lunes, 25 de febrero de 2013

Nacidos para comprar...






Homo habilis tomó dos piedras y las golpeó de lado, después de varios machucones, obtuvo una rudimentaria punta con la que pudo cortar y herir; desde entonces fabricamos millones de objetos que han dado forma a nuestro mundo y, en nuestro tiempo, los objetos se han convertido en el único referente del mundo.

La dependencia existencial hacia la tenencia de los objetos determina nuestros estados de ánimo y la producción de objetos supera nuestra capacidad para adquirir nuevos modelos; tangencialmente, nuestras angustias superan a nuestras necesidades.

En tiempos chamánicos,  los “objetos” adquirían vida y eran considerados “sujetos”. Aquella milenaria práctica chamánica se manifiesta evolucionada en nuestro cotidiano consumista, los objetos son nuestro mundo, un mundo de consumo en el que los productos-objeto mejoran a la misma velocidad con la que se desechan.

La Industria del Consumo observó que los consumidores creamos una relación chamánica con el objeto y lo llamó “producto”. Con el tiempo y para diferenciarse en calidad y precio, a los productos se le ha dado una “marca” y, precisamente, nombrando la “marca” corporeizamos inquietudes y necesidades: al referirnos al objeto-producto por su nombre, invocamos las virtudes tangibles o inventadas que la industria mercadotécnica dice que posee. Cada ocasión que nombramos,  consumimos, tocamos o utilizamos el “objeto-sujeto con marca” realizamos un acto chamánico y transfiguramos la realidad, aunque sea de manera inconsciente y orientada al consumo.

En el teatro como en el chamanismo, el “objeto-sujeto-cosa” no es lo que se ve que es sino lo que se dice que es, así entonces, los publicistas le dan la vuelta a nuestras inquietudes primarias, crean necesidades superfluas que la publicidad repite incansablemente hasta que se vuelven vitales y recreamos una realidad alterna en la que los objetos se tornan sujetos, se les invoca, se les desea y se les procura hasta precisar de ellos para existir. Esa obsesiva dependencia crea un temor que únicamente es solventado con la obediencia al consumo irreflexivo.  

Los objetos dan forma al estilo de vida occidental, poseer objetos significa ser un triunfador, el consumo es el parámetro de la felicidad y los publicistas determinan cómo debemos pensar en medio de la simulación y la degradación que nombran desarrollo pero en realidad se trata de un Progreso Involutivo.

Los visitantes a Cancún, justo cuando salen del Aeropuerto se encuentran con un anuncio publicitario en inglés que dice “Nacido para comprar”, esa frase sintetiza el sentido profundo del Tonal de nuestro tiempo y nos alerta a poner atención en nuestros códigos de comunicación ya que la publicidad y los medios de comunicación norman al pensamiento colectivo.

Soy lo que veo, compro y luego existo.

Si la felicidad es una de las sensaciones de éxtasis que aspiramos a contener el mayor tiempo posible, es preciso entonces observar los acuerdos que tenemos con la definición de felicidad, sobre todo cuando los “objetos-sujetos-marca” configuran un mundo al cual respondemos en voluntad y espíritu hasta el punto de existir únicamente en función de ese acuerdo.

Las primeras televisiones en blanco y negro fueron enormes cajones de madera y en su interior había bulbos; cuando de pronto se apagaban, debíamos darle de golpes a un costado para que lentamente volviera la imagen, ahora las pantallas de plasma están a un paso de contar con una resolución, un color, una luz y una profundidad muy próxima a la realidad que percibe nuestra vista. Vertiginosos cambios sufren los objetos y aunque casi logramos una comunicación similar a la que tenemos con los sujetos, su breve existencia nos impide establecer una relación de Poder ya que los reemplazamos por el último modelo que incluye lo que no necesariamente hace falta, más bien, es factible que esa novedad tecnológica cree otra dependencia emocional.

En Occidente la felicidad no dura más de dos pensamientos, al tercero, nos asalta la duda, esa inquietante incapacidad de mantener a las palabras en la acción, al amor en la mirada de “el otro” y al fondo sobre la forma, son los factores-motivos que generan nuestras insatisfacciones, penas, angustias y quebrantos.

Una de las nobles verdades del universo se refiere al movimiento, en él encontramos al tiempo a la luz, al fondo y al silencio. Los seres humanos evolucionamos a partir de la búsqueda de la sobrevivencia y a la mejora de nuestras habilidades, domesticamos al fuego y golpeamos las piedras de manera dirigida para producir los primeros objetos.

Los seres humanos y sus palabras crean un mundo que refiere al mundo de los objetos, con ellas, les otorgan un valor imaginario y otro potencial. El movimiento otorga al objeto la vitalidad suficiente para transfigurarse en un sujeto que transgrede al estado conciente y racional. En reposo, el objeto contiene en sí mismo universos paralelos pero únicamente la palabra y el movimiento desdoblan sus virtudes.

Hoy, los seres de movimiento utilizan a los objetos para recrear universos paralelos en el que los sujetos son tratados como objetos y quienes no poseen los objetos correctos, sus palabras son de poca valía en un mundo en el que lo imaginario nunca es potencial y los objetos son fugaces sujetos acumulables en corrosivas montañas o en errantes islas de plástico en altamar.

Los objetos evolucionan, pero ni ellos ni nosotros lo  hacemos de manera lineal, nuestros desvaríos interpretativos confirman que no toda evolución significa progreso.

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