martes, 12 de mayo de 2009

Jugo de Zanahorias / Cuento-Ensayo


Dibujo de Kellie Hogben




El otro sol, delante a mi casa, pasó corriendo el conejo de Alicia y rápidamente me contó que cuando de contar se trata, no hay tiempo para perder la cuenta y es que ocupamos diez segundos en contar del uno al diez, nos toma 17 minutos llegar a mil y solamente después de contar durante 12 días sin parar, podríamos arribar al millón. Siempre y cuando no nos equivocáramos en el intento o de pronto perdiéramos la cuenta, transcurrirían 32 mil años para contar hasta un billón, necesitaríamos 32 millones de años para arribar a mil billones y quienes se sienten inmortales, ocuparían 32 mil millones de años para contar del uno a un trillón.

Los mayas históricos proyectaron sus cálculos hacia el pasado o hacia el futuro valiéndose de “tres” dígitos: un cero, un punto y una barra. Los números mayas se representaban también con símbolos sagrados como rostros de jaguares, dioses, simios o guacamayos. Contando el paso de los días y formando múltiplos de veinte, es decir: 0, 20, 400, 8 mil, 160 mil etc. los increíbles matemáticos mayas configuraron en su imaginación el número Alau—alau que representaba la cuenta de 4, 096 billones.

Las matemáticas nos permiten concebir situaciones imposibles que nos proyectan más allá del tiempo y del espacio. Joseph Fourier concluyó en 1822 que “las matemáticas parecen constituir una facultad de la mente humana destinada a compensar la brevedad de la vida y la imperfección de los sentidos”. Las matemáticas fueron también las mentoras de la filosofía griega y en el siglo VI a. de C. el maestro Pitágoras percibió que los números son la esencia de todas las cosas. Según la propuesta pitagórica, todo se mide, hasta el absurdo: supongamos --a priori-- que “la verdad” de una afirmación es real y no imaginaria, luego seguimos sus consecuencias y, sin querer queriendo, arribamos a una contradicción, lo que nos permite concluir que hay “una falsedad”… a este embrollo lo llamaron “la reducción al absurdo”. Bajo esta lógica, concluyeron los pitagóricos que existe una perfecta irracionalidad en la raíz cuadrada de 2. Y, hablando del 2, resulta que es el único número primo “par”.

Las ecuaciones suelen ser muy divertidas cuando se aplican a un juego como el ajedrez, cuyo origen es incierto; algunos autores lo ubican en la India y otros en China. En el siglo XIII, ya se jugaba en toda Europa y el ajedrez moderno, data del siglo XV. Otro cuento --made in Persia--, narra que un Visir (consejero del Shah) inventó el juego de los 64 escaques (que en aquel tiempo eran rojos y negros). Muy satisfecho de su invento, se lo regaló a su Shah. Le explicó que el asunto medular era capturar al jefe enemigo y decidieron llamarlo “Shahmat” (shah por rey y “mat” por muerto). El Shah quedó tan satisfecho con el invento de su consejero que para recompensarlo le ofreció tesoros, un palacio, un montón de pistaches, camellos, bailarinas y amantes… pero el Visir era un hombre de negocios, así que le pidió algunos granos de trigo 

--¿Cuántos quieres? Preguntó el Shah

El visir señaló las ocho columnas y las ocho filas de los escaques del tablero y solicitó que le fuera entregado un grano de trigo por el primer escaque, dos por el segundo, cuatro por el tercero, el doble por el cuarto y así sucesivamente hasta que cada escaque tuviera su parte proporcional de granos de trigo. El Shah se sorprendió de la humildad del Visir e inmediatamente mando traer dos sacos de trigo. Cuando iniciaron a contar fue divertido y el número de granos de trigo fue creciendo: 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, 512, 1024… pero cuando andaban por el escaque vigésimo séptimo ¡las cifras fueron inconmensurables y no había más granos en todo el reino! Al proyectar la cantidad del escaque final, rozaban los 18,5 Trillones de granos. Nadie sabe cómo pagó el Shah ya que 18,5 Trillones de granos de trigo equivalen –granos más, granos menos-- a 75 mil millones de toneladas métricas y representan la producción mundial de trigo durante 150 años. Sí el Visir hubiese inventado un ajedrez con 100 escaques en vez de 64, la deuda en trigo habría pesado tanto como nuestro planeta. 

En una ocasión, el matemático norteamericano Edward Kasner le pidió a su sobrino de nueve años que inventara un nombre para un numero muy grande, tan grande como un diez seguido de cien ceros. El niño lo nombró “gugol”. Luego apareció el “gugolple” que se constituye de un número uno seguido por un gugol de ceros. Ahora bien, imaginemos que el universo estuviese compuesto de una masa sólida de purititos neutrones sin que quedara ninguna zona vacía entre ellos, entonces se necesitaría un poco más de un gugol de neutrones para cubrirlo.

Hace unos 10 mil años, la Tierra equilibró sus temperaturas y en el Trópico de Cáncer se presentaron las condiciones ideales para desarrollar la agricultura. Por aquellos soles, los seres humanos serían 10 millones; nuestra especie se ha reproducido de manera exponencial y ahora superamos los 6 mil millones. Existen más seres vivos en este momento, que la suma total de todos nuestros ancestros y algo deberíamos haber aprendido de nuestras experiencias, sin embargo, apenas empezamos a conocer la historia y composición de nuestro universo y presurosos prendemos la mecha del barril de dinamita que hemos colocado debajo del telescopio; nos reconocemos globalizados pero procuramos nuestra individualidad, viajamos cada vez más rápido hasta lugares distantes y al llegar, rápidamente les tomamos una foto porque debemos regresar justo a tiempo para descubrir la cura a nuevas enfermedades creadas por la necesidad de ir más rápido, más rápido y cada vez más rápido, como el conejo de Alicia, quien ya no me siguió contando nada más porque de pronto salió corriendo para tomarse una aspirina con una tasa de té.

2 comentarios:

  1. Estimado Davo, qué buena onda ver tu foto entre los amigos seguidores, un abrazo a los tres en los instantes en que los desafíos se pasean junto a la displicencia. C.

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