El pasado 2 de
noviembre, la escritora, maestra, amiga y columnista de Por Esto! de Quintana
Roo, Zita Finol, partió de nuestro plano existencial. Su mirada profunda y
brillante, observaba los eventos del mundo con la claridad que otorga la
sabiduría. Regularmente me citaba en un café y platicábamos sobre Literatura.
Fue una mujer generosa, con su cigarro en la mano dibujaba amorosos
escenarios y me invitaba a crecer con ella en sus proyectos editoriales: vivía
para la creación, por ello siempre la admiré.
En algunas ocasiones
participé con ella como jurado en concursos literarios organizados por la Casa
de la Cultura de Cancún. Ambos leíamos a fondo las obras presentadas y no
siempre coincidimos en las deliberaciones, pero invariablemente sonreía, a
veces daba media vuelta a su rostro cuando tenía un desacuerdo conmigo,
entonces parecía que buscaba a la felicidad detrás de su hombro y cuando la
encontraba, volvía hacia mi desbaratándome con su sonrisa: le daba un sorbo a
su café y luego me decía: “vamos, acompáñame a fumarme un cigarrito”. Entonces
me volvía a plantear su argumentación y al observar que no me iba a convencer,
se acababa su cigarro, me tomaba del brazo, luego me contaba algo que no tenía
nada que ver con nuestra discusión y volvíamos a la mesa, yo contrariado, ella
sonriente. Cuando aprendas a escribir sin tanto rollo –me dijo en una ocasión--,
te van a leer más y tendrás menos dudas, inténtalo, vas bien, pero te falta.
Ahora la que me hace falta es ella, nos veíamos poco pero frecuentemente
le hablaba a su celular y aunque estuviera ocupada siempre me atendía. Fue una
gran amiga y maestra, tenía el don de reconocer la luz detrás de las
limitaciones humanas. Le gustaba que le platicara sobre mis encuentros con maestros
espirituales; disfrutaba reconocer historias lejanas y equidistantes, atendía
con interés mis tesis sobre el chamanismo porque se nutría de lo etéreo,
palomeaba de vez en vez un poema de amor que le mostraba y reía a carcajadas
cuando le decía que las vacas sagradas estorban justo en el momento que uno
quiere caminar por su propia cuenta…
Querida amiga Zita, celebro haber
compartido contigo el amoroso acto de sembrar estrellas en la arena...
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