Homo habilis tomó dos piedras y las
golpeó de lado, después de varios machucones, obtuvo una rudimentaria punta con
la que pudo cortar y herir; desde entonces fabricamos millones de objetos que
han dado forma a nuestro mundo y, en nuestro tiempo, los objetos se han
convertido en el único referente del mundo.
La dependencia existencial hacia la tenencia de los objetos
determina nuestros estados de ánimo y la producción de objetos supera nuestra
capacidad para adquirir nuevos modelos; tangencialmente, nuestras angustias
superan a nuestras necesidades.
En tiempos chamánicos, los “objetos” adquirían vida y eran considerados “sujetos”. Aquella
milenaria práctica chamánica se manifiesta evolucionada en nuestro cotidiano
consumista, los objetos son nuestro mundo, un mundo de consumo en el que los
productos-objeto mejoran a la misma velocidad con la que se desechan.
La Industria del Consumo observó que los consumidores creamos
una relación chamánica con el objeto y lo llamó “producto”. Con el tiempo y
para diferenciarse en calidad y precio, a los productos se le ha dado una
“marca” y, precisamente, nombrando la “marca” corporeizamos inquietudes y
necesidades: al referirnos al objeto-producto por su nombre, invocamos las
virtudes tangibles o inventadas que la industria mercadotécnica dice que posee.
Cada ocasión que nombramos, consumimos, tocamos o utilizamos el “objeto-sujeto con marca”
realizamos un acto chamánico y transfiguramos la realidad, aunque sea de manera
inconsciente y orientada al consumo.
En el teatro como en el chamanismo, el “objeto-sujeto-cosa” no
es lo que se ve que es sino lo que se dice que es, así entonces, los
publicistas le dan la vuelta a nuestras inquietudes primarias, crean
necesidades superfluas que la publicidad repite incansablemente hasta que se
vuelven vitales y recreamos una realidad alterna en la que los objetos se
tornan sujetos, se les invoca, se les desea y se les procura hasta precisar de
ellos para existir. Esa obsesiva dependencia crea un temor que únicamente es
solventado con la obediencia al consumo irreflexivo.
Los objetos dan forma al estilo de vida occidental, poseer
objetos significa ser un triunfador, el consumo es el parámetro de la felicidad
y los publicistas determinan cómo debemos pensar en medio de la simulación y la
degradación que nombran desarrollo pero en realidad se trata de un Progreso
Involutivo.
Los visitantes a Cancún, justo cuando salen del Aeropuerto se
encuentran con un anuncio publicitario en inglés que dice “Nacido para
comprar”, esa frase sintetiza el sentido profundo del Tonal de nuestro tiempo y
nos alerta a poner atención en nuestros códigos de comunicación ya que la
publicidad y los medios de comunicación norman al pensamiento colectivo.
Soy lo que veo,
compro y luego existo.
Si la felicidad es una de las sensaciones de éxtasis que
aspiramos a contener el mayor tiempo posible, es preciso entonces observar los
acuerdos que tenemos con la definición de felicidad, sobre todo cuando los “objetos-sujetos-marca”
configuran un mundo al cual respondemos en voluntad y espíritu hasta el punto
de existir únicamente en función de ese acuerdo.
Las primeras televisiones en blanco y negro fueron enormes
cajones de madera y en su interior había bulbos; cuando de pronto se apagaban,
debíamos darle de golpes a un costado para que lentamente volviera la imagen,
ahora las pantallas de plasma están a un paso de contar con una resolución, un
color, una luz y una profundidad muy próxima a la realidad que percibe nuestra
vista. Vertiginosos cambios sufren los objetos y aunque casi logramos una
comunicación similar a la que tenemos con los sujetos, su breve existencia nos
impide establecer una relación de Poder ya que los reemplazamos por el último
modelo que incluye lo que no necesariamente hace falta, más bien, es factible
que esa novedad tecnológica cree otra dependencia emocional.
En Occidente la felicidad no dura más de dos pensamientos, al
tercero, nos asalta la duda, esa inquietante incapacidad de mantener a las
palabras en la acción, al amor en la mirada de “el otro” y al fondo sobre la
forma, son los factores-motivos que generan nuestras insatisfacciones, penas,
angustias y quebrantos.
Una de las nobles verdades del universo se refiere al
movimiento, en él encontramos al tiempo a la luz, al fondo y al silencio. Los
seres humanos evolucionamos a partir de la búsqueda de la sobrevivencia y a la
mejora de nuestras habilidades, domesticamos al fuego y golpeamos las piedras
de manera dirigida para producir los primeros objetos.
Los seres humanos y sus palabras crean un mundo que refiere al
mundo de los objetos, con ellas, les otorgan un valor imaginario y otro
potencial. El movimiento otorga al objeto la vitalidad suficiente para
transfigurarse en un sujeto que transgrede al estado conciente y racional. En
reposo, el objeto contiene en sí mismo universos paralelos pero únicamente la
palabra y el movimiento desdoblan sus virtudes.
Hoy, los seres de movimiento utilizan a los objetos para recrear
universos paralelos en el que los sujetos son tratados como objetos y quienes
no poseen los objetos correctos, sus palabras son de poca valía en un mundo en
el que lo imaginario nunca es potencial y los objetos son fugaces sujetos
acumulables en corrosivas montañas o en errantes islas de plástico en altamar.
Los objetos evolucionan, pero ni ellos ni
nosotros lo hacemos de manera
lineal, nuestros desvaríos interpretativos confirman que no toda evolución significa
progreso.
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