Reír
produce endorfinas y ellas nos auxilian a encontrar el bienestar mental. La
risa surge del dolor propio y del ajeno, del absurdo, de darle la vuelta a lo
establecido... de reconocer nuestra impermanencia y testarudez.
Contadas
son las Culturas Primigenias que representaron a la risa en lo que llamamos
"expresiones artísticas". Los Totonacas del Golfo de México se diferencian
del resto de las otras culturas de Mesoamérica por mostrar en su cerámica
ritual la alegría por vivir.
El
motivo de tal diferenciación es un misterio visto que los Totonacas compartieron
la misma cosmovisión de sus contemporáneos quienes en contraparte nos legaron
el rigor y la carencia de sensualidad en su lapidaria y en su cerámica.
Algunos
cronistas de la Colonia remarcaron la ligereza del carácter de los totonacas
pero su libertad sexual les horrorizó ya que las normas mentales y morales del
s.XVI veían con recelo a tan noble virtud.
Un
verdadero chamán me comentó en una ocasión que quien tenía una vida sexual
plena, prescindía del espejo y reía sinceramente, la risa -me dijo- es el
reflejo de la seguridad y el preámbulo a la libertad...
Los
niños ríen de manera espontánea y en su sonrisa encontramos los secretos de una
verdad ancestral que recordamos en los sueños y en la intimidad del
pensamiento. Sonriendo, ubicamos la sensación de pureza y, conforme acumulamos
acuerdos con el desacuerdo, aparecen las enfermedades del alma que rápidamente
saltan al cuerpo. Reír sana, nos refiere la sensación de plenitud y ligereza,
una sonrisa puede descongelar a un corazón, propiciar el perdón y es el
preámbulo al beso o al abrazo.
Nuestra
sociedad de consumo e individualista propicia el miedo, la incertidumbre y el
desencanto. Quien ríe es considerado subversivo y genera desconfianza. Una
carcajada puede ser insultante y propicia la envidia, entonces la burla y los
adjetivos descalificativos decantan en quien ríe y aquellos que lo juzgan,
denotan con su sobriedad las penosas limitaciones de su existencia.
La
gente obesa ríe, primero de sí misma y luego de los demás, prescinde de la moda
y su corazón se agiganta física y espiritualmente; los gordos son felices
porque sonriendo se hartan de vida, se la comen toda y aún les sobra espacio,
son insaciables porque su apetito voraz tiene un origen lúdico.
Cuando Hernán
Cortés pasó por el Golfo de México camino a Tenochtitlán, recibió el apoyo del
un rey gordo quien decidió enviar a su ejercito a la guerra contra los mexica
(aztecas) porque no lo dejaban reír a gusto y su pueblo era sometido por la
seria disciplina de los sanguinarios guerreros del Sol quienes escasamente mostraban
su alegría y castigaban a sus hijos colocando su rostro directamente en la
humareda de chiles quemados en el fuego. Los descendientes de las culturas
precoloniales del Golfo de México, hoy en día, son los mexicanos más
jacarandosos y ligeros, también los más mal hablados y su desnudez corporal es
un distintivo de su libertad mental.
La
máscara en barro que hoy presento, se exhibe en el Museo de Bellas Artes de
Montreal, es una obra maestra de la Cultura Totonaca y un homenaje a la
sensación de plenitud que en nuestros soles se identifica como una lejana aspiración
más que una certeza… fue obsequiada al Museo de Bellas Artes de Montreal por
los coleccionistas Leo y Andrée Rosshandler en el invierno del 2008, forma
parte de una extraordinaria colección de gozo suspendido en el tiempo que se
exhibe en la vitrina dedicada a las piezas provenientes de las Culturas del
Golfo de México.
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