Lo que transfigura y condiciona la realidad humana, es imaginario. Deseos, angustias, recelo, amor, envidia, ambición o la búsqueda de la felicidad, dominan a nuestros pensamientos, avasallan a nuestros racionamientos y anulan a nuestras intuiciones.
La superación personal intenta transfigurar la realidad a partir de un erróneo esquema interpretativo de confrontación –cuando se precisa de la aceptación-- y es por ello que un curso o un libro de Superación Personal, nunca serán suficientes para comprender –y quizá cambiar- nuestro comportamiento simulador y contradictorio.
Superar implica dejar atrás, rebasar, olvidar, enterrar, perdonar, comprender y re-configurarse; sin embargo, el meollo del asunto no se ubica en nuestros actos sino en los pensamientos que provocan emociones que culminan en actos irreflexivos.
Los pensamientos rigen las conductas y el estrés es el resultado del mal uso de la imaginación. Nuestra condición nos permite adquirir conciencia de nosotros mismos y de nuestros pensamientos, los cuales, no surgen de la nada sino son el resultado de nuestra relación y acuerdos con el mundo, con sus habitantes y con el mundo que hemos creado dentro del mundo.
Si observamos el talante de los niños, confirmamos que la condición natural del ser humano es la felicidad, pero fuimos formados para un mundo imaginario que no corresponde al real. La justicia y los valores éticos y morales jamás responderán a la intención original que les dio forma, la socialización es un espejismo sin retrovisor y el desconcierto inicia cuando con la tolerancia colectiva, el principio pasa al final.
Indagando en el origen de nuestros pensamientos encontraremos los hilos que nos mueven como marionetas, la mayoría de ellos son implantes de sometimiento. Desde niños recibimos indicaciones y restricciones que paulatinamente van minando nuestros deseos primarios con la finalidad de someter nuestra interpretación del mundo a un orden que como digo, existe únicamente en los enunciados. Desde temprana edad, la contradicción entre lo que se especifica como correcto y los actos humanos, nos conduce a ser cómplices de la simulación.
Para reconocer nuestro desatino, el primer paso consiste en encontrar a los pensamientos deambulando sin control por nuestra mente, ya que los pensamientos forman a un pensador y habrá entonces que cuestionarse si ese pensador que habita nuestra mente es realmente nuestro yo, o la imagen distorsionada de nosotros mismos que circula en grado extremo de ebriedad emocional por la única vida que tenemos.
Cuando encontramos a nuestros pensamientos, descubrimos que algunos de ellos están enredados y obsesivamente luchan por acaparar nuestra atención, son recurrentes, se estacionan por años en nuestra voluntad y, como chapulines trapecistas de un circo de tres pistas, reclaman toda nuestra atención.
Si pienso y luego eximo a mi pasado de toda información simulada, los pensamientos se desenredan y dejan de ser obsesivos. Con este ejercicio de control y por lo tanto, de Poder, la vacuidad se torna en una amable consejera. El distanciamiento con el mundo dentro del mundo permite una comprensión cercana a la “compasión budista” ya que regresamos a nuestro centro emocional, inmediatamente después, la relatividad de las creencias sociales y los acuerdos con la simulación, se desvanecen delante a una mirada firme y sin parpadeos.
Imposible cambiar nuestros actos, emociones y pensamientos del pasado, somos lo que somos, por su resonancia. Sin embargo, si en lugar de ocuparnos en nuestros actos, indagamos en el origen de nuestros pensamientos, jalamos la rienda que los sujeta a nuestra voluntad, los ponemos quietos, los amarramos y los colocamos de espaldas en un rincón carente de emociones, entonces, los que precisan ser repetidos para existir, perecerán sin remedio y podemos elegir entre los sobrevivientes a aquellos que se puedan detener por un instante antes de transfigurarse en emociones que generan nuestros irreflexivos actos.
El maestro sin alumno dice: Pienso, luego eximo, siento lo que controlo y actúo si hay un buen escenario, sino, me quedo observando a mis pensamientos.
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