Para las niñas mayas de Xocen, Yucatán.
El Hombre de Conocimiento habló claro y fuerte.
--Esta noche, la Luna será propicia para que vayan solos, por vez primera, al encuentro con el jaguar. Su vida estará en peligro. Quizá sólo uno de ustedes será lo suficientemente fuerte como para soportar la fuerza del oscuro vacío del miedo. Los demás... serán siempre los demás.
Trece jóvenes escuchaban atentamente cada una de las instrucciones del chamán y procuraban no detenerse en sus pensamientos.
--Ahora, abramos un largo silencio --dijo el Hombre de Conocimiento.
Cerraron sus ojos y entraron rápidamente en el mundo del ensueño, visualizaron al ave verde turquesa y volaron detrás de él. En los húmedos bosques tropicales detuvieron su vuelo para compartir un momento con los reptiles. El perfume de las delicadas flores amarillas del árbol del distanciamiento les provocó estupor y luego se perdieron en un tubo de gusano. Ninguno de ellos recordó que el encuentro con el jaguar era de noche.
El Hombre de Conocimiento vio que los jóvenes no buscaban la salida en el tubo de gusano, dio dos palmadas, se levantó y se retiró a sus aposentos. Los nobles mayas sintieron entrar en ellos al oscuro vacío del miedo. Se levantaron tropezándose con sus enormes peñachos de plumas de quetzal y se retiraron pensativos. Esa noche probarían su intento.
Cuerda de Humo, una niña de ojos húmedos y vivaces, observaba de soslayo cada uno de los movimientos de su hermano mayor. El joven guerrero alistó su vestimenta, respiró profundamente para controlar sus emociones, salió al encuentro de sus compañeros y juntos partieron hacia el encuentro con el jaguar.
Cuerda de Humo había visto 137 lunas en su vida, la que iluminó sus ojos aquella noche, le habló con ternura y le aconsejó que siguiera a su hermano para descubrir los silencios que de noche transitan por la selva.
Los trece jóvenes --y una niña que corría detrás de ellos-- se adentraron en la selva por el camino que conduce a la montaña azul. Al llegar a la orilla del lago "Cocodrilo Siete Guacamayo" siguieron por los laberintos que forma las raíces de los árboles que crecen sobre otros árboles. Cuerda de Humo seguía sus pasos y la luz de la Luna se hizo cada vez más brillante, de pronto se encontraron con un enorme espacio y los jóvenes mayas decidieron que ese claro en la selva era el lugar propicio par iniciar el rito.
--Formemos un círculo, cantemos y celebremos aquí el inicio de un nuevo ciclo --dijo uno de ellos.
Entonaron himnos de guerra y su espíritu manifestó la voluntad del triunfo. Estaban dispuesto a perderlo todo para lograr su intento.
Cuerda de Humo había permanecido escondida detrás del árbol que pierde la piel cuando se torna roja, de pronto sintió el impulso de descubrirse ante el grupo. Corrió y saltó al centro del círculo: sus manos dieron fuerza al viento y solamente hojas verdes giraron en derredor de su cuerpo, concentró en su vuelo la luz circundante y bailó de tal manera que logró la fascinación de su entorno. Recordó una canción que venía más allá del tiempo, salió de su garganta como lamento y flecha, estremeció la noche y saludó a la Luna.
Los bramidos del jaguar se presentaron de manera violenta. Apareció centelleante lanzando miradas de furia, descubrió a los jóvenes y les dijo: "El que no se sienta dispuesto a entregar su espíritu a mi conciencia, aquí morirá". Los muchachos no pudieron enfrentarlo, perdieron en un instante todo el valor que habían pregonado; se llevaron las manos a sus cabezas, gritaron y huyeron presurosos entre las raíces de los árboles que crecen sobre otros árboles. Mientras tanto, cuerda de Humo, transfigurada, era la imagen danzante de una estrella.
El jaguar vio en ella los pensamientos más limpios que jamás había encontrado. Dirigió la mirada firme y dominante sobre su rostro y ella a su vez, clavó sus ojos sobre la intención primaria del felino, súbitamente, el jaguar se transformó en el Hombre de Conocimiento. Cuerda de Humo observó con expectante serenidad su metamorfosis, sintió en su ser el dictado profundo de sus ancestros, juntó tres piedras, formó con ellas un triángulo y depositó encima una olla ritual traída de su imaginación.
