Así intitularon una crónica
teatral que refería una de tus miríficas actuaciones, querido Padre, retomando
la cesárea salutación, te abrazo hoy que se cumplen dos años de tu partida de
este plano existencial. “Ser actor es fustigarse” escribiste en un ensayo y
tiempo después entendí con tu trayectoria en los escenarios la profundidad de
esa aseveración; un actor de tu talle es un chamán de los escenarios y, como
tal, debe morir en vida en varias ocasiones para habitar diversas realidades.
Saliste airoso de accidentes físicos, burlaste a la muerte en los quirófanos,
fracturaste esquemas y sumisiones porque tu amor por el teatro trascendía
cualquier desafío y a él te entregaste con disciplina, talento y sabiduría.
Desde
hace algunas décadas ocupas un lugar de honor en el teatro mexicano. Partiste
cuando tu cuerpo decidió retirarse antes que tu alma, te fuiste en activo,
dignamente, acompañé tu danza de chamán y delante al dolor supremo me ofreciste
una cálida sonrisa, jamás mostraste miedo o angustia, sabías que era tiempo de
volar hacia el Norte y me dijiste que el momento se aproximaba, bromeaste con
ironía hasta el último instante, ordenaste tus pensamientos y delicadamente
emigraste entre mis brazos.
Al concluir una de tus
primeras actuaciones, Salvador Novo se acercó a ti y te confió que admiraba tu
talento, unos años antes Bellas Artes te había negado una beca para estudiar
actuación, tuviste que forjarte de manera autodidacta, décadas después,
representando al Rey Lear, recibiste la medalla de Bellas Artes. Eres hasta hoy
en día el actor más premiado por la Academia de Críticos de Teatro, se volvió
costumbre en mi infancia ver reconocido tu trabajo actoral y a ti, únicamente
te preocupaba que te ofrecieran papeles más complejos, desafiantes personajes que
habitaran tu cuerpo para deconstruirlos noche a noche.
Por la sala de tu casa y entre
mis juguetes, caminaron seres de luz como Juan de la Cabada, Beatriz Sheridan, Valentín
Campa, Carlos Ancira, José Gálvez…
fuiste un hombre entregado a las causas populares y humanistas,
militaste en la clandestinidad cuando ser de izquierda significaba un
compromiso de vida y no un arribista sin principios como sucede hoy. Ayudaste
de múltiples maneras a los pueblos centroamericanos en su lucha contra las
dictaduras y juntos celebramos los triunfos democráticos de las naciones
oprimidas. Sufriste el veto de Televisa y años después te premió por un
personaje que interpretaste en la televisora que le hace competencia. Fuiste un
ser que caminando dibujaba una estela de claridad y congruencia, amado por
quienes aprecian la luz y odiado por aquellos que viven en la simulación.
Llevar tu nombre y apellido
es un legado maravilloso, un compromiso con la Historia y un tenerte siempre a
mi lado. Ahora platico con el viento para escuchar tu voz, me sigues ofreciendo
enseñanzas en el recuerdo de tus convicciones, de tu generosidad, de tu rigor.
Sigo un sendero similar al que transitaste y mi trabajo me abre las puertas de
la plenitud. En la incertidumbre me guía la trascendencia de tu legado, comulgo
con lo etéreo, descubro otros mundos dentro del mundo y los comparto
inmediatamente, reconozco mi misión templando mi talante con el fulgor de tu
luz impregnada para siempre en los escenarios.
Ahora comparto los teatros
contigo, llevo micrófono y proyecto en imágenes los secretos revelados del
Mundo Maya, sé que nunca me vas a felicitar y lo agradezco, me indicaste que nunca
detuviera a mi ser en la complacencia. Los Caminos con Corazón no saben de
halagos, están configurados de desafíos. Ahora entiendo por qué no te gustaban
los homenajes: “el mejor homenaje es irme a ver al teatro” --me decías-- y
amontonabas los premios aguardando mejores personajes. Mi hermano Gerardo me
dijo que en ensoñaciones te observa actuando con los grandes actores de la
otredad, pleno, como un chamán que trasciende a su cuerpo y al tiempo. Teatro
en griego se traduce con el acto de “ver”, yo te veo sonriente y satisfecho de
que ya no sufre mi corazón por tu partida… he vuelto propia a la impermanencia y
disfruto la vida como cuando siendo niño jugábamos entre frondosos árboles a la
entrada de Radio Universidad.
Querido Padre, el teatro
mexicano es tu hogar, el recuerdo colectivo mantiene vigente tus monumentales
actuaciones, tu presencia discurre en proscenio cautivando a las sombras y al
silencio que mora en los parlamentos de tus hermanos actores, comparto con
ellos la plenitud de saberte presente más allá del tiempo, comulgo con tu
ausencia para verter en mi cotidiano la sustancia del aquí y ahora, te escribo
sonriendo y aplaudo de pie la actuación de tu vida.
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