En las montañas del
Norte de Tailandia habitan distintos grupos étnicos: Akka, Karem, Lisu y Meo
quienes hablan diferentes lenguas y poseen religiones, usos y costumbres
diametralmente opuestos; sin embargo, tienen en común al desesperante lodo.
Todo el año el lodo los rodea ya que cuando llueve todo se enloda y cuando
siembran arroz se anda en el lodo.
Los Akka también
siembran amapola y viven permanentemente drogados con la ilusión que provoca el
humo fumado en bambú y son asediados por las circunstancias y los imponderables
hasta los niveles en los que la miseria transgrede la materia para colocarse en
sus espíritus.
Los Karem, más sobrios,
construyen espaciosas casas de bambú a dos metros de altura del lodo, cocinan
el bambú tierno y lo condimentan con chiles. Su existencia transcurre con la
atención completa y a ritmos pausados, cada uno de sus pensamientos es claro y
controlan sus deseos; un estadio de tal naturaleza otorga paz, seguridad,
libertad... son budistas.
Una mañana desperté en un pueblo Karem
en medio de la selva y junto a los elefantes que nos aguardaban para seguir
nuestro viaje, un grupo de niños budistas presenciaba la partida del grupo de
turistas del cual formaba parte; de pronto, quedamos rodeados y atrapados por
sus gritos, nos hacían señas y no entendíamos su discurso ya que el tailandés
es un idioma incomprensible, sobre todo cuando lo gritan los niños.
Observé que
nos empezaron a tomar fotografías y a videar con sus cámaras recién
manufacturadas con lodo... fue una lección de ida y vuelta la que nos dieron
esos canijos chamacos... apenas pude tomarles una fotografía que con gusto
comparto con ustedes para describir que el bambú que se come, permite erigirse
con dignidad sobre el lodo o fumar en él y soñar que lo hacemos...
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