sábado, 4 de septiembre de 2010

Crónicas de la diversidad y la tolerancia / Montreal






Abordé el metro de Montreal en la estación Beaubien y me coloqué a un costado de la puerta central del vagón, mi mirada se dirigió hacia mi costado izquierdo donde localicé a un grupo de jóvenes ataviadas como Hadas Madrinas, sostenían con orgullo su varita mágica, seguramente van disfrazadas para un festival –me dije— junto a ellas, otra joven de la misma edad pero de origen oriental, recibía de su madre un sermón en chino mandarín… de pronto, un penetrante olor a carnitas agridulces invadió violentamente el vagón, al ubicar el origen de tan profundo aroma, encontré a un señor africano que había destapado un platillo de cocina exótica en cubierta de polietileno y, utilizando sus dedos como cubiertos, se dispuso a deglutir su platillo, frente a él, un joven rubio impecablemente vestido tenía su mirada fija en otra realidad y se abstuvo de observar al comensal africano, siguió ausente a pesar de encontrarse a escasos 20 centímetros del exótico y aromático platillo.




Un par de voces chilangas llamaron mi atención y girando a mi derecha descubrí a dos paisanos, uno de ellos vestía la camiseta de la Selección Nacional de Fútbol, lucía una prominente panza y llevaba el número 12 en los dorsales, su amigo portaba sombrero y bigote, Casi llegando a Mont Royal el señor africano guardó la mitad del platillo de carnitas agridulces, se levantó sin dejar rastro de su presencia, descendió junto a los mexicanos y las Hadas Madrinas, Después de transbordar en Berri-UQAM me bajé en la estación Peel y descubrí que estaba en una ciudad subterránea con 27 kilómetros de pasillos y plazas  que conectan a Universidades, Centros Comerciales, Librerías, Cafeterías, Supermercados, Farmacias y Restaurantes que ofrecen comida de todo el mundo, Junto a una escalera, observé a un niño que en una carriola sonriente ondeaba la bandera arco iris del Movimiento Gay y de pronto descubrí que la escena de la familia completa consistía en dos carriolas con dos niños y una pareja de madres lesbianas que compartían un helado con sus hijos adoptivos.










Caminé por un largo periodo en aquella ciudad de varios niveles subterráneos, subí una escalera eléctrica y salí a la superficie, La tarde proyectaba su luz fragmentada y quedó contenida en los rascacielos cubiertos de espejos y sombras de la calle Sainte Catherine, decidí tomar un café y una bellísima joven de la India me sonrió al cruzar conmigo su mirada, después de unos minutos se levantó para ir al baño y dejó su bolsa, su Iphone 4 y su Mac, quitada de la pena bajó unas escaleras y después de cinco minutos regresó a su mesa se colocó los audífonos de su Iphone 4, siguió navegando en su Mac, Salí a caminar de nuevo por Sainte Catherine y descubrí que un intenso olor a marihuana circulaba por una de las principales avenidas de Montreal y sobre sus amplias banquetas se escuchaban diferentes tonalidades del idioma francés, además de inglés, chino, español y árabe porque se trata de una comunidad con diversidad de colores, y tolerancia a religiones, tradiciones, usos y costumbres.












El verano se vive intensamente ya que durante el invierno la temperatura desciende a – 45, por ello hay festivales internacionales y espectáculos gratuitos en jardines y plazas públicas, como en Place des Arts donde se proyectaron imágenes láser sobre fuentes de agua que sostenían sus chorros por largos minutos y en las que se dibujaban imágenes tridimensionales de tiburones, ballenas, delfines y un par de manos que jugaban a formar imágenes de animales con sus dedos, la música New Age compuesta para el espectáculo, era profunda y meditativa, Por la noche, esa parte de Sainte Catherine se torna roja, enfrascadas en una profunda conversación y como quienes apuradas llegan al trabajo de oficina, dos bellas bailarinas ingresaron a un Table Dance, en el negocio de a lado, vendían comida libanesa y pedí una Pita, es una enorme tortilla de harina de trigo en la que se le incorporan verduras, pepinos, aceitunas, encurtidos, lechuga, col y carne,  luego todo se enrolla como un tremendo taco y  mucha gente lo compra y se lo lleva consigo a casa o se lo come en el Metro o en la calle, es curioso, la gente come de todo y en cualquier parte, pero es la primera ciudad en el mundo en la que veo que los chinos no escupen en las banquetas, me sorprendió la calidad, tamaño y privilegiada localización  del hospital que construyó la comunidad china, luego ingresé a un banco canadiense para retirar efectivo y encontré que los clientes, los cajeros, los gerentes, el personal de limpieza y los ejecutivos, es decir, todos, eran chinos o canadienses hijos de chinos, las llamadas telefónicas, la atención a los clientes y todas la acciones se verbalizaban en chino mandarín aunque la documentación era en francés o inglés o en ambas.




