Miguel Covarrubias, Michael D. Coe, Román Piña
Chan, Peter D. Joralemon y Karl Taube, realizaron minuciosos trabajos de
interpretación iconográfica olmeca y cada uno a su manera y tiempo, presentaron
progresiones de dioses pero sus propuestas no fueron convincentes y en el caso
de Joralemon, redujo su lista de 10 a 6 dioses cuando estudios subsecuentes
demostraron que se entrelazan los atributos iconográficos de los que considera “dioses
olmecas”.
Los pueblos olmecas prosperaron en Mesoamérica
por espacio de 800 años y en ése lapso de tiempo, evidentemente existieron
transfiguraciones en sus ceremonias y en sus rituales. Covarrubias, Coe y Piña
Chan se concentraron en la imagen del jaguar como “dios” tutelar olmeca, hoy constatamos
que el fenómeno olmeca se distingue por su diversidad más que por su
homogeneidad temática, religiosa o ritual.
Cada nuevo descubrimiento transfigura nuestra
comprensión del universo simbólico de los pueblos olmecas, como las ofrendas
masivas de hachas, pelotas y tallas de madera de El Manatí, Veracruz o los
petrograbados de la Gruta de Xibalbá-Cueva Pak Ch’en, Quintana Roo.
Recuperando la propuesta del etnólogo Robert
Redfield (1952) David C. Grove sugirió que los olmecas contaron con dos
tradiciones “La Gran Religión” que se refiere a las prácticas de los
dignatarios y “La Pequeña Religión” que ubica las tradiciones de los
campesinos. La primera tradición es la más estudiada y nos remite a
interpretaciones de los monumentos como las cabezas colosales, la arquitectura,
los altares-trono y las estelas; la segunda tradición, menos estudiada, se
refiere a los rituales domésticos relacionados a la agricultura, a las milpas y
a la veneración de los antepasados; su expresión plástica se ubica en la
cerámica ritual. Las hachas de jade han sido consideradas de uso exclusivo de
la elite gobernante pero las ofrendas masivas de hachas de jade en El Manatí,
indican lo contrario.
En el Museo de Antropología de Xalapa, se exhibe
un cinturón-hacha de jadeíta en el que aparece una representación del “dios
olmeca del maíz” que Karl Taube identificó como una “figura femenina vestida
como dios olmeca”. Sin embargo, no todos los investigadores consideramos que
los olmecas tuvieron “dioses” y no porque tenga una falda, forzosamente es una
mujer.
Constatamos que porta un suntuoso y complejo
sombrero-tocado con una banda que recuerda a la imagen del llamado “dios Bufón”
maya, vemos el símbolo denominado Cruz de San Andrés y en la cresta encontramos
las famosas “cejas flamígeras” que no son tales sino como Philip Druker
identificó desde 1952: se trata del ojo del águila arpía. El rostro adusto nos
aleja de la interpretación femenina de Taube, lleva una pesada orejera de jade
y su cuello es muy corto.
En su dorso encontramos un par de “alas” (icono
del vuelo estático chamánico) que se complementan con una capa de plumas que
desciende hasta sus pies. Su cintura porta de nueva cuenta la Cruz de San
Andrés que se relaciona con los cuatro rumbos del universo mesoamericano y confirma
la necesidad de los pueblos olmecas por reconocer y hacer propia a la geografía
sagrada. Dos objetos rectangulares acompañan a la Cruz de San Andrés y de ellos,
descienden dos cordeles o espigas invertidas, probablemente sea éste el motivo
iconográfico que condujo a Taube a sugerir que se trata del “dios del maíz”.
Debajo de su cintura ubicamos una falda y
pudiera portar brazaletes con piedras preciosas o sonajas tanto en sus tobillos
como en sus muñecas. He dejado para el final a las manos y a los pies porque
precisamente son los que dan movimiento y sentido chamánico al ritmo ritual de
la pieza. La mano derecha apunta hacia la productividad de la tierra (al igual
que el chamán de las pinturas de Oxtotitlán o los personajes en procesión de
los murales teotihuacanos), su mano izquierda empuña lo que pudiera ser un
punzón ritual de jade que se utilizaba para las sangrías que comunicaban a los
mesoamericanos con las entidades celestes. El individuo es la representación
terrestre y su atuendo y rictus nos revela su gestión en el universo
estratificado mesoamericano.
Su pie izquierdo se encuentra en movimiento en
tanto que el derecho está rígido. Si dividimos al dibujo por la mitad,
observamos que el lado derecho del individuo está quieto y el izquierdo en movimiento.
El chamán es un vaso comunicante con el cielo (la mano izquierda) y con el
inframundo (el pie izquierdo).
Pero ¿por qué porta una falda? Peter E. Furst
propuso desde 1967 que los gobernantes olmecas fueron chamanes y como carecemos
de contextos arqueológicos para las excelsas piezas de colecciones privadas que
muestran transfiguraciones y rituales chamánicos, Furst ha recurrido a las
sociedades chamánicas de la Amazonía para fundamentar sus propuestas. Propongo apuntar también hacia al norte
y dirigir nuestra atención hacia los inuit (antiguamente llamados esquimales),
quienes comparten mitos fundadores con los mesoamericanos. Hasta el siglo
pasado, los inuit se organizaban en sociedades chamánicas.
Michèle Therrien narra en su obra Les Inuit que “la organización chamánica-social
inuit se fundamentaba en un sistema binario estructurado alrededor de un ciclo
anual en el que las actividades comunitarias se diferenciaban y condicionaba
por las prolongadas noches del invierno boreal y por el contrastante verano de
permanente luz solar. Durante el invierno, se compartían los bienes y la
cacería, se escenificaban los rituales secretos y, en la casa ceremonial
(qaggiq), el chamán (angakkuq) auxiliado del tambor, el canto y los juegos, presidía
la ceremonia “del intercambio de parejas” que se realizaba en honor del
espíritu del mar; siendo hombre, el angakkuq se vestía y tatuaba como mujer”.
En ese acto de travestismo unificaba en su ser a los ciclos anuales y representaba
a la sociedad en su conjunto.
Sugiero que la pieza olmeca que hoy estudiamos,
se remite a la milenaria tradición chamánica que transgredía al género y por
ello el chamán lleva falda. En su indumentaria encontramos una iconografía
relacionada con el vuelo chamánico inspirado en el águila arpía; conlleva
trazos de la geografía sagrada y de las sangrías rituales; unifica al universo
estratificado y devela como esencias complementarias a la rigidez y al
movimiento. Si observamos con cuidado su
pecho, carece de senos, acaso una pequeña insinuación junto a su brazo derecho
que ubico en el ámbito del travestismo ritual.
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