Durante el Festival Internacional
de Arte Público que se realizó del 13 al 16 de febrero 2014 en Isla Holbox y en
la concha acústica del centro del pueblo, los artistas plásticos Jason Botkin y
Curiot, pintaron dos fantásticos personajes ataviados con corales e
iconografías de las culturas autóctonas de México referidas a la dualidad.
En rigor, la dualidad
es un fenómeno exclusivamente terrestre pero a través de ella, nuestros
ancestros se tornaron universales, reconocieron la importancia de las sombras y
observaron que la luz puede cegar si se busca obstinadamente; por lo tanto, en
sus rituales, el bien y el mal fueron representados en equidad plástica.
Para nuestros mayores,
el espíritu y el cuerpo así como la noche y el día, nunca estuvieron separados,
formalizaron una unidad y los seres humanos se situaron en un universo
estratificado en tres niveles: cielo, tierra e inframundo.
Esa percepción
existencial definió el lenguaje plástico de la obra que Curiot y Jason Botkin realizaron
en Holbox. Sentados en la playa y con la vista dirigida al sagrado espacio que
une al mar con el cielo, en 15 minutos se pusieron de acuerdo y durante tres
días sus trazos simplemente fluyeron.
Vista de frente –pero
al revés de su identidad--, el costado izquierdo corresponde al Tonal, a la
racionalidad, a la luz, a la simetría y fue pintado por Jason Botkin; el derecho
refleja al Nagual, a la intuición, a la oscuridad, a la homogeneidad y fue creado
por Curiot. Ambos artistas evitaron una intención racionalizada en la ejecución
de la obra, sus pinceles transitaron entre la otredad y las sombras danzantes.
El Tonal
Antes de desembarcar
en Holbox, Jason Botkin se dirigió a los pueblos mayas, a la ciudad colonial de
Valladolid y visitó el sitio arqueológico de Chichén Itzá. Recorrió los
secretos de las albarradas, platicó con los niños mayas de Kaua, observó la
placidez de los perros, comió tortillas hechas a mano con maíz no transgénico,
guardó silencio delante a las piedras que cantan, se detuvo frente a la cruz cristiana
de Valladolid y supo de la existencia de la cruz del cielo maya. Constató la
profundidad filosófica de la iconografía esculpida en la piedra calcárea,
reconoció a la impermanencia en las huellas del jaguar, supo de las leyes del movimiento
serpentino e hizo propio al relieve y al zigzagueante misterio de las sombras
mayas.
Con ese bagaje
ancestral, Botkin tuvo claro que México no es un país surrealista sino que se
constituye de diversas realidades y que una de sus riquezas principales es el
mestizaje.
Su personaje abraza
una cruz que representa tanto al pasado colonial español como al milenario encuentro
celeste de la Eclíptica con la Vía Láctea. Los corales configuran al cuerpo de
un individuo ensimismado en sus símbolos que se descubre en permanente
meditación y prescinde mostrar su rostro.
Nos revela de soslayo sus emociones
para leerlas en las cuerdas que envuelven su aparente descanso y confirman la
importancia de amarrar intensidades, certezas, sueños y mutilaciones; las cuerdas
simbolizan también a una de las contadas herramientas que los mayas históricos
utilizaron para edificar sus Montañas Mágicas y recuerdan el amargo quehacer de
los peones de las haciendas de henequén.
El calzado de su
personaje es emplumando porque los seres de maíz caminan reptando entre las
nubes y, detrás de su andar, surgen algunas manos abiertas con la voluntad
dirigida hacia el cielo evidenciando la ausencia de una arma cuando saludan a
la distancia al forastero. En el costado izquierdo y sobre la superficie de un
coral rodeado de peces, siete orondas hojas de un mágico árbol se alinean como
las plumas de un penacho sagrado que unifica al mar con el cielo; figuran una estela
del pensamiento reflexivo y unifican con su erguido gesto al estratificado universo
maya.
Rodeando al personaje
de Botkin, apareciendo vibrante hacia el centro de la composición y proveniente
de una simétrica serpiente, la cabeza de un jaguar azul señala el inicio de un “portal”
desde donde surge una espiga de agave y preside al espectro crotálico de una
víbora emplumada que se pierde girando en la oscuridad de su vientre.
La obra de Botkin
retoma a la geometría sagrada y los ángulos rectos esculpen los costados de la
luz que acecha entre la sombras; sus colores palpitan en la profundidad del
contraste y, en el momento en el que los rosas y los azules conducen nuestra
emoción hacia el firmamento: los aromas térreos que sostienen al calzado
emplumado y al pensamiento ensimismado de su personaje coralino nos hacen
tangible a la fragilidad del cuerpo.
