martes, 12 de noviembre de 2013

Los Ritonantes


Náufragos, obra de Claudio Francia
  



Dos náufragos nadaban con dificultad hacia la costa justo antes de anochecer; las olas los revolcaron en tres ocasiones y fueron brutalmente arrastrados hasta la playa, cuando alzaron la vista, su angustia se transformó en terror al descubrirse observados por una serpiente quien retozaba entre las rocas; de pronto, sonrío con malicia infantil y muy quitada de la pena preguntó:

--¿Qué tal? ¿Les gustó el regentempe?

--¿Qué coño dice este animal? --Inquirió uno de los barbudos—

--¡Que eres un mequetrefe! --Contestó suspirando el otro náufrago--.

La serpiente se irguió con parsimonia y limándose las uñas comentó:

--La isla está llena de ritonantes mal encarados que acostumbran comerse vivos a todos los simpañetes que el mar nos envía. Los mastican lentamente con la boca del exomiandro y, como los simpañetes son muy orgullosos, les provocan  agruras; por eso yo creo que deberían acimarcarse en la rechufliada del jodín para que no los descubran.

--¿Y cómo podemos acimarcarnos en la rechufliada? Preguntó uno de ellos.

--Ah, pues muy fácil: introduciéndose en mi boca.

Sin pensarlo dos veces, los náufragos se precipitaron sobre las fauces del reptil.

Al amanecer, un ritonante despeinado se tropezó con la serpiente que dormía y la despertó.

--¿Oye? ¿Porque estás tan gorda?  

--Somnolienta, la serpiente contestó con desenfado-- “Te evité sufrir  unas terribles agruras…”

El ritonante dio dos maromas, se jaló los cabellos, colocó las manos en su cintura, refunfuñó con sus siete bocas y se alejó gritando:

--¡Ya no te soporto! ¡Eres una golosa,  canija  X´tabay!


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