Querido padre, hace
unos días se cumplieron cuatro años que decidiste partir de nuestro plano
existencial. De niño conocí en tu voz las palabras de los poetas mayores que
dibujan al mundo y a su pliegues, tu ausencia me ha enseñado a comprender a la
impermanencia y al poder que reside en el instante; ahora entiendo que lo
trascendente es la creación y que nuestras obras y nuestras acciones son las
que determinan el lugar que decidimos ocupar en el cosmos.
Recordando los días de
mi infancia que transcurrieron en los escenarios y en compañía de tus amigos,
ubico que los actores son seres mágicos porque logran seducirse a sí mismos
para “ser otros” y luego volver a ser ellos. Ser “el otro” y representar un
momento escénico significa recobrarle al tiempo los matices de la intención
humana y escenificarla en horario y cartelera. Representar una obra, es abrir
una cápsula del tiempo donde todo, desde la mínima luz hasta el más alto
vocablo, se repiten de manera precisa y, cuando se logra la magia de la
recreación, gustosos constatamos la fuerza de una puesta en escena que recrea
una realidad alterna, tangible, nuestra porque es una puesta en escena para
nosotros, “los otros” que cuando vemos a los actores “ser otros”, les damos
existencia.
Al concluir la
función, el actor vuelve al camerino para colgar al personaje, se trata de un
acto desgarrador, chamánico, en el que el actor ve desprenderse “al otro” y en
ocasiones eso causa dolor, desequilibrio emocional. El actor percibe que algo
de sí mismo también se quedó en el vestuario, son momentos de intensidad silenciosa;
el recuerdo del cuerpo es poderoso ya que el actor está cierto que el personaje
está en el camerino pero su cuerpo percibe su energía que como un registro o una
sombra, se impregnará para siempre en él, y es que “la obra” del actor de teatro:
es su cuerpo. En él, residen las historias de los personajes que ha
interpretado.
Recuerdo tus procesos
de transfiguración escénica, la magia de la atmósfera teatral, la fantasía de
la comunión con una realidad alterna y cómo lograbas ser otro. Chamán de la Palabra
que pronunciabas los conceptos en prosa poética, tus silencios eran poderosos y
mostraste siempre una actitud congruente con las batallas de equidad social.
El mundo sigue igual
de decadente pero más intenso y encuentro que el origen de nuestro infortunio
se ubica en la deficiente manera en la que vemos “al otro” sin antes
observarnos al espejo, como acontece con los malos actores. En el teatro, la
realidad humana se recrea para develar su condición, en nuestra trama nacional,
el absurdo es el dramaturgo. Más intenso.
Hay aplausos
suspendidos en el tiempo, son legendarios los que te ofrecieron por actuaciones
en Contradanza, El Rey Lear, Viejos Tiempos, Endgame, El Retablo de El Dorado
entre otras puestas en escena, fuiste galardonado con la “Medalla de Bellas
Artes”, multipremiado como mejor actor del año, obtuviste el Ariel, protagonizaste
la película REED México Insurgente que obtuvo el premio “Georges Sadoul” pero
en una ocasión llegaste temprano a tu casa después de un homenaje que te
organizaron por tu trayectoria y te pregunté si no había estado bueno el evento
“no me gustan los homenajes –me dijiste sonriendo--, el mejor homenaje que le
pueden hacer a un actor es irlo a ver al teatro…”
El instante contiene
infinidad de enigmas pero hacerlo propio es el gran desafío. Los actores y las
actrices cuentan con la virtud de despojarse de ellos mismos para en un instante
ser “el otro” delante a nosotros, que cuando los miramos, les otorgamos vida. Los
otros que somos nosotros, al ver cómo el actor se transfigura en “el otro”,
ingresamos a un espacio donde dos tiempos cohabitan hasta que el tiempo teatral
nos absorbe y comulgamos con una recreación en la que el espacio ya no es lo
que era y los actores dibujan un mundo que no siempre es el que vemos, sin
embargo, se mueve.
La impecabilidad con
la que te entregaste a la actuación y a la vida misma, son un ejemplo para
varias generaciones de actores. De tu parte recibí grandes regalos, uno de
ellos fue crecer en el teatro porque desde muy pequeño conocí algunos secretos
de la construcción de realidades alternas, la magia de la transfiguración
chamánica de los actores, el poder de la palabra, el valor de la estética, de
lo sagrado, de la creación.
Fuiste uno de los
primeros actores mexicanos que se atrevieron a darle réplica al director y
fundamentaste siempre que los actores son creadores mas no ejecutantes. Delante
a la impermanencia y a los poderosos instantes que hacen el conjunto de la
vida, recuerdo la sonrisa que ofrecías a tu entorno cuando las dificultades
eran mayúsculas, a tu amiga la disciplina, a lo severo que eras con la
estupidez, a tus lúcidos comentarios, a tu irónico humor y a tu amorosa
cercanía.
Verte en escena
significaba experimentar una aproximación a otras edades y a otros signos, en
el escenario tu cuerpo, por muy dolido o flagelado que estuviera, se erguía en
“el otro” para dejar de ser tú. El teatro te permitía “ser otro” y los otros,
que fuimos nosotros, veíamos cómo colapsabas al tiempo y hacías cómplice al
silencio para con tu mirada dar pauta a la palabra que creaba otros mundos
dentro del mundo. Fuiste creador de poderosos momentos de la actuación en
México, es muy grato que frecuentemente, cuando doy mi nombre, me preguntan
¿como el actor? Soy su hijo, contesto sonriendo y me dan un comentario
agradable de alguna de tus actuaciones. Te abrazo fuerte querido padre.
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