Nuevamente descendí al Metro y un músico chino con un arco creaba espacios sonoros profundos en un instrumento de tres cuerdas, una señora de rasgos latinos era ayudada por una canadiense de origen vietnamita a bajar por las escaleras la carriola que lleva a su hijo, La cortesía es una norma en el metro, nadie se avienta, se deja entreabierta la puerta para el que viene atrás, es más, existe un implícito orden que permite que todos circulen prácticamente sin tocarse, Finalmente mi búsqueda lingüística en Montreal se cumplió en ese vagón del metro donde escuché a una familia de Inuits (nosotros les llamamos erróneamente esquimales) hablar en su complicadísimo idioma, el Inuktitut, resultó tal y como lo imaginaba: tonal e incomprensible.




El padre de la familia Inuit tenia un rostro adusto, iba de pie y malhumorado, veía que aquel hombre poseía la paciencia suficiente para cazar animales árticos pero se encontraba rodeado de otro tipo de seres que aunque igualmente peligrosos viven en el acuerdo social que procura respetar la diversidad y por ello a nadie molestaba su absoluto silencio y su cara de no me mires, sentadas frente a mi, la madre Inuit y sus hijos platicaban en Inuktitut, uno de los cuatro idiomas que los Inuit hablan en Alaska, Canadá y Groelandia, El Metro se detuvo en una estación donde una compañía telefónica pintó delfines entre las columnas y las escaleras, los cetáceos saltan sobre un mar de palabras y ecuaciones matemáticas, Adentro de los vagones la publicidad es muy discretea y un anuncio intenta recuperar el arquetipo de la mujer de los años 60´s del siglo pasado que iba de compras en minifalda y mostraba  sus piernas limpias de vellosidad, y presenta unos rastrillos rosas que permiten a las mujeres equipararse a aquellas idílicas y lampiñas féminas de los tiempos anteriores a la computadora.




En el vagón de enfrente descubrí a dos individuos de religión musulmana, su mirada era poderosa al igual que sus barbas, así, a simple vista, como que parecían fundamentalistas, ambos llevaban un pequeño sombrero blanco que tomaba la forma de sus cráneos, se percataron que los veía  con asombro, unos segundos después, junto a uno de ellos y pegada a la pared, localicé a una mujer vestida con una burka negra (vestido que en el desierto tanto hombres como mujeres usan para protegerse del viento y las arenas del desierto pero que en Afganistán como en otras partes del mundo árabe se utiliza para someter a la mujer) observé que me veía y mantuvo por un instante su mirada en la mía, descubrí entonces el misterio de observar a un ser que al mantener su cuerpo cubierto no me transmitía su historia personal, su mirada sostenida por un instante frente a la mía era diferente a las demás miradas del vagón ya que ella no tenía derecho a mirar ni a ser vista, descendí del vagón y noté que me miraba de reojo… encontré un enorme vacío y una esclavitud por usos y luego creencias que en otros tiempos se consideraron verdades y siglos después despuntan en un vagón del Metro de Montreal donde la Tolerancia ha encontrado un escenario para que sin transgredir, se manifieste la Diversidad, Por cierto, el Gobierno Canadiense está considerando que las burkas desaparezcan por ser un elemento de segregación.







Eran las once de las noche y salí de la estación del Metro Atwater, sentado en una banca de la plaza Cabot, un joven aprovechaba el sistema HiWi de las plazas de enfrente y navegaba en su Mac, a dos bancas de él, un grupo de vagabundos urbanos bebían un licor barato y encendían cigarrillos que les provocaba una risa incontenible y la mirada fija, caminé sobre Sainte Catherine y al llegar a la zona de los bares, un par de bellas jóvenes en minifalda y con algunas copas de más, salían trompicándose de un antro y justo detrás de ellas, tres jóvenes comentaban en voz baja los atributos de las damas pero cuando pasaron junto a ellas no mostraron ninguna actitud de cazadores, Luego me cansé de caminar e ingresé a un Café a beber un expreso con hielos y un poco de azúcar moscabado, así me dieron las deshoras de la mañana, el sol iluminaba la ciudad con una tonalidad rosácea que luego se volvió amarilla intensa, En el instante en que la luz se tornó blanca y el cielo azul, salí del Café y tomé el Metro en la estación Mc Guill.




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