viernes, 12 de abril de 2013

Reflejos del Yo




Shakespeare preguntó: ¿ser o no ser, esa es la cuestión? Pero si ya soy, no puedo –al mismo tiempo-- dejar de ser, entonces la pregunta sería ¿cómo soy? En un marco histórico y en Meditaciones del Quijote, Ortega y Gasset responde: “Yo soy yo y mi circunstancias” sin embargo, las circunstancias no son una situación vital, son circunstanciales y nuestra voluntad nos permite evolucionar ignorándolas o trascendiéndolas.

Los pensamientos de los europeos del siglo XVII se renovaron buscando a los clásicos. La reforma protestante fulminó de un solo golpe la unidad europea; los seres humanos se supieron insignificantes delante al cosmos; a la Tierra se le concedió un lugar de comparsa en el concierto planetario y se descubrieron nuevos territorios.

En el centro de las novedosas confusiones, apareció René Descartes quien infructuosamente buscó respuestas en los libros y decidió explorarse a sí mismo para encontrar un método que pudiera dar sentido a la existencia.

Descartes buscaba absolutos y tuvo la “brillante” idea de otorgarle a la filosofía el grado de exactitud que tienen las matemáticas, fundamentando así, la fe de la razón. Según él, toda actividad de la conciencia (reflexiones, ideas, engaños etc.) supone la existencia de un “Yo” que piensa, que duda, que engaña… se puede dudar de todo menos de que pensamos; por tanto, existimos. Ahora bien, para pensar, se necesitan ideas y se preguntó: ¿de dónde salen las ideas? Según él, las ideas son innatas. 

René recopiló los conceptos de San Anselmo y con silogismos determinó que la idea más perfecta, es la existencia de Dios, por tanto, Dios existe porque sería un absurdo que la idea más perfecta que se puede pensar, no existiera. Dios garantiza que nuestra razón no se equivoca y a través de ella podemos volver tangible la verdad. Temerariamente René  aseguró que “todos” los seres humanos tenemos la misma razón (¿Habrá querido decir que en su siglo XVII: un maya rebelde, un aborigen australiano, un guerrero gay de la tribu Kinakau del antiguo Congo, el confidente de su protectora --la reina Cristina de Suecia-- y un adolescente Inuit: tenían la misma codificación y por lo tanto, compartían la misma razón?).

Descartes publicó en 1637 un método que resultó más bien un recurso para sustentar el monoteísmo católico, con el que los niños tarahumaras, los del Kurdistán, o los de las favelas brasileñas, pueden lograr la comprensión de la verdad y ser enormemente felices. Descartes pensó que existe un solo camino hacia la verdad.  

Cazadores de Poder

La filosofía mesoamericana llamada Toltecayotl, Toltequidad o Tensegridad establece que los seres humanos somos energía, redondos y sin límites. Nuestra existencia es un desafío y la muerte es un cazador que nos acosa en cada respiración por lo que no hay tiempo para lamentos ni dudas, solamente se toman decisiones, sin importar cuales sean ya que nada es más importante que lo demás. En nuestro universo caníbal, la Toltequidad propone asumir la actitud de un guerrero de luz que caza poder enfocando el vínculo que lo une con su muerte para vivir en plenitud.

Los cartesianos ven al mundo rígido y retórico, por eso su existencia les resulta aburrida o incompleta, consecuentemente desean, desean y desean sin fin; para un guerrero de luz, el mundo es extraño, pavoroso, misterioso e insondable; evita las rutinas y procura realizar las acciones que le causan desequilibrio como si de ellas dependiera su existencia; se sabe ya muerto, no tiene nada que perder. Un guerrero de luz está consciente de que no puede cambiar y sin embargo concentra su energía en cambiar, por eso nunca se decepciona cuando fracasa. En la Toltequidad la acción es la sustancia de la vida, sin adjetivos o lucro, los actos tienen poder, el poder de reencontrarnos con la luz en vida y alcanzar la libertad.

En el mundo de razón uno quiere y desea ser querido por los demás. Los guerreros de luz quieren lo que se les antoja o a quien se les antoja, sin más, porque sí, como Los Amorosos de Jaime Sabines. Las cosas que hace la gente no son más importantes que el mundo (que también es energía), consecuentemente el guerrero de luz lucha para eliminar su importancia personal y así no sentirse ofendido por lo que hace “el otro” quien siempre muestra una cara distinta. Delante “al otro” o frente a la Unidad energética, cada instante es una nota de una partitura y ella sola no significa nada ni lo es todo, simplemente es una nota, un instante que transcurre o regresa, da igual, los que cuenta es la acción de su resonancia en el conjunto de la sinfonía.

Contradiciendo al psicoanálisis, la Toltequidad propone que no importa cómo fuimos criados, lo que determina nuestras acciones es nuestro Poder Personal y aquel que tuvo o tiene una familia recalcitrante, debe agradecer su desafío y evitar lamentarse de su destino.

Un ser humano es la suma de su Poder Personal y no la síntesis de su Historia Personal.  Los Guerreros de Luz no cuentan con remordimientos ni les da pena ajena las acciones de sus congéneres, evitan adjetivar porque los adjetivos llevan un gusano en sus entrañas: la importancia personal. 

Don Juan comentaba que ser un Guerrero de Luz es un arte: el arte de equilibrar el terror de ser una mujer o un hombre con la maravilla de ser una mujer o un hombre.

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