El Hombre de Conocimiento vertió copal y carbón en la olla ritual, pronunció palabras sagradas e invitó al fuego para que procurara el nacimiento del humo, una estela grisácea ascendió rápidamente y superó las copas de los árboles. EL chamán mostró a Cuerda de Humo siete nidos; de entre ellos --le dijo--, tendrás que escoger aquel donde duerme la serpiente de fuego, cuando lo busques, la llamarás por su nombre y si decide salir, tocarás su lengua con la tuya.
Cuerda de Humo hizo una mueca, observó al Hombre de Conocimiento con desenfado, se percató de que no tenía porqué seguir los designios del sabio, miró hacia arriba y trepó rápidamente por el humo que serpenteaba alegre entre los árboles. El hombre que se volvía jaguar la perdió de vista, la Luna sonrió discretamente y la niña subió y subió hasta que llegó al techo del cielo.
Hacía un poco de frío allá arriba, pero a ella no le importaba; contemplaba con asombro, que tal y como se lo habían contado sus abuelos, ahí estaban las tres luces que formaban el caparazón de la tortuga de donde habían nacido los dioses. En el fondo, ejerciendo una gran atracción, la inmensidad llena de sombras, le mandaba señales en forma de guiños.
Quién sabe de dónde apareció una canoa que era al mismo tiempo un cocodrilo, dos remeros la conducían con elegancia y dentro de ella platicaban amenamente un chango, una iguana, un perro moteado y un loro. El Dios del Maíz pasaba por ahí y, como no tenía nada que hacer, decidió dar por terminada la noche. Cuerda de Humo cerró sus ojos para mantenerse en la oscuridad, quería todavía visitar el horizonte; esa zona extraña de la que todo mundo hablaba y nadie conocía. Entonces, las palabras violetas le advirtieron que no contaba con el tiempo suficiente para llegar a la entrada de lo desconocido y que lo más conveniente para ella, ene ese momento, sería regresar a su casa. Cuerda de Humo observó que era casi transparente, tan sólo una delgada línea de humo tenuemente brillante.
--¿Dónde habré dejado mi cuerpo? --se preguntaba. Al fin, recordó que aquel chango que iba platicando amenamente con la iguana, el loro y el perro moteado, se había bajado de la canoa tan sólo para darle un ligero golpe abajo del omóplato derecho.
--¡Ahí! --dijo Cuerda de Humo-- ¡Ahí se quedó mi cuerpo!
Tomó un pensamiento fugaz y en menos de un instante llegó a la canoa donde los pasajeros seguían conversando.
¡Devuélvemelo! --exigió gritando--
El chango se sintió realmente avergonzado ya que los distinguidos pasajeros eran semidioses y el perro moteado estaba precisamente regañando al chango porque abusaba del poder que le habían otorgado a prueba los señores del Xibalbá.
El ladrón se rascó la cabeza al sentirse descubierto. Cuerda de Humo se impacientó y le arrebató una bolsa de piel de venado que colgaba de su cintura, buscó y buscó hasta que buscó su cuerpo, lo sacó de la bolsa y rápidamente se lo incorporó. La iguana le extendió su pata para saludarla y le preguntó su nombre, la niña no la miró y sin decir palabra, saltó al vació, ahí donde dicen los Hombres de Conocimiento que habita el miedo.
Abrió sus ojos, sonrió y se descubrió sentada junto al chamán. La luz del amanecer había cambiado su rostro, ahora era más viejo. Habló a la niña pausadamente y con enorme respeto; veía en ella el renacimiento espiritual de su pueblo caminando hacia la conjunción de otros soles. Con extrema gentileza le preguntó sobre el color del futuro. Cuerda de Humo lo miró fijamente a los ojos y no le contestó, luego se levantó y caminó hacia las escaleras que comunicaban a los espacios rituales con la cocina y encontró a su madre preparando la comida para los sacerdotes. La dulce y serena mujer cantaba una canción de color anaranjado y al mismo tiempo vertía una deliciosa bebida de cacao y maíz en una cazuela de barro colocada sobre un viejo comal sostenido por tres piedras calizas.
--Mamá --dijo Cuerda de Humo-- te quiero mucho.
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