El Quiebre
Durante milenios, los
seres humanos fuimos cazadores y necesitamos de “los otros” para sobrevivir.
Con la agricultura decidimos agrupamos en comunidades constituidas por familias
que a su vez crearon linajes y conocimientos. Heredamos de nuestros abuelos su
material genético y nuestro inconsciente colectivo reproduce sus comportamientos,
sus codificaciones sociales así como una estructura familiar que durante miles
de años se conservó sin grandes alteraciones hasta que ataviados de lo
imposible y de lo sagrado (Peace and Love) llegaron los psicodélicos años 60’s
y la familia se transfiguró.
En el arco de 50 años,
las sociedades que siguen o aspiran al patrón de desarrollo occidental, han
experimentado un salto cuántico en su organización económica y social así como
en sus medios de producción. La Economía de Mercado ha transformado a las
sociedades agrícolas, rituales y comunitarias en sociedades de servicios, de
consumo e individualistas.
Nuestro tiempo está atrancado: precisamos del otro
para existir pero lo hacemos en beneficio personal y no en función de la
sobrevivencia del grupo. Producimos en exceso, provocamos el consumo a ultranza, generamos desperdicio,
entropía y contaminación. Nuestro desarrollo no es tal, más bien experimentamos
un absurdo desgaste de nuestros recursos para generar excedentes y plusvalía en
el marco de la producción por sí misma y no orientada a satisfacer las
necesidades humanas. La producción industrial atenta contra nuestra
sobrevivencia, pero los discursos y las inversiones sedientas de rentabilidad
simulan que construimos un exitoso progreso. Nuestras acciones desean generar riqueza
pero en realidad provocamos escasez
Pareciera que lo
correcto es producir más, mejor, menos caro, a cualquier costo ecológico y con
mayor velocidad pero a contados pensadores o estadistas se les ha ocurrido observar
que el progreso no es sinónimo de avasallamiento de los ecosistemas y de la felicidad
de los seres humanos que aspiran careciendo y viven condenados a producir
bienes, servicios pero sobre todo, plusvalía.
Psicológicamente
acorralados por el consumo, la economía de mercado nos refiere trabajar para
consumir como único estilo de vida, nos obliga a desear y a adquirir el nuevo
modelo con mayor conectividad, flexible y a 12 meses sin intereses; es así como
empezamos desechando viejos instrumentos y continuamos con las personas. Nos
sucede lo contrario de lo que experimentaban los mayas históricos quienes imbuían
de vida a sus objetos y se convertían en sujetos, en tanto que nosotros, hemos
dado calidad de objetos a los individuos.
Mande usted…
Paulatinamente
desaparece el formato tradicional de la familia y en sociedades construidas por
migrantes como la cancunense, cohabitan familias en descomposición y surgen
nuevos formatos familiares en los que los roommates se vuelven hermanos y la
diversidad cultural produce encuentros amorosos que trascienden a los géneros y
al formato tradicional de la pareja.
Ya sea en una familia en
descomposición o en núcleos familiares de nuevo formato, lo cierto es que la
tendencia hacia la individualidad produce estadios de insatisfacción, incómoda
soledad y desorientación en glorietas sin ecos… los códigos de la sociedad
están mutando: el respeto a los mayores es ignorado por la irreverencia
juvenil, la experiencia es suplantada por la avidez y la ignorancia; el camino
fácil, sin ética y económico, es procurado junto a la displicencia.
Se ha perdido el
respeto a quienes recorrieron primero el camino, en consecuencia, ignoramos su
experiencia, nos desviamos por las brechas, nos alejamos del colectivo para que
posicionados desde nuestra individualidad, entablemos relaciones comerciales. Valores
y principios tan sustanciales como el amor, la amistad, el respeto o la
creación, se miden con unidades monetarias… “el otro” es un consumidor antes
que un individuo en equidad que junto a nosotros procura una plena existencia.
El Caos
Las emociones se han
privatizado, el dolor, el miedo y la violencia son excelentes negocios. Las
aspiraciones existenciales contemporáneas nos conducen hacia la posesión y al
financiamiento de nuestra felicidad con las tarjetas de crédito.
La Palabra simula,
vacilamos adquiriendo necesidades innecesarias y terminamos rodeados de objetos
y valores desechables que contaminan los océanos y vacían nuestras cuentas
bancarias al final de cada año para estoicamente iniciar el siguiente con una estrepitosa
inflación.
Una caótica realidad
que descrita con crudeza pareciera una loza encima de nuestro destino
existencial, pero… esa realidad no lo es todo, acaso uno de nuestros reflejos
en un espejo cóncavo, lo cierto es que la existencia se refleja en más de un
espejo.
Espejo en la salida
Justamente,
diferenciar los reflejos de nuestra realidad, discernir entre lo que aparenta
ser y lo que es, así como observar con desapego las ofertas del consumo
irreflexivo, son decisiones que nos permiten mirarnos en todos los espejos sin
dejar de ser nosotros mismos. Se trata de desmantelar el juego para jugar
sabiendo que nos hacen trampa.
Los procesos
evolutivos desconocen la reversa, en dos generaciones habrá desaparecido el
formato de familia como lo conocimos durante miles de años. Asistimos a una
transición histórica en la que el núcleo de la sociedad ha dejado de ser la
familia para que el individuo ocupe ese espacio. Ahora el sujeto es visto como
objeto por una sociedad de consumo irreflexivo que dirige su criterio premiando
su compulsión a la compra. La publicidad nos tienta a firmar compromisos para
que nuestra vida productiva y nuestra atención mental estén orientadas a pagar
los intereses de lo innecesario o de los objetos manufacturados para no durar.
En el origen fue la
familia, la propiedad comunal, el clan… la percepción de nuestra realidad se distanció de la realidad
natural, entonces la familia y sus códigos crearon un desarrollo orientado al
bienestar del colectivo, surgieron los clanes y las sociedades tributarias así
como la estratificación social y la jerarquía por capacidades o designios
divinos. La República apareció para desvincular al cielo con el trono y lo hizo
con violencia, luego el poder se fracturó y recompuso, las organizaciones han
intentado colectivizar al Poder pero siempre reciben palizas, infiltraciones y
fracturas.
La descomposición
familiar actual se refleja en la descomposición social, en consecuencia, los
intereses del colectivo son suplantados por los del individuo y ahí inician
nuestros desvaríos contemporáneos que denotan carencia de solidaridad,
congruencia, civismo y sentido de pertenencia.
El consumo irreflexivo
no puede ser el talante de nuestra existencia porque es insaciable, desconoce
los secretos del vacío y la fantasía de la abstracción, es ciego delante a la
evidencia y termina por dirigirse contra nosotros.
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