Dibujo de Teklieng Lim
Desde temprana hora, cientos de individuos provenientes de
regiones distantes se agrupaban en torno al Witz (Montaña Sagrada) de Kukulkán,
de Chichén Itzá. En su mayoría vestidos de blanco y respondiendo a un llamado
interno de búsqueda espiritual y energética. Los buscadores de respuestas para
los malestares contemporáneos realizaban ceremonias y rituales que procuraban
armonía con el cosmos y con la naturaleza.
Allá al fondo, junto a la plataforma de las águilas y los
jaguares, alrededor de 40 personas con cintas rojas en la cabeza formaban un
círculo en el que algunos se mantenían de pie en tanto otros caminaban con las
manos en alto entreverándose con los que estaban firmes; emulaban un movimiento
serpentino que reproducía el desplazamiento de una de las divinidades
mesoamericanas por excelencia, la serpiente. Con los ojos cerrados y en transe,
repetían al unísono un canto contemporáneo del cuál predominaba la frase “Huey
Tonantzin” que en la lengua que hablaron los mexica (aztecas) quiere decir
“Gran Diosa de la Tierra”. Los rostros de los danzantes eran mestizos y su
sintaxis mental se fundamenta en el castellano, pero su vocación pretendía ser
la de un antiguo mexica (azteca)… en tierras mayas.
Enfrente a la escalinata principal de la famosa Montaña
Mágica (pirámide) por la que desciende una serpiente de luz durante los
equinoccios, un individuo calvo y de rostro mestizo, tomó entre sus manos un
caracol, lo presentó a los cuatro puntos cardinales e intentó sonarlo con dificultad
evidenciando que no era un instrumento que utilizaba con regularidad,
finalmente logró emitir un sonido entrecortado, al segundo intento mejoró el
llamado pero no pudo continuar con el tercero y cuarto reglamentarios porque
una guardia se aproximó a él para advertirle que estaba prohibido sonar
caracoles en la zona arqueológica de Chichén Itzá, aceptó con desgano y su
rostro mostraba la pregunta que muchos se hacían a su alrededor ¿por qué si
antes era común escuchar caracoles en el Mundo Maya, hoy se prohíbe? Se alejó
del lugar y detrás de él apareció un grupo de mujeres que meditaban al pie de
la escalinata pronunciando en voz bajas algunas palabras sagradas de la India;
en el extremo derecho de la monumental construcción, un padre y su hija
trataban de encontrar en una esquina el ángulo ideal para colocarse en el
vértice de uno de los costados de la pirámide. Dudaban, de pronto parecía que
encontraban el ángulo ideal pero rectificaban, el padre por delante y su hija
emulando a su progenitor, así pasaron un largo periodo ya que la arquitectura
maya no tiene ángulos rectos, es una arquitectura que reproduce a la naturaleza
y toda ella está torcida; en el Mundo Maya, no hay simetría sino homogeneidad.
Un lado de la construcción pareciera que estuviera muy derecho
y el otro completamente chueco se preguntaban el padre y su hija lo escuchaba
atenta; lo que ambos desconocían es que la restauración de la Montaña Mágica de
Kukulkán fue errónea: se utilizó “la plomada” para dar un acabado recto y
simétrico cuando en realidad los mayas construyeron de manera torcida tanto sus
monumentos como sus escaleras.
Decenas de reporteros del mundo entero cubrieron el Fin del
Mundo en Chichén Itzá, las cámaras de Univisión registraban las palabras de un
mexicano mestizo de la Ciudad de México quien con su acento revelaba su origen
y advertía en lengua castellana que los españoles habían cortado las hojas, las
ramas y algunos troncos pero no las raíces; declaró que los dioses Tonantzin y
Quetzalcoatl estaban hoy presentes en Chichén Itzá. Curioso que no mencionara
que en la antigua ciudad habitaron más bien las divinidades Kukulkán y Chak
Xib’ Chaak.
Mis amigos de Radio Televisión de Canadá, Jean Michel Leprince
y Bruno Butin, registraban con detalle cada una de las expresiones New Age y
luego me comentaban: vemos únicamente extranjeros y no hay ningún maya en esta
celebración, así es --les dije--, voy a buscar a algún maya para que lo
entrevisten, después de varias horas de recorrer la plaza no encontré a ningún
maya que celebrara el final de un ciclo de la Cuenta Larga --que el arquitecto colombiano
Fernando Malkún alucinó que sería “el amanecer galáctico” y hasta hoy día
seguimos esperando “el rayo sincronizador” que supuestamente nos iba a alinear
con el centro de la galaxia--; después de una búsqueda exhaustiva, nos
percatamos que los únicos mayas que estuvieron ese día en Chichén Itzá fueron
los custodios y los vendedores de artesanías quienes nos miraban con curiosidad
antropológica.
Me dije entonces: durante décadas los occidentales hemos
visto a los mayas con sentimiento de culpa deseando estudiarlos y convertirlos
al consumo occidental y ahora, ellos nos venden artesanía mientras en su casa
buscamos las respuestas de nuestras incongruencias existenciales.
