Cuando nos preguntamos
¿por qué? Las respuestas se encuentran en el cómo. La estupefacción se disipa
al comprender cómo se originan los eventos, sus causas y circunstancias… poco
reparamos en sus consecuencias.
Nuestros ancestros
homínidos se diferenciaron del resto de los primates por percibir al movimiento
y dominar al fuego. Homo ergater fue el héroe de la película evolutiva
cuando con yazcas y residuos de rayos capturó al fuego y, con él, coció la
carne, en consecuencia, su tracto digestivo se hizo más corto, aceleró su
proceso cognoscitivo, durmió menos pero con calidad de sueño y eliminó del mapa
al Homo rudolfensis y al Homo robustus.
Homo ergater se preguntó por qué y
descubrió el cómo, los azarosos caminos de la evolución condujo a nuestros
ancestros a reconocer al movimiento, intuyeron sus secretos, miraron al cielo y
descubrieron que la violencia es generadora de vida.
Si en el origen fue el
verbo, la pregunta lo puso en entredicho y develó al movimiento, entonces
surgió el por qué y de ahí el cómo.
El cómo sugiere
siempre otras preguntas, de ellas surgen respuestas y más preguntas, para todas
habrá siempre un cómo hasta que lleguemos al origen de lo primero, en tiempos
lejanos, se le consideró divino hoy intentamos comprenderlo de manera
científica o con la Fe.
El cómo es el factor
determinante de nuestra evolución ya que nuestro planeta se encuentra en
constante transformación. Las especies vivas son herederas de la sobrevivencia
y la adaptabilidad, nuestra diversidad alimenticia evidencia nuestras búsquedas
pero también nuestros aciertos. La humana tendencia a ingerir cantidades
exageradas de azúcar es una reminiscencia de nuestro gusto por los frutos
cítricos, pero para alcanzarlos hubo que reconocer la profundidad y sus
peligros, tuvimos que contar con una maravillosa clavícula que nos permitió
alcanzar las ramas lejanas y saltar luego entre las más robustas. Allá, a lo
lejos, se encontraban los cítricos, pero nuestros ancestros tuvieron que
encontrar el cómo y así forzaron la evolución de nuestros cuerpos.
Cuando los cómos
explican al movimiento, adquirimos una información que nos codifica a corto
plazo y recordamos de manera mecánica cómo nos abrochamos las agujetas o
cambiamos de velocidades en un carro de palanca al piso. En un orden
trascendente, los cómos generan transformaciones a largo plazo y nos permiten
construir armas, naves interplanetarias, IPhone, regodearnos con las metáforas,
tener un pensamiento con tendencia a la abstracción o encontrarnos con Dios.
En ocasiones los cómos
se orientan hacia la acumulación y nos sentimos eternos. Quienes iniciaron la
Revolución Industrial jamás imaginaron que ahora exista un gigantesco islote de
basura en el Océano Pacífico que contamina a los pescados que comemos en
ceviche. Entender el cómo pero no reconocer que en ocasiones es mejor no
utilizar lo que sabemos es lo que nos conduce a nuestra aniquilación.
Algunas personas de
diferentes partes del mundo me han preguntado por qué si evidencio que los
antiguos pobladores de México conocieron la rueda, no la utilizaron de manera
práctica sino que le dieron el status de un juguete. Nuestros antiguos
construyeron únicamente con sus manos excelsos monumentos, gigantescas
ciudades, pirámides que ellos llamaron Witzo’b y kilométricos caminos de
piedra. Jamás se sirvieron de la tracción aunque la conocíeron y puede ser que
conociendo el cómo, prefirieron no usarlo. Quizá, además de su ventajas,
vieron sus consecuencias.
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