Pedro de Alvarado
Los
mexicanos somos frutos de múltiples semillas. En un volado nos jugamos la vida y en un albur nos duele el corazón. Nuestra festiva y alcohólica valentía se
desvanece delante al compromiso permanente y el valemadrismo toma posesión de
nuestros actos. Somos solidarios en la desgracia y veneramos a héroes
perdedores que nos dieron ésta Patria que no se atreve a verse sin rubor en el
espejo de la Historia. Desde niños aprendemos a memorizar sin desarrollar
nuestro criterio. El “ahí se va”, “mañana”, “ya voy” y una serie de actitudes
de irreverencia social y ausencia de civismo, son también motivos de nuestra
condición.
México
está formado por decenas de pueblos y los Laberintos de la Soledad no son
propios de todos los mexicanos sino que pertenecen exclusivamente a la mente de
un gran Poeta y pésimo historiador que sufría los estragos
sociales del Fenómeno Alvarado y, por eso se refugió en Estados Unidos para
escribir con recelo sobre sus compatriotas. “El Laberinto de la Soledad” es una
monumental mentada de madre escrita a distancia que después nuestro sistema
político veneró y catalogó como obra maestra… la incorporó a la educación básica.
Este atentado a nuestra formación, ha procurado mentes sumisas, solitarias,
abandonadas y, por lo tanto, redituables económicamente. Seres que padecen el Fenómeno Alvarado.
Así
entonces, veamos el origen. Pedro de Alvarado fue un conquistador español que
acompañó a Hernán Cortés en la conquista de los mexica (aztecas). Al partir de
Cuba, Cortés dio a Alvarado el mando del navío San Sebastián y, junto con
Camacho –el piloto del barco—desobedecieron las instrucciones de Cortés; en
lugar de aguardarlos en la punta de San Antonio, para iniciar la travesía, se
adelantaron y arribaron a Cozumel dos días antes que el resto de la flota
naviera. Al desembarcar en la Isla de las Golondrinas, Alvarado tomó prisioneros tres
individuos, robó 40 gallinas (huajolotes) y ultrajo las reliquias de un altar
maya. Cuando Cortés llegó a Cozumel, reprimió a Alvarado por no esperarlo,
aprisionó al piloto Camacho e hizo corajes por la actitud violenta y gandalla
de Alvarado, le dijo entonces: “no se había de apaciguar las tierras de aquella
manera, tomando a los naturales su hacienda…” Cortés haría lo mismo más tarde y
esa misma noche mando dar de latigazos a dos peninsulares que habían robado
unos chorizos.
En
la matanza de Cholula Alvarado mostró ser un despiadado guerrero y ya en la
ciudad de Tenochtitlán, Cortés encargó a Pedro de Alvarado la responsabilidad
del sitio de la ciudad, en tanto se dirigía a Veracruz para luchar contra
Narváez quien había sido enviado por Velazquez para capturarlo. Fue entonces
cuando Alvarado fraguó la Matanza de Tóxcatl, en la que decenas de nobles y
guerreros mexicas fueron masacrados durante una ceremonia al dios
Huitzilopohtli. Alvarado justificó su masacre porque según él, tramaban
matarlos en ausencia de Cortés quien al llegar de Veracruz se encontró con otro
desfiguro de Alvarado, entonces lo castigó colocándolo en la retaguardia
durante la huída nocturna y lluviosa de Tenochtitlán. Abatidos y desalentados, el 14 de Julio de 1520, los peninsulares
se encontraron en Otumba con el ejército mexica y en esa batalla se decidió el
futuro de nuestra actual nación.
Acorralados,
los peninsulares tomaron la decisión de liquidar a los jefes militares mexicas
ya que los mexicas acostumbraban luchar en grupo, dirigidos por un jefe
militar, su estructura social privilegiaba el sentimiento de grupo, su sociedad
comunitaria contrastaba con la avaricia e individualidad peninsular. Un acto
individual: Cortés lanzándose contra el jefe militar Matlazincátzin y
arrebatándole su estandarte (hierofanía plástica y vital), destruyó en sus cimientos
a una sociedad comunitaria.
