… pero ¿por qué? –preguntó Kiawüech— “así conviene a la
familia” respondió su abuela y sigilosa desapareció detrás del ancho muro
que dividía las habitaciones de los nobles con la terraza ubicada frente al río.
Bizarros comerciantes provenientes del otro lado
de las Grandes Montañas extendieron sus mercancías a la orilla de un sendero popular,
traían consigo exuberantes collares de cuentas marinas y piedras azules, miel
de las abejas del fiordo, algunos frutos secos y ocultaban un saco que contenía
extracto de “Ietilul”.
Los transeúntes se detenían atraídos por la originalidad de
los productos y cuando fue ya una multitud, los guardias del reino se
presentaron sonando sus temibles trompetas; la gente inmediatamente bajó la
cabeza, se agruparon de dos en dos en cuatro hileras sobre la banqueta. Un
pequeño oficial bigotón se introdujo entre las gente que mantenía una posición
firme y la mirada fija en el suelo… --¿quién de ustedes será el contacto? –
preguntaba el oficial con sorna y luego sonreía, después de un rato ordenó que
le mostraran las palmas de las manos, así podría identificar quien tenía
rastros de haber manipulado el Ietilul. Identificó a tres individuos, los
presentó delante a la multitud y les inquirió sobre su relación con el enemigo,
les hizo verter sus pertenencias al suelo y aparecieron cinco frascos de Ietilul,
tres habían sido comprados por un hombre barbudo y los otros dos por una pareja
de jóvenes.
La gente rodeó al oficial y a los traidores, los guardias
contenían a quienes mostraban enojo e insultaban al barbudo y a los
adolescentes, la rabia colectiva estaba a punto de desbordarse cuando una
trompeta sonó intempestivamente y todos guardaron silencio. El oficial ordenó
que estuvieran quietos, con su brazo izquierdo realizó una curiosa señal y un
comando rodeó a los bizarros comerciantes, tomaron sus pertenencias, los
agruparon y junto al barbón y a los adolescentes fueron encaminados al “Templo de
los Conflictos”.
Los adolescentes imploraban clemencia, argumentaban que todo
era una terrible confusión, solicitaban hablar con el rey, lloraban,
nombraban a sus amigos y gritaban que no los abandonaran, en tanto, el hombre
barbudo mantenía la mirada clavada en el suelo, parecía que él sí era un aliado
del enemigo y los niños le aventaban papeles encendidos para desaprobar su
traición y recordarle que pronto sería consumido por las flamas.
La multitud llegó al Templo de los Conflictos, ingresaron
los bizarros comerciantes y los tres Aliados del Enemigo, la gente continuó
gritando mientras el sol se ocultaba. Cuando Júpiter estuvo encima del Templo
de los Conflictos, comenzó a reptar el humo de una hoguera que surgía de uno de
sus patios interiores y la gente que había estado gritando enardecida, ahora saltaba y cantaba de júbilo, se abrazaban y los niños corrían para informar
que los Aliados del Enemigo habían recibido ejemplar castigo.
Un robusto sacerdote salió para hablar con la gente, fue
breve: “Tenemos noticias de que los Aliados del Enemigo no actuaron solos, hay
alguien en la familia real que sostiene a un grupo de rebeldes y es posible que
existan nuevos intentos de introducir Ietilul en el reino pero estamos tomando
previsiones y muy pronto será castigado el traidor. Ahora pueden retirarse a
sus casas, estén tranquilos, los Aliados del Enemigo han sido quemados en la
hoguera” La gente gritaba de gusto, volvía a abrazarse y regresaron a sus casas
con una grata sensación de pertenencia y justicia.
Días después del altercado, en una esquina junto a la
ventana de la torre del Palacio Real, el tío de Kiawüech redactaba una carta para
un diplomático de un reino vecino que había solicitado una entrevista con el Rey. Súbitamente le arrebataron la pluma y el papel, una voz militar le dijo que se
le consideraba un traidor y fue aprendido por dos guardias, la situación se
presentaba contradictoria y difícil ya que uno de los guardias era su protegido
desde que era un niño; el tío de Kiawüech, se mostró contrariado pero aceptó
ser conducido al salón real en la que ya lo esperaban la mayoría de los nobles
de la corte y la familia real.
