lunes, 17 de enero de 2011

Homenaje a Claudio Obregón / José Caballero en voz de Everardo Arzate

Claudio Obregón acompañado de Julieta Egurrola recibe la medalla Bellas Artes durante la escenificación de la obra El rey Lear Julio de 2005

Yo también quiero darte las gracias Claudio, por haber tenido la oportunidad de compartir contigo El rey Lear, contigo y al lado de Ana Ofelia. Eso lo llevo siempre, está aquí conmigo, en la memoria de mi corazón. Voy a leer unas palabras del Maestro Caballero, un mensaje que me dio a mí personalmente para leerlo a ustedes y a Claudio.

“Gracias por aceptar este mensaje, pequeño y apresurado. Espero no sufras por la cursilería, de todos modos, decía el Maestro Mendoza que lo cursi es lo que a otros les parece ridículo, pero a nosotros nos conmueve, yo estoy en verdad conmovido. Al final va un verso de Quevedo, no creo que batalles con la sinalefa, pero sí quiero hacerte un énfasis en que la palabra medulas que hoy se dice médulas, en tiempos de Quevedo se pronunciaba como palabra grave “medulas”, no sea que vaya a regañarme algún maestro de la Compañía”.

Para Claudio Obregón de José Caballero.

¿Cómo puedo llamarte por tu nombre Claudio? ¿Hamm?, ¿Lear?, ¿Casanova? ¿Herodes? ¿Isabel? ¿Tom? ¿Víctor Celoyo? ¿Niels Bohr? Fuiste rey, seductor, reina, tirano, elegante, periodista, enamorado, físico, burócrata, náufrago, Hernán Cortés. Fuiste para nosotros tantos rostros, escuchamos en tu voz tantas palabras y hubiéramos querido escuchar tantas más. Nadie que haya presenciado tu arte vivo podrá olvidar jamás tu voz sonora, profunda e inclemente. No voy a repetir el lugar que entre nosotros alcanzaste, el significado de tu insustituible presencia, el ejemplo de tu técnica y de tu pasión, sólo quiero decirte que tu ausencia deja un hueco enorme en el corazón del teatro, en los corazones de todos los que amamos el teatro y te amamos en el teatro. Me quedé con las ganas, Claudio, amigo, de volver a ensayar juntos, aunque fuera una escena, una estrofa, una línea, una palabra de verdad. Celebro haberte conocido, haber sido tu amigo, tu humilde director. No puedo estar presente en este homenaje, porque debo dar clase a jóvenes que sueñan con ser actores y sé que tú me entiendes, les hablaré de ti y de tus prodigios. Trataré de transmitirles tu pasión, de la que fui testigo, tu entereza ante la profesión, tu afán de lucha y me atrevo a pedir a todos los que escuchan mis palabras fervientes, que recordemos juntos catorce versos de Quevedo que bien pudieran haber sido escritos para ti y los imaginemos en tu voz:



“Amor constante más allá de la muerte”:



Cerrar podría mis ojos la postrera

sombra que me levare el blanco día,

y podrá desatar esta alma mía

hora a su afán ansioso lisonjera;



mas no, de esotra parte, en la ribera,

dejará la memoria, en donde ardí:

nadar sabe mi llama el agua fría,

y perder el respeto a la ley severa.



Alma a quien todo un dios prisión ha sido,

venas que humos a tanto fuego han dado,

medulas que han gloriosamente ardido:



su cuerpo dejará no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado.



Larga vida a Claudio Obregón.

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