Sublime fue aquel instante cuando provistos de vocablos vueltos palabras, nuestros ancestros hicieron tangible lo inasible y la abstracción
se tornó un elemento catalizador de lo insondable.
Una palabra puede transfigurar la imagen de nosotros
mismos y la de “los otros”. En la Palabra subyace la energía reguladora de los
sentimientos y de las conductas sociales; los hechos comunitarios parten de una
reflexión pero su trascendencia inicia cuando la Palabra dirige, incita o predispone.
Escrita, se vuelve código o verdad.
Es a través de las palabras como creamos un mundo dentro
del mundo, con ellas dibujamos nuestra frontera con lo animal y describimos los
sueños y las ilusiones.
II
También con la Palabra reconocemos un orden y la
realidad social ocultando nuestros actos cundo van en sentido contrario a lo
que pronunciamos; la Palabra es frágil y sustancial, también encubre.
En el silencio, el mundo se revela insondable y los
eventos transitan sin recuerdos, la Palabra determina nuestro espacio y nuestro
tiempo, palabras de admiración o desconsuelo ubican nuestras emociones en el
laberíntico ámbito humano. Las palabras que se dedican al cielo nos liberan de
las ataduras y los adjetivos, bordeamos con ellas los linderos de la eternidad.
La palabra crea mundos y atmósferas, es visionaria, dirige. La palabra
es la diferencia entre el vacío y tu intención, con ella, nombras al viento que
transporta tus fonemas, así recreas a tu voluntad.
La palabra hiere o resulta indiferente, sella compromisos y seduce a
quien desea ser engañado.
Muchas palabras pueden ser una cascada que atrapa nuestra atención y
sin ellas, no podemos vernos en el espejo porque necesitamos de su luz.
La palabra es un surco donde se siembran intenciones, deseos y
voluntades hechas conciencia; la palabra zurce y labra, acomoda e incomoda,
destruye o armoniza, la palabra viaja con los sonidos y puede provocar graves
silencios.
Las palabras narran la historia de quienes las usamos y en cada uno de
los sonidos vueltos fonemas que lanzamos al aire en forma de palabras,
evidenciamos siglos, milenios de un azaroso desarrollo cultural.
Con palabras de satisfacción se narran los triunfos y siempre hay
palabras que reconfortan nuestro espíritu. Las palabras mágicas abren las
puertas del conocimiento, por eso nacemos sin palabras para que cada pueblo
pueda enseñar a sus hijos el camino de la palabra verdadera… la verdadera
palabra que nos hace libres o nos somete a sus creencias, cuestión de enfoques
y de palabras que los explican.
III
Los lenguajes al igual que el universo y sus habitantes,
evolucionan en función de las leyes del movimiento. El lenguaje jeroglífico de Mesoamérica es metafórico y naturalista,
refleja el sentimiento de unicidad que experimentaron nuestros mayores con la
naturaleza y con el cosmos; sus frases alegóricas a los astros y a las flores
se relacionan con la guerra y con las almas, es decir, a la condición violenta
e impermanente del universo; descubrirla y hacerla propia, los condujo a la
captura y al sacrificio de sus iguales; así interpretaron a la sutil estancia
en la tierra y al luminoso ciclo de las flores.
En nuestros soles, es preciso comunicarse entre iguales
con la finalidad de crear un mundo dentro del mundo, en tiempos mayas, las
palabras escritas servían para comunicarse con lo divino.
Claudio Obregón Clairin
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