Obra Plástica de Curiot
El primer paso consiste en encontrar a los pensamientos deambulando sin
control por nuestra mente porque son esos pensamientos los que forman a un
pensador y habrá entonces que cuestionarse si ese pensador que habita nuestra
mente es realmente nuestro yo o la imagen distorsionada de nosotros mismos que
circula en grado extremo de ebriedad emocional por la única vida que tenemos.
Indagando en el origen de nuestros pensamientos encontraremos los hilos que nos mueven como marionetas, la mayoría de ellos son implantes de sometimiento. Desde niños recibimos indicaciones y restricciones que paulatinamente van minando nuestros deseos primarios con la finalidad de someter nuestra interpretación del mundo a un orden que existe únicamente en los enunciados. Desde temprana edad, la contradicción entre lo que se especifica como correcto y los actos humanos, nos conduce a ser cómplices de la simulación.
Cuando encontramos a nuestros pensamientos, descubrimos que algunos de ellos están enredados y obsesivamente luchan por acaparar nuestra atención, son recurrentes, se estacionan por años en nuestra voluntad y, como chapulines trapecistas de un circo de tres pistas, reclaman toda nuestra atención.
Si pienso y luego eximo a mi pasado de toda información simulada, los pensamientos se desenredan y dejan de ser obsesivos. Con este ejercicio de control y por lo tanto, de Poder, la vacuidad se torna en una amable consejera.
El distanciamiento con el mundo dentro del mundo permite una comprensión cercana a la “compasión budista” ya que regresamos a nuestro centro emocional; inmediatamente después, la relatividad de las creencias sociales y los acuerdos con la simulación, se desvanecen delante a una mirada firme y sin parpadeos; más tarde, el horizonte poblado de condición humana jadea a destiempo e irremediablemente rompemos relaciones diplomáticas con el diálogo de egos en búsqueda de ecos, el silencio discurre suavemente y sin pensamientos, porque el universo antes de pensarse ya existía y su destino es el ser para dejar de ser...
Indagando en el origen de nuestros pensamientos encontraremos los hilos que nos mueven como marionetas, la mayoría de ellos son implantes de sometimiento. Desde niños recibimos indicaciones y restricciones que paulatinamente van minando nuestros deseos primarios con la finalidad de someter nuestra interpretación del mundo a un orden que existe únicamente en los enunciados. Desde temprana edad, la contradicción entre lo que se especifica como correcto y los actos humanos, nos conduce a ser cómplices de la simulación.
Cuando encontramos a nuestros pensamientos, descubrimos que algunos de ellos están enredados y obsesivamente luchan por acaparar nuestra atención, son recurrentes, se estacionan por años en nuestra voluntad y, como chapulines trapecistas de un circo de tres pistas, reclaman toda nuestra atención.
Si pienso y luego eximo a mi pasado de toda información simulada, los pensamientos se desenredan y dejan de ser obsesivos. Con este ejercicio de control y por lo tanto, de Poder, la vacuidad se torna en una amable consejera.
El distanciamiento con el mundo dentro del mundo permite una comprensión cercana a la “compasión budista” ya que regresamos a nuestro centro emocional; inmediatamente después, la relatividad de las creencias sociales y los acuerdos con la simulación, se desvanecen delante a una mirada firme y sin parpadeos; más tarde, el horizonte poblado de condición humana jadea a destiempo e irremediablemente rompemos relaciones diplomáticas con el diálogo de egos en búsqueda de ecos, el silencio discurre suavemente y sin pensamientos, porque el universo antes de pensarse ya existía y su destino es el ser para dejar de ser...