas de las generaciones postmodernas. Sabe como todo buen soldado, que en la trinchera de las imaginerías, los personajes, la tramoya, el público, las luces pueden dispararle a muerte o dejarlo malherido, pero entonces él y su amor al teatro dirán la última palabra.
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