Fue despojado de su atavío de piedras turquesas y le arrebataron el medallón con el
plumaje divino; de una patada en el talón le advirtieron que debía
arrodillarse, situación que en su vida había padecido y en medio de la
estupefacción, tuvo que recibir dos patadas más para aceptar que debía ponerse
de rodillas. Fue declarado culpable de relacionarse con el enemigo y permitir
el acceso a los bizarros comerciantes así como crear una red de cómplices en el
interior del reino por lo que se le condenaba a la pena capital.
Durante los procesos de traición al reino estaba permitido
apelar la condena en una ocasión y debía ser realmente contundente su
exposición sino, ni siquiera se permitía concluirla. El tío de Kiawüech mostró
serenidad en la palabra y en un breve discurso enumeró sus actividades,
compromisos y amistades, declaró que en ningún momento había actuando en contra
de los intereses del reino y recordó que en los últimos viajes fortaleció el
comercio y mejoró las relaciones con otras regiones que veían de manera
diferente la realidad pero que ahora aceptaban mantener contacto comercial con
el reino, en suma, que su trabajo se había distinguido por ser leal al reino y
que amaba a su familia.
Los nobles escucharon, también el Rey. Hubo un gran
silencio, se pararon y se fueron.
La noticia causó estupor en el reino y en los otros reinos, “uno
de los hombres fuertes del Rey había sido ejecutado por traición al reino”.
La noche era fresca y después de comer dos trozos de papaya,
Kiawüech obedeció la orden de su abuela y se dirigió al Templo de los Conflictos donde
ya lo esperaban tres guardias quienes lo acompañaron a una de las habitaciones
de los nobles, un guardia golpeó la puerta de un baño y gritó “ya es hora”,
segundos después, salieron del baño los bizarros comerciantes, el barbudo --quien
ya se había cortado la barba-- y los dos adolescentes; el grupo abandonó con
sigilo el Templo de los Conflictos y en la oscuridad caminaron por la orilla
del río prohibido hasta que llegaron a la frontera del reino.
Kiawüech dio trescientas monedas para que las dividieran,
les deseó buen regreso a sus reinos de origen; una jovencita que venía con los
comerciantes se acercó a Kiawüech y le ofreció un frasco con extracto de Ietilul
“pruébalo –le dijo—no es tan malo como dicen, simplemente percibes otras
realidades que siempre han estado donde ahora no las ves y cuando ingresas a
ellas, te despojas de la simulación, además, no es adictivo ni hace daño a la salud, nosotros lo utilizamos de vez en cuando, toma poquito, si te pasas, te da sueño y hambre tonta”
Sorprendido por el regalo y la profundidad de la revelación
con la que se despidió la jovencita, Kiawüech dudó, observó que detrás de él se
encontraban los guardias, la tentación fue demasiado fuerte y decidió probar un
poco del extracto de Ietilul, segundos después, los sonidos se concentraron en
un ambiente estereofónico y los colores se multiplicaron en millones de matices;
por el vacío circulaban conciencias inorgánicas que saludaban a Kiawüech. Una
de ellas detuvo su camino, descendió y le preguntó ¿por qué te habías tardado
tanto en venir? La conciencia inorgánica siguió su camino y a lo lejos le decía
en voz baja “tengo que contarte algo, al rato nos vemos, voy a un mandado…”
Kiawüech volteó en dirección al reino que habitaba, vio a
los guardias que como en un cuadro hiperrealista custodiaban al rigor, a la
simulación, a la traición y a la mentira, pensó en la vida que su tío dedicó al
reino y nuevamente volteó a ver a los comerciantes quienes relajados se
alejaban detrás de la frontera... viró para reconocer al reino al que pertenecía,
alzo la mirada al cielo y en ese instante se percató que detrás del azul habita
la inconmensurable oscuridad.
Comprendió que su vida y la de todos en el reino se
desarrollaba en un fragmento muy reducido de la realidad y que por ello no se
les permitía viajar al extranjero, descendió sus ojos al nivel del horizonte,
soltó al suelo el frasco con Ietilul y salió corriendo hacia la jovencita que caminaba con los
bizarros comerciantes junto al barbón sin barba y a los dos adolescentes.
Kiawüech
les gritaba… “espérenme… hey… espérenme…”
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