Náufragos, obra de Claudio Francia
Dos náufragos nadaban con dificultad hacia la costa justo antes de anochecer; las olas los revolcaron en tres ocasiones y fueron brutalmente arrastrados hasta la playa, cuando alzaron la vista, su angustia se transformó en terror al descubrirse observados por una serpiente quien retozaba entre las rocas; de pronto, sonrío con malicia infantil y muy quitada de la pena preguntó:
--¿Qué tal? ¿Les gustó el regentempe?
--¿Qué tal? ¿Les gustó el regentempe?
--¿Qué coño dice este animal? --Inquirió uno de los
barbudos—
--¡Que eres un mequetrefe! --Contestó suspirando
el otro náufrago--.
La serpiente se irguió con parsimonia y limándose
las uñas comentó:
--La isla está llena de ritonantes mal encarados
que acostumbran comerse vivos a todos los simpañetes que el mar nos envía. Los
mastican lentamente con la boca del exomiandro y, como los simpañetes son muy
orgullosos, les provocan agruras;
por eso yo creo que deberían acimarcarse en la rechufliada del jodín para que
no los descubran.
--¿Y cómo podemos acimarcarnos en la rechufliada?
Preguntó uno de ellos.
--Ah, pues muy fácil: introduciéndose en mi boca.
Sin pensarlo dos veces, los náufragos se
precipitaron sobre las fauces del reptil.
Al amanecer, un ritonante despeinado se tropezó
con la serpiente que dormía y la despertó.
--¿Oye? ¿Porque estás tan gorda?
--Somnolienta, la serpiente contestó con
desenfado-- “Te evité sufrir unas
terribles agruras…”
El ritonante dio dos maromas, se jaló los
cabellos, colocó las manos en su cintura, refunfuñó con sus siete bocas y se
alejó gritando:
--¡Ya no te soporto! ¡Eres una golosa, canija X´tabay!
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