Damian caminaba con sus amigos por la avenida Tulum;
súbitamente Mateo extendió sus brazos, detuvo su marcha y les preguntó:
--Si te dieran a escoger entre el blanco y el negro ¿con
cuál te quedabas?
--Con el gris –respondió Jorge.
--Pero si fueras realista y vieras caer a un anciano a un hoyo ¿te reirías o te preocuparías?
–Insistió Juan.
--Lo ayudaría a salir del hoyo –contestó Jorge.
-- ¡Bueno ya! Si te definieras políticamente ¿serías de
derecha o de izquierda? Jorge abrazó a Juan y le habló al oído:
--Del centro.
--¿Y tú, Damian? –inquirió Juan.
Damian miró a sus amigos y luego a su alrededor, se colocó
sus lentes oscuros, sigilosamente abordó a dos preciosas turistas argentinas
que llevaban sendas minifaldas, les habló en Inglés, se hizo pasar por extranjero, cruzó la avenida
abrazándolas cachondamente; los tres reían a carcajadas y se perdieron entre
las sombras de los tamarindos…
Jorge miró a Mateo y le dijo:
--Ya ves, te lo dije: Damian es muy ex-céntrico
*·*·*·*·*·*·*
Si nos desplazáramos a la velocidad de la luz, en un segundo
le daríamos diez vueltas a la Tierra; en 8 minutos llegaríamos al Sol y
después, sin que nadie se diera cuenta, nos lanzaríamos hacia los confines de
nuestro sistema planetario… como a las 12 horas de viaje, se acabaría la luz
del Sol, lo cual no representaría ningún problema para nuestra expedición ya
que iríamos a la velocidad suficiente como para ser nosotros mismos un poco de
luz; pasados cuatro años, llegaríamos a la estrella Próxima Centauri. Ahora
bien, si pretendiéramos visitar la estrella Rigel en la Constelación de Orión,
tardaríamos 773 años. Claro está, si tuviéramos tiempo y ganas de seguir
viajando a la extenuante velocidad de la luz y, en los más profundo de nuestro
interés existiera la imperiosa necesidad de llegar hasta los confines de lo
visible, tardaríamos 10 mil millones de años en arribar hasta las galaxias más
lejanas.
Según los cálculos del maestro Carl Sagan, si el Dios de los
Inconvenientes tuviera la maravillosa idea de soltarnos a la azar en el Cosmos,
la probabilidad de encontrar un planeta sólido como el nuestro para sujetarnos
fuerte a él, sería inferior a un aparte entre mil millones de billones de
billones. Dicho de manera entendible: un uno seguido de 33 ceros. “Los mundos
son algo precioso” dijo Carl.
El astrónomo Peter Bond dice que si se elaborara un modelo a
escala de la Vía Láctea y nuestro Sol se representara con un grano de arena, la
estrella más cercana estaría a 6 km de distancia. Todo el modelo ocuparía un
tercio de la distancia entre la Tierra y la Luna.
En nuestro universo la luz recorre un gran vacío, el tiempo
se colapsa y el movimiento trasciende al silencio. Las explosiones de estrellas
forman otras estrellas, su componentes viajan distancias sin tiempo y, con él,
forman curiosos seres quienes reflexionando sobre su origen encuentran el de las
estrellas que alumbran sus noches meditativas en la grandiosa oscuridad que
contiene fragmentos de luz en movimiento.
Andrómeda es la galaxia vecina más cercana a nuestro planeta, se localiza a 2 millones de años luz de nosotros, la luz que ahora nos llega, salió de aquellos lejanos lares cuando los seres humanos aún no existían y sus ancestros, iniciaban con fatiga la ardua tarea de dominar al fuego, luego vino el lenguaje y la transfiguración del mundo cuando hicimos un mundo dentro del mundo.
En el vacío, la luz se oculta detrás de la lejana distancia y desde ahí nos guiña sus violentas combustiones internas, por el vacío, la luz viaja en paquetes de energía, se origina en miles de millones de estrellas que nacen y explotan desde hace 13 750 millones de años.
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