martes, 25 de noviembre de 2014

El otro, los otros, nosotros. Carta al Maestro Obregón




Querido padre, hace unos días se cumplieron cuatro años que decidiste partir de nuestro plano existencial. De niño conocí en tu voz las palabras de los poetas mayores que dibujan al mundo y a su pliegues, tu ausencia me ha enseñado a comprender a la impermanencia y al poder que reside en el instante; ahora entiendo que lo trascendente es la creación y que nuestras obras y nuestras acciones son las que determinan el lugar que decidimos ocupar en el cosmos.

Recordando los días de mi infancia que transcurrieron en los escenarios y en compañía de tus amigos, ubico que los actores son seres mágicos porque logran seducirse a sí mismos para “ser otros” y luego volver a ser ellos. Ser “el otro” y representar un momento escénico significa recobrarle al tiempo los matices de la intención humana y escenificarla en horario y cartelera. Representar una obra, es abrir una cápsula del tiempo donde todo, desde la mínima luz hasta el más alto vocablo, se repiten de manera precisa y, cuando se logra la magia de la recreación, gustosos constatamos la fuerza de una puesta en escena que recrea una realidad alterna, tangible, nuestra porque es una puesta en escena para nosotros, “los otros” que cuando vemos a los actores “ser otros”, les damos existencia.






Al concluir la función, el actor vuelve al camerino para colgar al personaje, se trata de un acto desgarrador, chamánico, en el que el actor ve desprenderse “al otro” y en ocasiones eso causa dolor, desequilibrio emocional. El actor percibe que algo de sí mismo también se quedó en el vestuario, son momentos de intensidad silenciosa; el recuerdo del cuerpo es poderoso ya que el actor está cierto que el personaje está en el camerino pero su cuerpo percibe su energía que como un registro o una sombra, se impregnará para siempre en él, y es que “la obra” del actor de teatro: es su cuerpo. En él, residen las historias de los personajes que ha interpretado.

Recuerdo tus procesos de transfiguración escénica, la magia de la atmósfera teatral, la fantasía de la comunión con una realidad alterna y cómo lograbas ser otro. Chamán de la Palabra que pronunciabas los conceptos en prosa poética, tus silencios eran poderosos y mostraste siempre una actitud congruente con las batallas de equidad social.

El mundo sigue igual de decadente pero más intenso y encuentro que el origen de nuestro infortunio se ubica en la deficiente manera en la que vemos “al otro” sin antes observarnos al espejo, como acontece con los malos actores. En el teatro, la realidad humana se recrea para develar su condición, en nuestra trama nacional, el absurdo es el dramaturgo. Más intenso.




Hay aplausos suspendidos en el tiempo, son legendarios los que te ofrecieron por actuaciones en Contradanza, El Rey Lear, Viejos Tiempos, Endgame, El Retablo de El Dorado entre otras puestas en escena, fuiste galardonado con la “Medalla de Bellas Artes”, multipremiado como mejor actor del año, obtuviste el Ariel, protagonizaste la película REED México Insurgente que obtuvo el premio “Georges Sadoul” pero en una ocasión llegaste temprano a tu casa después de un homenaje que te organizaron por tu trayectoria y te pregunté si no había estado bueno el evento “no me gustan los homenajes –me dijiste sonriendo--, el mejor homenaje que le pueden hacer a un actor es irlo a ver al teatro…”

El instante contiene infinidad de enigmas pero hacerlo propio es el gran desafío. Los actores y las actrices cuentan con la virtud de despojarse de ellos mismos para en un instante ser “el otro” delante a nosotros, que cuando los miramos, les otorgamos vida. Los otros que somos nosotros, al ver cómo el actor se transfigura en “el otro”, ingresamos a un espacio donde dos tiempos cohabitan hasta que el tiempo teatral nos absorbe y comulgamos con una recreación en la que el espacio ya no es lo que era y los actores dibujan un mundo que no siempre es el que vemos, sin embargo, se mueve.







La impecabilidad con la que te entregaste a la actuación y a la vida misma, son un ejemplo para varias generaciones de actores. De tu parte recibí grandes regalos, uno de ellos fue crecer en el teatro porque desde muy pequeño conocí algunos secretos de la construcción de realidades alternas, la magia de la transfiguración chamánica de los actores, el poder de la palabra, el valor de la estética, de lo sagrado, de la creación.

Fuiste uno de los primeros actores mexicanos que se atrevieron a darle réplica al director y fundamentaste siempre que los actores son creadores mas no ejecutantes. Delante a la impermanencia y a los poderosos instantes que hacen el conjunto de la vida, recuerdo la sonrisa que ofrecías a tu entorno cuando las dificultades eran mayúsculas, a tu amiga la disciplina, a lo severo que eras con la estupidez, a tus lúcidos comentarios, a tu irónico humor y a tu amorosa cercanía.




Verte en escena significaba experimentar una aproximación a otras edades y a otros signos, en el escenario tu cuerpo, por muy dolido o flagelado que estuviera, se erguía en “el otro” para dejar de ser tú. El teatro te permitía “ser otro” y los otros, que fuimos nosotros, veíamos cómo colapsabas al tiempo y hacías cómplice al silencio para con tu mirada dar pauta a la palabra que creaba otros mundos dentro del mundo. Fuiste creador de poderosos momentos de la actuación en México, es muy grato que frecuentemente, cuando doy mi nombre, me preguntan ¿como el actor? Soy su hijo, contesto sonriendo y me dan un comentario agradable de alguna de tus actuaciones. Te abrazo fuerte querido padre.


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