Misterios y Descubrimientos
La Serpiente de Luz de Chichén Itzá
Durante los
equinoccios y en Chichén Itzá, se observa el descenso de una Serpiente de Luz
sobre la balaustrada Norte de la construcción maya que nombramos la Pirámide de
Kukulkán. Este fenómeno es considerado una hierofanía, es decir, un evento
sagrado que se hace visible, tangible, presente.
El abogado e investigador
Luis E. Arochi, reportó el fenómeno y publicó en 1976 “La Pirámide de de Kukulkán,
su simbolismo solar”. Recuperó la trascendencia simbólica del también llamado
“descenso de Kukulkán” relacionando a la Serpiente de Luz con los ciclos
celestes, los calendarios y los ciclos agrícolas. El maestro Arochi --de manera
autodidacta y muchas veces a contracorriente-- trabajó con férrea voluntad para
comunicar a la mente occidental la trascendencia de ver en el movimiento
celeste a los secretos de la mágica percepción de lo sagrado.
La aparición de la Serpiente de Luz es un proceso gradual, conforme el Sol desciende sobre el horizonte, se van
formando 7 triángulos de luz sobre el perfil de la balaustrada Norte de la
construcción que también conocemos como “El Castillo” (a las pirámides, los
mayas las nombraron Witz). Junto a los 7 triángulos de luz hay otros 6 de
sombra, la suma de los triángulos nos da el cabalístico número 13 que los mayas
relacionaban con 13 cielos (sugiero que esos 13 cielos hacen referencia a las
13 constelaciones que transitan del Este al Oeste por la Eclíptica).
Cuando la Serpiente de
Luz se forma completamente, observamos que apunta hacia el Sac Beh o Camino
Blanco que nos conduce al Cenote Sagrado donde habitaba la célebre entidad
divina de las aguas, Chaac, de tal suerte que descendiendo desde el cielo,
utilizando como “pista de aterrizaje al Witz de Kukulkán” y prosiguiendo en
dirección Norte por el Sac Beh hasta el Xibalbá (inframundo acuático maya): la
Serpiente de Luz recorre los tres niveles del universo estratificado maya.
Durante los periodos
equinocciales se abren y se cierran los ciclos agrícolas, se señalan las
temporadas de sequía y de lluvias, se hace tangible el concepto binario, dual,
que para los mayas era una unidad. La Serpiente de Luz entonces tiene la
función ritual de unificar a los 3 Mundos Mayas y su presencia es una
representación plástica del ámbito sagrado que se relaciona con la subsistencia
agrícola de los pueblos mayas quienes ritualizaron su cotidiano a través de
evocaciones, invocaciones o hierofanías. Las entidades divinas mayas
condicionaban el devenir de los humanos y les exigían atender sus designios,
rendirles tributo y aceptar su carácter siempre cambiante que provocaba largas
sequías o poderosos huracanes.
Aunque la hierofanía
de la Serpiente de Luz aparece en Chichén y en Mayapán, no significa que fuera
una divinidad que de pronto nació en el periodo histórico que nombramos
Posclásico. Las Serpientes de Visión fueron veneradas por los mayas del Clásico
y tenemos referencia epigráfica que se nombraban Waxaklahun Ubah’ Chan.
Ahora bien, en
anteriores ensayos he comentado pasajes de un trabajo de investigación que
realizo desde hace cuatro años en Canadá sobre los orígenes boreales de algunos
mitos de las culturas autóctonas de México, Colombia y Perú. Sigo la estela de
los mitos ancestrales que aún perduran entre los pueblos mayas y entre los
mestizos americanos como el Okol Pal o Roba Chicos; ubico sus orígenes en las
culturas chamánicas boreales de las cuales aún quedan algunos de sus
descendientes como los pueblos Inuit. De tal suerte, no es coincidencia sino
reminiscencia que el Norte en maya se nombre “Xaman” y que se pinte de color
blanco (referencia al pasado glaciar de los ancestros mayas).
Sustentado en el
pasado boreal y chamánico de los pueblos mayas y de las demás culturas
autóctonas de América, propongo que la Serpiente de Luz de Chichén Itzá “es una
referencia ancestral y tropicalizada de la Aurora Boreal” y es por ello que al
descender del cielo, lo hace por el lado Norte de la estructura piramidal
unificando a los 3 Mundos que también concebían las culturas boreales.
Si observamos que
un evento sagrado se torna visible en un monumento construido intencionalmente
por los seres humanos, asistimos a la suma de experiencias, percepciones e
interpretaciones del universo religioso de varias generaciones. Las hierofanías
no aparecen espontáneamente, son el resultado de acuerdos, de largos procesos
cognoscitivos y del conjunto de experiencias sensoriales.
Sugiero que La
Serpiente de Luz de Chichén Itzá tiene sus lejanos orígenes en la experiencia
vivencial y ancestral de las Culturas Boreales y que siglos después se
tropicalizó en las sociedades agrícolas autóctonas de México. Cuando se
observaba en el gélido Norte, se le relacionó con los eventos chamánicos y la
pesca y la cacería; al viajar hacia el Sur inmersa en los recuerdos de
los migrantes, se transfiguró para relacionarse con las actividades agrícolas
tropicales, luego durmió varios
siglos entre los rumores de la selva hasta que se restauró la llamada Pirámide
de Kukulkán y el maestro Arochi nos recordó su importancia ancestral.
En nuestros días y
provenientes de regiones distantes, peregrinos de sintaxis equidistantes
fotografían con inquietante curiosidad a la Serpiente de Luz, algunos de ellos,
fascinados, ubican su voluntad en la renovación, otros requieren una
interpretación histórica y hay quienes realizan rituales pronunciando palabras
sagradas y ajenas a su lengua materna; los danzantes, con el movimiento prescinden
de la palabra para comulgar; los turistas impacientes dejan pasar de largo la
oportunidad de silenciar su diálogo interno e insatisfechos comentan alguna
presurosa banalidad.
Después que los visitantes
se retiran, los custodios mayas de la zona arqueológica observan que la
Serpiente de Luz regresa al cielo por donde descendió, entonces, el vacío que
envuelve a la plaza constata que los seres humanos estamos configurados de
creencias, racionamientos, intuiciones, deseos, insatisfacciones, rituales,
sueños, añoranzas y, a la distancia, La Serpiente de Luz es un puente con la
otredad.
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