Nuestros mayores observaron durante miles de
años el movimiento de los astros y ritualizaron las transfiguraciones de la
Luna, encontraron un evento sagrado que los periodos de la menstruación
femenina se sincronizaran con el ciclo de nuestro satélite y los cazadores
invocaban su protección nocturna; en aquellos lejanos soles, los seres humanos
vivían en unidad con el cosmos.
Al observar al cielo, descubrieron que en la
bóveda celeste transitan en un primer plano el Sol y la Luna, detrás de ellos
Júpiter, Saturno, Marte, Mercurio y Venus quienes también se desplazan con
movimientos propios y, en el fondo, circulan 13 Constelaciones. Tanto los
astros como las Constelaciones, desde nuestra perspectiva terrestre, se mueven
como un engranaje de tres discos. Nuestros antiguos observaban que los ciclos
de los astros y los de las estrellas coincidían con los ciclos y las
actividades humanas, así como con los de los animales y las plantas que
consumían.
En el gélido Norte, el engranaje celeste da
vueltas en el horizonte, seis meses al año se hace presente el Sol y es más
pequeño que la Luna. Las Culturas Boreales que se desarrollaron alrededor del
Casquete Polar compartieron una cosmogonía y un orden social sustentado en el
entendimiento de las leyes del movimiento de aquel engranaje celeste y del
engranaje terrestre que ellos constituían con entidades, espíritus y
conciencias inorgánicas a través de sus actos y de sus creencias.
Aquellos seres humanos consideraban que los
animales y las plantas poseían alma, pedían disculpa cuando cazaban y solicitaban
permiso para alimentarse de los animales que pescaban o cazaban. Estaban
ligados a los espíritus y a las conciencias inorgánicas, su mundo estaba
condicionado por tabúes que cuando se rompían, faltaba el alimento o sucedían
repetidas desgracias, entonces el chamán entraba en escena. Acomodaba a la
comunidad en un círculo y preguntaba quien había roto el tabú de comer carne y
pescado al mismo tiempo, quién había cazado en veda o quienes habían dormido
junto a sus mujeres durante el periodo de la menstruación; en el momento que el
culpable reconocía su falta, el chamán accedía a la otredad a través de un
viaje estático para comulgar con las entidades divinas y negociar el perdón
hacia su comunidad.
Nuestros ancestros observaron el engranaje
celeste y constituyeron uno terrestre, ambos estuvieron ligados y fueron
complementarios durante fríos milenios. Más tarde, nuestros ancestros
descendieron hacia zonas tropicales, desarrollaron la agricultura, surgió la
plusvalía y con ella la esclavitud, la mujer pasó de ser un sujeto a un objeto.
De los cientos de filamentos que poseían los abuelos boreales que los conectaba
con el cielo y los animales, los ancestros agricultores transfiguraron unos
cuantos y eliminaron al resto, su dieta se basó en un grano, las entidades
divinas subsistieron hasta que se concentraron en un Dios y los seres humanos
dieron el salto hacia el urbanismo.
Cuatro mil años después, constituimos una
sociedad de servicios, de consumo e individualista, ocasionalmente vemos al
cielo cuando pasa un avión, vamos a la playa o se avecina un aguacero, nuestra
alimentación industrial es genéticamente transfigurada en beneficio de la
plusvalía y de los intereses de las compañías farmacéuticas, producimos
creyendo que construimos riqueza pero generamos continentes de basura en los
océanos y escasez, la realidad indica que se va a poner peor, es prudente
aceptarlo.
Conocer los usos y costumbres del pasado nos
otorga la posibilidad de ubicar los desvaríos del presente. Romántico y al
mismo tiempo etéreo sería revivir los rituales de nuestros mayores ya que
carecemos de su formación y de sus acuerdos con su mundo, nosotros estamos en
nuestro mundo, el cual, no tiene reversa ni remedio para sus males.
Pudiéramos crear un mundo del mundo que hemos
creado en el mundo, luego reconocer que científicamente el 73% de lo que
constituye el universo no se sabe qué es pero se mide y se nombra energía
oscura, el 23% es materia oscura y
el insignificante 4% que resta, son átomos, es decir, las estrellas, los
planetas, tu y yo, somos minoría en el cosmos, por lo tanto: “no todo lo que
vemos es todo lo que existe o interactúa con nosotros”. Nuestros ancestros boreales
interactuaban con entidades y espíritus, algunas religiones los reconocen,
sería absurdo que lo único que existe y es real, sea el 4% de un todo.
Crear un mundo dentro del mundo que hemos creado
en el mundo, puede conducirnos a comprender con desapego el desvarío de la
Condición Humana, a reconocer las certezas del movimiento y a mirar con mayor
frecuencia al cielo nocturno y a los ojos de nuestros congéneres para descubrir
y hacer propios los secretos de los celestes engranajes terrestres.
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