Durante al menos 300
mil años, en Europa y parte de Asia, los llamados Neandertales lograron subsistir
en condiciones de gélida adversidad hasta que de pronto, hace 30 mil años y
coincidiendo con el encuentro con nuestros ancestros, desaparecieron del
desarrollo evolutivo planetario ¿Por qué? ¿Tuvieron nuestros ancestros algo que
ver en ello? ¿Hubo guerras? ¿Se fusionaron ambas especies?
Los Neandertales
fueron robustos y más fuertes que los humanos de aquella época, su dieta
consistía en abundante carne y por ello minimizaban la cacería de pequeñas
presas, sus armas eran puntiagudas lanzas y debían aproximarse a los animales
para herirlos: toda la comunidad participaba en la cacería, persiguiendo,
azuzando o acechando a sus preseas, constantemente salían lesionados y asistían
a los lesionados e inválidos. Los Neandertales contaban con un imaginario
místico y enterraban a sus muertos con ofrendas y flores.
Los Neandertales
poseían un cerebro tan evolucionado como el nuestro y tenían unas fosas nasales
muy anchas, lo cual no encaja en los procesos evolutivos. Ciertamente sus
ancestros Homo erectus, en África, necesitaron
de narices anchas para refrescar su temperatura corporal pero en el frió,
pareciera que no tuviese sentido contar con fosas nasales anchas; sin embargo,
por su intensa actividad física y al estar cubiertos de pieles, precisaban ventilarse
de manera rápida para descender su temperatura corporal.
Otra diferencia
sustancial entre nuestros primos Neandertales y nosotros, fue el habla. Los
estudios de DNA nos indican que contaron con el gen FOXP2 que se relaciona con
el habla pero no hablaron como nosotros ya que su paladar era plano y les
costaba trabajo pronunciar las “i” y la “u”. Compartieron con nosotros la domesticación del fuego y el
habla, pero sus costumbres culturales estuvieron condicionadas a la calidad de
su alimentación, a su morfología y las relaciones sociales que de ellas
derivaron.
Los descubrimientos arqueológicos
en Atapuerca, España y diversos sitios en Siria y Turquía, nos permiten
interpretar que hace un millón o millón y medio de años, algunos grupos de Homo erectus emigraron de África a
Europa en una época en la que el desierto de Sahara aún no terminaba de dividir
el centro de África con el Mediterráneo. De aquella lejana migración, derivaron
los Neandertales, quienes pasaron de andar desnudos por la selva a cubrirse de
pieles en los glaciares. Hace 150 mil o 100 mil años, otra migración africana,
pero de otros seres: los seres humanos, atravesaron por el extremo sur del Mar
Rojo durante un periodo en el que los océanos estaban decenas de metros más
abajo del nivel actual. Al salir de África nuestros ancestros se dispersaron y
hace 40 mil años ya estaban en Australia y Asia. En Europa encontraron a los
Neandertales y no sabemos aún si existió un choque de culturas, una absorción
cultural o de plano una aniquilación.
El genetista David
Reich de la Escuela de Medicina de Harvard publicó junto a otros investigadores en la revista Nature de
enero de este año, un artículo en el que se evidencia que los neandertales y
nuestros ancestros mantuvieron relaciones sexuales, por lo tanto, compartimos
material genético y algunos genes de origen neandertal están asociados a la
diabetes tipo 2, a la cirrosis biliar, a nuestra capacidad para adaptarnos al
frío y al hábito de fumar.
Es aún un enigma
reconocer los motivos de la desaparición de nuestros primos, quizá su dieta
especializada en presas mayores los condujo al exterminio durante un cambio
climático en el que nuestros ancestros cazaron y comieron todo lo que se movía y
por ello subsistieron. Tal vez un lenguaje sofisticado permitió a los seres humanos
desarrollar mejores armas y organizarse exitosamente en condiciones de gélida
adversidad. Probablemente los valores culturales neandertales cedieron a los de
los humanos, surgieron mestizajes y otros grupos sucumbieron al aislamiento en
zonas inhóspitas. Aún no lo sabemos de cierto.
Nuestros ancestros de
aquella época portaban collares de conchas y piedras que además del sentido
estético que pudieran contener o evidenciar el naciente valor de la decoración
y, por lo tanto, “el surgimiento del individuo identificado con un clan”, podemos
igualmente deconstruir que los collares fueron códigos culturales, informaciones
y valores codificados y compartidos por humanos separados por enormes
distancias pero unidos por entendimientos sustanciales que les dieron identidad
delante a la adversidad.
A mi entender, esos collares funcionaban como códigos
culturales y dotaron de “humanidad” a nuestros ancestros; les dio pertenencia e
identidad; fueron precisamente las armas más poderosas que tuvieron nuestros grandes
abuelos para subsistir al rigor de las glaciaciones, para elaborar un
pensamiento místico comunitario y participar consciente o tangencialmente en la
desaparición de nuestros primos neandertales.
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