Después
de la derrota Mexica, Alvarado siguió dando guerra y participó en batallas en
Guatemala, lo condecoró Carlos V pero al regresar a la Nueva España, fue hecho
prisionero, entonces Cortés abogó por él y luego Alavarado se fue a Suramérica.
Su carácter explosivo causo enojo entre los otros avanzados militares y después
de en un periplo de varios meses entre pantanos, selvas y nieves, causó tal
encono entre los otros conquistadores que tuvo que negociar con Diego de Almagro
y Gonzálo Pizzaro su retirada de Ecuador, les dejó los barcos y a los soldados
que quisieron quedarse, a cambio lo indemnizaron con 100 mil pesos en oro…
Regresó
a Guatemala, donde era gobernador y después de un tiempo, se desesperó de no
seguir vejando y guerreando; solicitó a la Corona otro permiso de masacres y ya
se dirigía hacia el Norte cuando en la travesía fue requerido por el virrey
Antonio de Mendoza para apaciguar a los pueblos caxcanes y chichimecas.
Desembarcó en la costa del Pacífico y se dirigió a Nochistlán para seguir
liquidando infieles en nombre de las buenas costumbres cristianas de aquella
época. Durante una batalla, un caballo mal jineteado lo arrolló y murió después
de una agonía de varios días, otras fuentes indican que su caballo se atascó
entre unas piedras y fue matado en el acto.
En
la vida y obra de Alvarado encuentro los trazos del infortunio que invade
nuestras circunstancias. Alvarado representa el lado oscuro de los mexicanos,
en él, encontramos la transa, la traición a nuestros congéneres, el sentido
bravucón e irreverente –reflejo de nuestras limitaciones intelectuales--, el
valemadrismo, la ruptura del orden establecido en función del beneficio
personal, la usura, el agandalle, la simulación, la revancha, la negociación
desigual, el compadrazgo y el chantaje, entre otras delicadas actitudes que
tenemos los mexicanos para con los mexicanos.
Frutos
de múltiples semillas, los mexicanos contamos en nuestro inconciente colectivo
con pésimas informaciones de nosotros mismos, por eso nos devaluamos como seres
humanos y no aceptamos el triunfo de un compatriota, es más nos molesta como
flatulencia ajena, ya que el triunfo se observa como un agandalle no como un
logro. Quien llega al Poder agandalla el presupuesto; quien dirige un sindicato
vive holgadamente de las cuotas sindicales; quien quiere ser profesor basta que
se moche con el sindicato o sea familiar de otro transa y por ello la educación
es un desastre nacional; quien se torna diputado o senador promete y luego
olvida; quien nos prometió trabajo nos deja una absurda guerra entre mexicanos…
y así…
Los
historiadores debemos reconsiderar constantemente la versión de nosotros
mismos, es preciso puntualizar que no somos quienes la Educación Oficial dice
que somos y nuestro potencial histórico es grandioso pero actuamos con una parcialidad
de nuestro orígenes. Nuestros ancestros peninsulares y mesoamericanos fueron
tan violentos como nosotros mismos, es tiempo de hacer las paces con nuestro
pasado, verlo de frente y aceptar que nos comunicamos con la sintaxis de los
invasores peninsulares, que hay más de dos semillas en nuestros orígenes y, al
mismo tiempo, conservamos un universo mágico mesoamericano que palpita en nuestro
lenguaje, en la comida o en los usos y costumbres. Veneramos “Héroes
Revolucionarios Perdedores” dejémos de hacerlo, metamos en la silla de los
cuestionamientos al borrachín y mujeriego de Hidalgo, a Allende el enojón, al burgués
Carranza, al inefable Santa Ana, pongamos en tela de juicio nuestra Historia,
así encontraremos otros escenarios de convivencia.
La transformación de México
inicia en recapitular y reescribir la Historia, de otra manera, seguiremos
reproduciendo el Fenómeno Alvarado, quien por cierto, fue el primero en navegar
el río Papaloapan y, curiosamente, en su ribera se ubica uno de los pueblos más
albureros, mal hablados e irreverentes de México: Alvarado.
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