Amar es un juego de espejos. Enamorarse es una entrega, un abandono, un dejarse seducir por absolutos. En el amor no filial, la razón habita en el olvido y en el presente, "el otro" es uno mismo pero distinto.
Algunos amamos y nos creemos poseedores de un tesoro que escapa a las descripciones formales; la sensación amorosa se torna un alivio y una posibilidad de burlarse de la muerte al sentirnos más vivos que nunca.
Los amorosos transitamos en un plano simbólico. La realidad sufre infinidad de atentados y arribamos complacientes a la fusión de nuestro ser con "el otro". Jaime Sabines lo expresó así: "No es que muera de amor, muero de ti,/ de urgencia mía de mi piel de ti,/ de mi alma de ti y de mi boca/ y del insoportable que yo soy sin ti..."
El goce que envuelve a dos cuerpos exige reciprocidad para que perdure, y ahí radica la esencia del amor profundo. Xavier Villaurrutia escribió al respecto: "Amar es absorber tu joven savia/ y juntar nuestras bocas en un cauce/ hasta que de la brisa de tu aliento/se impregnen para siempre mis entrañas..."
En el instante que pronunciamos imperativamente "te amo", surge un compromiso, es una sentencia; quien lo dice, se complementa y quien lo escucha, se cimbra.
A pesar de sus lamentables y previsibles consecuencias, en ocasiones, afrontamos al desamor con dificultad porque el universo social que constituimos nos obliga a pensar exclusivamente en términos de producción y caemos en la tentación de conmiserarnos.
Si nos descuidamos, puede ser que la incertidumbre nos asalte cuando nos hacemos uno con "el otro"; entonces gastaremos el tiempo interpretando las expresiones de su goce y obsesivamente procuraremos consumirnos en el fuego de la confirmación sexual; un grito extasiado, una caricia, un parpadeo... serán nuestros máximos garantes... ¿Satisfechos?... No del todo, a veces nos carcome la duda de que "el otro" finge.
Superada o al menos comprendida la incertidumbre, se arriba a un estadio donde en un instante, como cuando se inhala un poco de aire junto a las olas, descubrimos que amar, es también compartir las riquezas y las carencias "del otro". Esta reflexión nos permite tocar el fuego y no quemarnos: solo así discernimos entre "el otro" y nuestros deseos.
Amar con desafío es lograr diferenciarnos; de otra manera, dejamos de existir como individuos y nos transformamos en un espectro que afanosamente busca "al otro" para ser.
Amar con pasión desmedida proyecta en la superficie del cuerpo todos los riesgos que envuelven nuestra inconsistencia; y, en el deseo profundo, aparecen cubiertos de una veladura nuestros anhelos y nuestros alcances.
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