Dos mujeres situadas en la plataforma de Venus realizaban
ejercicios de Yoga y otra dama se alzaba de cabeza sostenida con las manos, un
joven norteamericano hacía malabares con tres pelotas que circulaban entres sus
manos, el papá y la hija de hace rato, seguían buscando el ángulo correcto en
otro perfil de la pirámide; en tanto, un par de zopilotes realizaba un vuelo
rasante en un día nublado, hubo quien interpretó que era un mal signo de los
dioses ya que iban y regresaban sobrevolando a la gente congregada en la plaza
principal de Chichén Itzá.
Corría un viento frío, entonces el grupo que con
anterioridad enaltecía a Tonanzin (Diosa de la Tierra mexica-azteca) ahora
corría en dos círculos reproduciendo el sonido de las abejas, emulaban a Venus
y al sonido de nuestro planeta según decía su guía espiritual; junto al circular
del grupo, dos mujeres de piel blancuzca meditaban profundamente y un señor
gordo con tatuajes mayas en los brazos se extendía cuan redondo era en la
hierba para obtener energía telúrica y recargar su espíritu según comentó al
regresar de su transe iniciático.
Mis compañeros guías de turistas procuraban con dificultad
mantener la atención de sus grupos ya que los eventos New Age que se
desarrollaban en torno a sus palabras eran contundentes e intrigantes. La plaza
se llenó al filo del medio día y los zopilotes seguían sobrevolando a los buscadores
de energía y armonía; una explicación de un ser racional informó que su vuelo
no era producido por el malestar de los dioses sino simplemente porque en las
alturas había vientos fríos que no les permitía mantener el vuelo debido al
peso de sus cuerpos por lo que tenían que buscar las corrientes calientes de la
superficie.
Las colas para ir al baño eran cada vez más largas y los
espacios para la celebración en movimiento escaseaban; fue entonces cuando un
grupo de mestizos llegó a la plaza en fila india, serían alrededor de 50
personas quienes decidieron darle una vuelta ritual a la Montaña Mágica, mi
amigo Jean Michel Leprince recibió una llamada telefónica de un noticiero
quebequenses y con detalle explicó el conjunto de experiencias sensoriales y
espirituales que observábamos, lo hizo con sobrada claridad al conocer a la
perfección la cultura mexicana, en tanto, Bruno Butin intentaba
infructuosamente encontrar algún maya que pudiera registrar con su cámara para
mostrar al menos que un maya estuvo presente en este asunto que se dice que es
maya; finalmente, al fondo, entre los árboles encontró a una mujer maya, vendía
pañuelos a los turistas, registró su imagen y luego le compró un pañuelo; dibujó
una sonrisa en el rostro, finalmente había registrado la imagen de una persona
maya en Chichén Itzá.
Subimos al taxi de regreso al restaurante de Pisté donde mis
amigos canadienses debían iniciar la edición de su reportaje para Radio
Televisión de Canadá y el taxista maya nos comentó: "no está bien que vengan a
hacer cosas que no son mayas, eso es lo que “chivea” puras p… jadas, como si
los mayas hiciéramos esas danzas, de antes eran otras las danzas, yo que soy
mayero, la verdad me “chivea” que vengan a hacer eso… "
En un crisol de creencias y esperanzas que no son mayas, los
mestizos y extranjeros se posesionaron por un instante de los espacios sagrados
mayas, buscaron paz, armonía, el “Amanecer de la Galaxia”, el Renacimiento y el
cambio de una Nueva Era que los mayas de ayer no previeron y los de hoy no
celebraron. Los visitantes meditaron y procuraron armonía espiritual en un sitio
que ellos consideran de alto nivel energético y en donde la evidencia
arqueológica, la realidad pictográfica y el legado pétreo, nos indica que más
bien se escenificaron cruentas guerras y sacrificios humanos.
Fue un día extraordinario desde el punto de vista
antropológico ya que se presentaron diversas interpretaciones de la realidad
histórica y se intentó cubrir con las formas las carencias del fondo. Occidente
irrumpió en un espacio maya de la misma manera que hace 500 años, imponiendo su
criterio, su espiritualidad y marginando e ignorando a los dueños de casa.
En tanto, en los pueblos de alrededor de Chichén Itzá, los
mayas siguieron sufriendo la marginación económica y social como desde hace
siglos la padecen. Los occidentales se desplazaron desde cientos, miles de
kilómetros para esperar que sucediera lo que no aconteció y se retiraron a sus
casas satisfechos de haber comulgado con sus creencias… los seres humanos
estamos llenos de creencias, basta creer en ellas para vivir a sus órdenes.
Excelente crónica, ésta es mi quinta lectura de la misma y no dejan de sorprenderme la sarta de despropósitos de los modernos adoradores de la energía solar, cuantimás la fina ironía de Claudio Obregón C. He seleccionado esta crónica para cerrar una de las lecciones de un curso sobre los mayas que estoy impartiendo en línea. ¡Felicidades!
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