El Nagual
Curiot da vida a
personajes gestados en la sublime sensación de la quietud, poseen la fiereza
monumental y al mismo tiempo son frágiles y sutiles espectros de nuestros
deseos profundos. En Holbox, Curiot reconoció a la intensidad del silencio que
abraza la oscuridad de las islas y decidió comulgar con el origen de las
formas; fue un gran desafío porque por las noches desaparece la profundidad y
los colores se mimetizan con el cielo estrellado, pero Curiot es paciente, disciplinado
y tenaz, fusiona lo majestuoso con lo sutil.
Surgiendo de los
recovecos coralinos, el personaje nocturno de Curiot camina de derecha a
izquierda pero mira de izquierda a derecha, su transfiguración chamánica y su
voluptuosa forma nos recuerda al Sapo Bufo Marinus que nuestros mayores
veneraron y se sirvieron del alcaloide que contiene su piel para acceder a la
otredad. Al igual que el venerable sapo, el personaje de Curiot es nocturno; en
sus piernas contiene las grecas alusivas a la dualidad y a la vírgula de la
palabra; en sus brazos reposan las flores del camino nocturno y su ojo está
rodeado de cuentas de jade que los mayas consideraron aún más preciadas que los
metales luminosos por su dureza y por su relación con el verde azulado que
consideraron sagrado.
El personaje de Curiot
contiene los secretos nocturnos que se relacionan con el origen y con la Creación
en la cosmovisión de las Culturas
Autóctonas de México. Al igual que los mensajes divinos, es en sí mismo
una metáfora, su lenguaje corporal recorre al pasado y al futuro, mira al cielo
pero se sustenta en el fondo marino. Su mano izquierda reposa con suavidad
entre las grecas y las espigas de magueyes estilizados; su cuerpo contiene el
poder de las curvas y cuatro bandas con ángulos no tan rectos se incrustan entre su pierna y su ojo
configurando a un inesperado rostro que por derecho propio se hizo presente sin
que el autor lo hubiera invitado … el conjunto de las formas lo invocaron.
Cuando Jason Botkin
colocó al jaguar de cabeza azul, Curiot sintió que era prudente contestar aquel
acento con una propuesta contrastante que equilibrara la fuerza del felino sin
desmeritar su presencia. Frente al jaguar azul, dibujó entonces un pequeño ojo
similar al de su personaje marino quien adquirió el poder de la ubicuidad al
materializar a su nagual frente a la cabeza del jaguar azul de Botkin; más
tarde y para dotarlo de vida, movimiento e impermanencia, lo rodeó de flores.
Debajo del segundo ojo
que mira de frente al jaguar azul, se encuentra una serpiente que como la luz
del cielo surge desde la oscuridad nocturna y se complementa con la serpiente
de Botkin; ese juego serpentino recuerda a la esencia dual que con dos
serpientes envuelve a la Piedra del Sol del pueblo mexica (azteca) y a la
dualidad serpentina maya que se proyecta en una serpiente de fuego que asciende
y en otra de agua que desciende por las alfardas de las montañas sagradas de
Chichén Itzá.
Intento
Holbox es
tradicionalmente traducido como Hoyo Negro, aunque son vocablos mayas, su
origen se pierde en los misterios suspendidos en el tiempo. Hol puede
ciertamente ser Hoyo, pero también podemos traducirlo como “Portal”, apelativo
que le otorga una dimensión mística y trascendental, como el espíritu de la
isla.
Curiot y Jason Botkin se
dejaron guiar por la atmósfera mágica de Holbox y tradujeron plásticamente las
esencias que configuran al Mundo Maya y a los pueblos mexicanos.
Decidieron partir de
la percepción dual y el acento que cerró su obra fueron las manos que colocaron
en los costados, Jason Botkin la pintó en la obra de Curiot y él a su vez en la
obra de su compañero de aventura plástica; al mostrarse una con la palma
extendida y la otra al revés, otorgan a la obra la sensación de girar en torno
a la concha acústica, de ambas manos surgen flores como las que se les deseaba
a los caminantes de la antigüedad.
Tradicionalmente y por
estar en el Mundo Maya, se hubiera colocado una Ceiba al centro de la obra,
pero Curiot y Jason Botkin decidieron pintar el corazón florido de un agave
para que cuando sus frutos caigan, germinen otros cactus. La planta del agave
surge de un espacio negro, de un Holbox, del portal que comunica al espectador
y a los creadores con la otredad hecha tangible.
Claudio Obregón
Clairin.
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