martes, 9 de diciembre de 2014

El Espectro de los Primos




Durante al menos 300 mil años, en Europa y parte de Asia, los llamados Neandertales lograron subsistir en condiciones de gélida adversidad hasta que de pronto, hace 30 mil años y coincidiendo con el encuentro con nuestros ancestros, desaparecieron del desarrollo evolutivo planetario ¿Por qué? ¿Tuvieron nuestros ancestros algo que ver en ello? ¿Hubo guerras? ¿Se fusionaron ambas especies?

Los Neandertales fueron robustos y más fuertes que los humanos de aquella época, su dieta consistía en abundante carne y por ello minimizaban la cacería de pequeñas presas, sus armas eran puntiagudas lanzas y debían aproximarse a los animales para herirlos: toda la comunidad participaba en la cacería, persiguiendo, azuzando o acechando a sus preseas, constantemente salían lesionados y asistían a los lesionados e inválidos. Los Neandertales contaban con un imaginario místico y enterraban a sus muertos con ofrendas y flores.

Los Neandertales poseían un cerebro tan evolucionado como el nuestro y tenían unas fosas nasales muy anchas, lo cual no encaja en los procesos evolutivos. Ciertamente sus ancestros Homo erectus, en África, necesitaron de narices anchas para refrescar su temperatura corporal pero en el frió, pareciera que no tuviese sentido contar con fosas nasales anchas; sin embargo, por su intensa actividad física y al estar cubiertos de pieles, precisaban ventilarse de manera rápida para descender su temperatura corporal.

Otra diferencia sustancial entre nuestros primos Neandertales y nosotros, fue el habla. Los estudios de DNA nos indican que contaron con el gen FOXP2 que se relaciona con el habla pero no hablaron como nosotros ya que su paladar era plano y les costaba trabajo pronunciar las “i” y la “u”.  Compartieron con nosotros la domesticación del fuego y el habla, pero sus costumbres culturales estuvieron condicionadas a la calidad de su alimentación, a su morfología y las relaciones sociales que de ellas derivaron.

Los descubrimientos arqueológicos en Atapuerca, España y diversos sitios en Siria y Turquía, nos permiten interpretar que hace un millón o millón y medio de años, algunos grupos de Homo erectus emigraron de África a Europa en una época en la que el desierto de Sahara aún no terminaba de dividir el centro de África con el Mediterráneo. De aquella lejana migración, derivaron los Neandertales, quienes pasaron de andar desnudos por la selva a cubrirse de pieles en los glaciares. Hace 150 mil o 100 mil años, otra migración africana, pero de otros seres: los seres humanos, atravesaron por el extremo sur del Mar Rojo durante un periodo en el que los océanos estaban decenas de metros más abajo del nivel actual. Al salir de África nuestros ancestros se dispersaron y hace 40 mil años ya estaban en Australia y Asia. En Europa encontraron a los Neandertales y no sabemos aún si existió un choque de culturas, una absorción cultural o de plano una aniquilación.

El genetista David Reich de la Escuela de Medicina de Harvard publicó junto a otros investigadores en la revista Nature de enero de este año, un artículo en el que se evidencia que los neandertales y nuestros ancestros mantuvieron relaciones sexuales, por lo tanto, compartimos material genético y algunos genes de origen neandertal están asociados a la diabetes tipo 2, a la cirrosis biliar, a nuestra capacidad para adaptarnos al frío y al hábito de fumar.

Es aún un enigma reconocer los motivos de la desaparición de nuestros primos, quizá su dieta especializada en presas mayores los condujo al exterminio durante un cambio climático en el que nuestros ancestros cazaron y comieron todo lo que se movía y por ello subsistieron. Tal vez un lenguaje sofisticado permitió a los seres humanos desarrollar mejores armas y organizarse exitosamente en condiciones de gélida adversidad. Probablemente los valores culturales neandertales cedieron a los de los humanos, surgieron mestizajes y otros grupos sucumbieron al aislamiento en zonas inhóspitas. Aún no lo sabemos de cierto.


Nuestros ancestros de aquella época portaban collares de conchas y piedras que además del sentido estético que pudieran contener o evidenciar el naciente valor de la decoración y, por lo tanto, “el surgimiento del individuo identificado con un clan”, podemos igualmente deconstruir que los collares fueron códigos culturales, informaciones y valores codificados y compartidos por humanos separados por enormes distancias pero unidos por entendimientos sustanciales que les dieron identidad delante a la adversidad. 

A mi entender, esos collares funcionaban como códigos culturales y dotaron de “humanidad” a nuestros ancestros; les dio pertenencia e identidad; fueron precisamente las armas más poderosas que tuvieron nuestros grandes abuelos para subsistir al rigor de las glaciaciones, para elaborar un pensamiento místico comunitario y participar consciente o tangencialmente en la desaparición de nuestros primos neandertales.

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